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Corazón de perro
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Текст книги "Corazón de perro"


Автор книги: Mijaíl Bulgákov



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Un eminente cirujano, especializado en operaciones de rejuvenecimiento, transplanta a un perro vagabundo la hipófisis y las glándulas sexuales de un hombre que acaba de morir. Pero el resultado del experimento resulta sorprendente: el perro se va transformando hasta convertirse en el hombre -un delincuente– al que pertenecían aquellos órganos. Sus actividades confirman su peligrosidad social y el médico se ve obligado a realizar una nueva operación para reparar el error cometido. Escrita en 1925, Corazón de perro no ha sido publicada en su versión original en la Unión Soviética hasta 1987. Su aparición ha constituido unos de los momentos más importantes de la glasnost que, auspiciada por Mijaíl Gorbachov, ha llegado también a la literatura.

CORAZÓN DE PERRO

Mijaíl Bulgákov

Corazón de perro

Corazón de perro

Diario del Doctor Bormental

EPÍLOGO

CORAZÓN DE PERRO

Un eminente cirujano, especializado en operaciones de rejuvenecimiento, transplanta a un perro vagabundo la hipófisis y las glándulas sexuales de un hombre que acaba de morir. Pero el resultado del experimento resulta sorprendente: el perro se va transformando hasta convertirse en el hombre -un delincuente– al que pertenecían aquellos órganos. Sus actividades confirman su peligrosidad social y el médico se ve obligado a realizar una nueva operación para reparar el error cometido. Escrita en 1925, Corazón de perro no ha sido publicada en su versión original en la Unión Soviética hasta 1987. Su aparición ha constituido unos de los momentos más importantes de la glasnost que, auspiciada por Mijaíl Gorbachov, ha llegado también a la literatura.



Traductor: Vicente Cazcarra y Helena S. Kriúkova

©1925, Bulgakov, Mijail

Editorial: Alfaguara

Colección: Literaturas

ISBN: 9788420425542

Generado con: QualityEbook v0.35

Mijaíl Bulgákov

Corazón de perro

Corazón de perro

¡WUU, WUHU, WUHUHUHU, HUUUU! Mírenme, me estoy muriendo. La tormenta llega hasta el portal, gritándome su plegaria de los agonizantes y yo grito al mismo tiempo. Se terminó. Estoy acabado. Un bribón con gorra mugrienta —el cocinero de la cantina de empleados del Consejo Central de Economía Nacional– me escaldó el flanco izquierdo. ¡Basura! ¡Y a eso lo llaman un proletario! ¡Dios mío, cuánto me duele! Me quemó hasta los huesos. Y ahora chillo, chillo. Pero, ¿qué gano con chillar?



¿Qué le había hecho yo? Por remover algunos desperdicios no se hubiera arruinado el Consejo de Economía Nacional. ¡Roñoso! ¿Le vieron la facha, a ese incorruptible? Es más ancho que alto. Ah, los hombres, los hombres... A mediodía tuve derecho a mi ración de agua hirviendo; ahora es casi de noche, deben ser las cuatro de la tarde, a juzgar por el olor a cebolla que viene del cuartel de bomberos de la Prechistienka. Como ustedes saben, en la cena los bomberos comen kacha; además es kacha de la peor especie, parece hongo. A propósito de hongos, unos perros amigos míos me dijeron que era el plato del día en el restaurant Bar, en la Neglinaia: hongos con salsa picante a 3 rublos 75 kopecks la porción. Bueno, para quienes les guste ... Yo, todavía prefiero lamer un zapato viejo. WUHUHUUUITU... Mi flanco quemado me duele horriblemente y me parece que ahora mi vida ya está trazada: mañana, las llagas van a empezar a supurar ¿y qué podré hacer para curarlas? En verano se puede ir a Sokolniki; allá, el pasto es excelente, es un pasto especial. Además, siempre hay trozos de salchichón que se pueden comer gratis, o papeles grasientos, abandonados por la gente, a los que es posible lamer. Si no hubiese idiotas que provocan ganas de vomitar cuando cantan "Celeste Aída" a la luz de la luna, el lugar sería ideal. Pero ahora ¿adónde ir? ¿Recibieron alguna vez ustedes patadas en el vientre? ¿O ladrillos en las costillas? Pues yo sí, y con demasiada frecuencia. Ya aguanté bastante, me resigné a mi destino y si ahora lloro es tan sólo por causa del frío y del dolor físico, porque mi espíritu permanece vivo ... El espíritu de un perro es obstinado.

Pero lo que está destrozado, roto, es el cuerpo; soportó demasiado a los hombres... Y finalmente, esta agua hirviendo que me quemó el pelo dejándome todo el flanco izquierdo sin defensa. Por un sí, por un no, puedo pescar una pulmonía y entonces moriré de hambre: cuando se tiene pulmonía hay que quedarse acostado bajo la escalera, en la entrada grande; y ¿quién va a recorrer los tachos de basura para alimentar a un perro solitario y enfermo? Si el pulmón me falla no podré hacer otra cosa sino arrastrarme sobre el vientre hasta volverme tan débil que cualquier patán borracho termine conmigo a bastonazos. Entonces los barrenderos me levantarán de las patas y me arrojarán en su carretón....

De todos los proletarios, los barrenderos constituyen la peor calafia, la hez de la humanidad, la categoría más baja. Los cocineros son diferentes. Tomen por ejemplo a ese pobre Ylas, de la Prechistienka: ¡cuántas vidas salvó! Cuando se está enfermo lo que más se necesita es algo para comer. Era entonces, dicen los viejos perros, cuando Ylas tendía un hueso con un poco de carne alrededor. ¡Bendita sea su alma! Era un hombre importante, había sido cocinero en la casa de los condes Tolstoi: nada que ver con el Consejo de Alimentación. Lo que maquinan allí dentro sobrepasa el entendimiento canino; esos puercos prefieren la sopa de repollo con tocino rancio y los pobres diablos no se dan cuenta de nada: llegan, comen, y hasta son capaces de pedir más.

Conozco a una dactilógrafa en la sección nueve que gana 45 rublos; de acuerdo, tiene un amante que le compra medias de seda. ¡Pero cuántas afrentas soporta en cambio! Por ejemplo, él no puede hacer el amor normalmente, como todo el mundo lo hace, a la francesa. Dicho sea entre nosotros, qué gentuza, esos franceses. Por cierto, cuando comen no se privan, y lo acompañan todo con vino tinto. Si...

Esta dactilógrafa, pues, con sus 45 rublos no puede costearse el Bar, ni siquiera ir al cine, y el cine es el único consuelo que una mujer tiene en la vida. Está allí tiritando, haciendo muecas, pero come ... Reflexionen un poco: 40 kopecks por dos platos que juntos no valen ni 15, porque el ecónomo se guardó 25. ¿Creen que ella merece tal cosa? Tiene algo en el pulmón izquierdo, además de una enfermedad francesa que le contagió el amante, le hicieron una retención sobre su sueldo v en la cantina le dan de comer podredumbre. Sale... Corre hasta el portal, en las piernas lleva puestas las medias que le regaló el amante. Tiene frío en las piernas y el vientre, porque la ropa de lana que usa se asemeja a lo que me queda de pelambre y su calzón de encaje es sólo una apariencia de ropa interior. Otro regalo del amante. Si se le ocurriese usar uno de franela, él le diría: ¡Qué elegancia, querida! ¿Crees que no estoy harto de mi Matriona y de sus bombachas de franela? Llegó mi hora: soy Presidente y todo cuanto puedo robar es para los cuerpos de mujer, las colas de langosta y el buen vino. Pasé bastante hambre cuando era joven; ahora me llegó el turno... Y la vida del más allá no existe.

Ah sí, la compadezco. Pero me compadezco aún más a mí mismo. No lo digo por egoísmo, no, sino porque evidentemente las condiciones no son comparables. Ella, en su casa, al menos está abrigada.

Mientras que yo, en cambio... ¿Adónde puedo ir?

¡WHUHUUHUUU!

–Chist, chist, pequeña bola, pobre bola, ¿por qué gimes, quién te hizo daño?

Como una vieja bruja cabalgando en su escoba, la tormenta sacude la puerta y viene a aullar en los oídos de la joven, levanta su falda hasta las rodillas descubriendo las medias color crema y una angosta franja de encaje mal lavado. Ahoga las palabras y hace volar la nieve sobre el perro.

–Dios mío ... Qué tiempo... Y me duele el vientre. ¡Es el tocino de la sopa! ¿Cuándo terminará todo esto?

Agachando la cabeza, la joven parte a desafiar la tempestad, traspone el portal, avanza por la calle vacilando y desaparece en un torbellino de nieve.

El perro permanece en el lugar con su flanco mutilado; sofocado, se ovilló contra la pared helada y tomó la firme decisión de jamás apartarse de ella, de morir allí, bajo el portal. Lo invade la desesperación: se siente tan enfermo, tan solo, tan aterrorizado, tan lleno de amargura que a sus ojos asoma un débil llanto, el cual no demora en secarse. El flanco herido está erizado de matas de pelos congelados entre los que aparecen, siniestras, las huellas rojas de la quemadura. Hasta donde puede llegar la ignorancia, la estupidez, la crueldad de los cocineros...

Lo había llamado "Bola"... ¿Cómo, “Bola”? Bola quiere decir un perro bien redondo, rechoncho, tonto, que come los mejores manjares y tiene padres nobles; él, en cambio, sólo es un mendigo flaco y tullido, un perro vagabundo... Gracias, de todos modos, por la palabra amable.

En la acera opuesta se abrió la puerta de una tienda profusamente iluminada y de ella salió un ciudadano. No un camarada, sino un verdadero ciudadano; mejor aún, un "señor". Al verlo de cerca no cabe duda alguna, es realmente un señor.

¿Creen que lo reconozco por el abrigo? Absurdo. Hoy en día muchos proletarios usan abrigo. Por supuesto, el cuello no es igual, pero de lejos uno se puede equivocar. Mientras que si se confía en los ojos, ya sea de cerca o de lejos, resulta imposible equivocarse. Los ojos son lo más importante que existe: algo así como un barómetro. Descubren al que tiene el corazón endurecido, que por cualquier insignificancia es capaz de plantarle a uno la punta de su zapato en las costillas, y al que le teme a todo el mundo: a esta clase de lacayos, resulta un verdadero placer morderles la pantorrilla... ¿Tienes miedo? Toma, agarra esto. Ya que tienes miedo, te lo mereces... Grrr-grrr... ¡Uauu! ¡Uauu!

El señor cortó con paso decidido a través del torbellino de nieve para llegar hasta el portal. "Se nota que éste no va a comer carne averiada; y si llegasen a servírsela, provocaría un buen escándalo: escribiría a los periódicos para decirles: ¿Este alimento me enfermó, a mí? Filip Filipovich, 75.

“Se aproxima. Se ve que come hasta hartarse, que no roba ni pega puntapiés, y también que no teme a nadie; y si no tiene miedo, es porque jamás tiene hambre. Este señor es un trabajador intelectual; usa barba en punta bien recortada y bigote entrecano y abundante como el de un altivo caballero francés, pero a través de la tempestad se desprende de él un olor desagradable. Un olor de hospital. Y de cigarro.”

"Me pregunto qué demonio pudo haberlo atraído a la cooperativa de la Economía Central. Está muy cerca ... ¿Qué espera? Uau u uuuii... ¿Qué habrá ido a comprar dn este negocio miserable? ¿No le basta con el mercado del Okhonyi Riad 9 ¿Qué?... ¡Salchichón! Señor, si supiese con lo qué hacen ese salchichón, ni siquiera se habría acercado a este negocio. Démelo a mí."

Juntando sus últimas fuerzas, como enloquecido, el perro abandona el refugio del portal para arrastrarse por la acera. Encima de su cabeza, el disparo de un trueno y la tempestad que agita las enormes letras de un cartel de tela: ¿Es posible el rejuvenecimiento?

"¡Evidentemente, es posible! ¡El olor me rejuveneció y me reanimó llenó de ondas ardientes mi estómago vacío desde hace dos días; el olor, más fuerte que el del hospital, el divino olor carne de ca ballo picada con ajo y pimienta! Lo sé, huelo en el bolsillo derecho del abrigo el salchichón. Justo encima de mi cabeza. ¡Oh, amo mío! ¡Mírame! Me muero. Esclava es nuestra alma y vil es nuestro destino."

El can se aproxima arrastrándose sobre el vientre como una serpiente con los ojos anegados en lágrimas. "Mire la obra de ese cocinero. Pero jamás querrá dármelo. ¡Oh, conozco tan bien a los ricos! En el fondo, ¿para qué que ese trozo de caballo podrido? Sólo el Mosselprom vende semejantes venenos. Hoy, usted comió gracias a las glándulas sexuales masculinas, una celebridad mundial... ¡Uauuuuuu! ¿Qué hacemos en esta tierra? Aún soy demasiado joven para morir y la desesperación es un pecado mortal. Lo único que me queda por hacer es lamerle las manos."

El enigmático señor se ha inclinado hacia el perro con un movimiento que hace centellar la montura de oro de sus anteojos. Sin quitarse los guantes pardos, abre el papel que inmediatamente es llevado por el viento, toma un pedacito de salchichón.

–Cracovia Extra– y se lo da al perro.

¡Oh, hombre desinteresado! ¡Wu u u uuuuu!

–Chist, chist —susurra el señor, y agrega con un tono extraordinariamente severo—: ¡Agarra, Bola, agárralo!

“Bola, de nuevo. Esta vez ya estoy bautizado. Pero puede usted llamarme como quiera. Por su gesto admirable...”

En un abrir y cerrar de ojos el animal rasga la piel. Muerde el Cracovia. profiriendo un breve grito y lo traga en un santiamén al mismo tiempo que la nieve que lo cubre; en su apresuramiento le faltó poco para comerse también el piolín, casi se atraganta, se le llenan los ojos de lágrimas.

“¡Le lamo cien veces las manos, beso la botamanga de su pantalón, oh, benefactor mío!”

–Ahora basta...

El señor había hablado con voz brusca, en tono de mando. Se inclina hacia Bola, lo mira fijo a los ojos, escudriñándolo y pasa inopinadamente una mano enguantada y acariciante por el bajo vientre del perro.

–¡Ajá! —dice con aire entendido—, y no tienes collar... Muy bien, muy bien; eres exactamente lo que yo buscaba. Sígueme. Por aquí, chist, chist —agrega chasqueando los dedos.

“¿Seguirle? ¡Lo seguiría hasta el fin del mundo! ¡Aunque me golpease con sus botines de fieltro, no diría ni una palabra!”

A todo lo largo de la Prechistienka brillaban lamparillas. El dolor en el flanco era intolerable. Pero por momentos Bola lograba olvidarlo, pues se hallaba demasiado ocupado en no perder de vista, a través de la multitud, la milagrosa aparición del abrigo, y en hallar la manera de expresarle su amor y su veneración, lo cual hizo por lo menos siete veces durante el trayecto desde la Prechistienka hasta la calle Obukhov. Besó uno de los botines bienamados en la esquina de la calle Miortvyi; para abrirse paso lanzó un rugido salvaje que aterrorizó a tal punto a una transeúnte que la hizo caer sentada sobre un mojón; en dos o tres oportunidades profirió gemidos lastimosos para mantener la compasión de su salvador.

En un momento dado, un desvergonzado gato de albañal salió de un caño de desagüe, como un gato salvaje, y a pesar de la tormenta olfateó el Cracovia. A Bola se le subió la sangre a la cabeza sólo con pensar que el opulento excéntrico que recogía a los perros heridos en los portales pudiese también llevarse consigo a ese ladrón que pretendía saborear los productos del Mosselprom. Por lo tanto mostró sus dientes al intruso en forma tan amenazadora que éste, silbando como un globo que se desinfla, trepó por el caño hasta el segundo piso. —¡Frrr! ¡Uau!– “¡Buen viaje!” Si hubiese que abastecer con productos del Mosselproni a todos los piojosos que infestan la Prechistidnka...

El señor había sido sensible a tanta servicialidad, ya que al llegar frente al cuartel de bomberos y cuando pasaban por debajo de una ventana de la que salía el delicioso bramido de un corno inglés, gratificó al perro con otro trozo de salchichón, algo más pequeño que el primero —debía pesar unos veinte gramos.

"Tipo raro. ¡Me quiere conquistar! No se aflija, no pienso irme. Lo seguiré dondequiera me lo ordene."

–¡Chist, chist, por aquí!

"¿En la calle Obukhov? Desde luego. Conozco muy bien esta calle."

–¡Chisssttt!

"¿Aquí? Con todo gus... Bueno, no. No, perdóneme, hay un portero. Y no existe nada peor que eso. Es muchísimo más peligroso que un barrendero. Una raza decididamente odiosa. Aun más repugnante que los gatos. Descuartizadores con librea de botones dorados."

—Vamos, no temas nada, avanza.

–Mis respetos, Filip Filipovich.

–Buenos días, Fiodor.

"¡Vaya! ¡Alguien importante! ¡Dios de los perros, mira adónde me conduce mi destino! ¡Quién podrá ser este hombre que hace entrar a los perros de la calle en un edificio, a la vista de un portero? Ese canalla no dijo ni "mu". Me miró de reojo pero se mantuvo digno bajo su gorra galonada. Como si fuese algo absolutamente normal. ¡Lo respeta, lo considera, no puede con él! ¡Pues sí, yo estoy con Él, entro con Él! ¿Qué? ¿Me has tocado? ¡Agárrate esto! Ah, morder la pantorrilla callosa de un proletario... Si no eres tú, será tu hermano... Todos los escobazos que recibí, ¿eh?"

–Vamos, ven aquí.

"Comprendo muy bien, no se preocupe. Donde usted vaya, iré yo. Indíqueme tan sólo el camino, no me quedaré atrás a pesar de mi flanco lastimado. "

Voz en la escalera:

–¿No hay correspondencia para mí, Fiodor?

Voz deferente, desde la planta baja:

–No señor, nada. (Luego, casi a media voz, en tono confidencial, apresurado.) En el departamento número tres pusieron nuevos.

El gran benefactor de perros interrumpió súbitamente su ascensión. Se inclina sobre la barandilla y pregunta, aterrorizado:

–¿Qué-é?

El ojo alerta, el bigote erguido.

Abajo, el portero levanta la cabeza, pone sus manos a ambos lados de la boca, como una bocina:

–Tal como le digo: son cuatro.

–¡Por Dios! Imagino lo que ocurrirá. ¿Y cómo son?

–Pasables...

–¿Y Fiodor Pablovich?

–Fue a buscar ladrillos y biombos. Van a hacer tabiques.

–¿Qué novedad es ésta?

–Van a agregar gente en todos los departamentos, menos en el suyo, Filip Filipovich. Hace un rato hubo una reunión y nombraron un nuevo comité. Los demás... despedidos.

–¡Es increíble! ¡Ay, ay, ay! Chist, chist.

"Ya voy, ya voy. Hago todo lo que puedo pero mi flanco me hace demorar. Permítame lamerle el botín."

Abajo, la gorra del portero ha desaparecido. En el rellano de mármol, los tubos de la calefacción irradian un suave calor. Unos peldaños más... y aquí está el Hermoso Piso.

Cuando el olor de la carne se huele a tres kilómetros, no vale la pena de aprender a leer. Sin embargo, si usted vive en Moscú y tiene tan sólo un poco de seso, quiéralo o no, termina por saber leer sin necesidad de haber tomado lecciones. Entre los cuarenta mil perros de Moscú, ninguno ha de ser tan estúpido como para no saber deletrear la palabra salchichón.

Bola había empezado a aprender por los colores. Desde la edad de cuatro meses había observado, diseminados por todo Moscú, grandes carteles de un azul verdoso que llevaban la leyenda M S P O —comercio de carne. Evidentemente, hay que repetirlo, no servían para nada ya que el olor bastaba. Pero una vez se equivocó: engañado por un pérfido color azulado, y privado momentáneamente del olfato debido a emanaciones de nafta, Bola había entrado en el negocio de artículos eléctricos de los hermanos Polubizner, en la Miasniskaia. Allí fue donde trabó relaciones con el hilo eléctrico: ¡al lado de eso el látigo del cochero no era nada! Este memorable acontecimiento marcó el comienzo de la educación de Bola. En cuanto salió empezó a darse cuenta que "azul" no siempre significa "carne"; aullando de dolor, con la cola entre las patas, recordó que en el extremo izquierdo de los carteles de las carnicerías había siempre una cosa roja o dorada parecida a un pequeño trineo.

Luego los progresos fueron más rápidos. Aprendió la "A" en GIavryba en la esquina de lo Mokhovaia, después la "B"... Le resultaba más fácil empezar por el final de la palabra porque al principio había una mayúscula.

Las pequeñas chapas de mayólica colocadas en las esquinas de las calles de Moscú significaban, con toda seguridad, "queso". En cuanto al pequeño grifo negro de samovar con que comenzaba el letrero del ex propietario Téhichkin, evocaba montañas de queso de Holanda, dependientes brutos odiados por los perros, aserrín en el piso y el espantoso olor del innoble bakstein.

También estaban los lugares de los cuales brotaban sonidos de acordeón (que bien valían "Celeste Aída") y olor a salchichas: entonces era muy fácil deletrear en los carteles blancos las primeras letras de la palabra "Prohi... ", que querían decir "Prohibido blasfemar y dar propinas". Algunas veces entre los jugadores estallaban riñas, se golpeaban a puñetazos y también a patadas o a servilletazos, aunque esto último ocurría con menor frecuencia.

Una vidriera llena de mandarinas y jamones rancios era G-a... Ga... Gastronomía. Oscuras botellas que contenían un desagradable líquido... V-I – Vi... Vino... Vinos, la antigua casa Elisséiev Hermanos.

* * *

Al llegar a la puerta de su lujoso departamento del Hermoso Piso, el desconocido tocó el timbre. El perro, que lo había seguido hasta allí, alzó la vista hacia la gran chapa negra cubierta de letras doradas, colocada junto a la ancha puerta de vidrio esmerilado color rosa. Identificó inmediatamente las tres primeras letras: P-R-O... Pro. Luego seguía una especie de porquería panzona que significaba Dios sabe qué "¿No será un proletario?", se preguntó Bola sorprendido. "No, es imposible." Levantó el hocico, husmeó de nuevo el abrigo y llegó definitivamente a esta conclusión: “No, esto no huele a proletario. Es una palabra sabia, pero vaya uno a saber lo que quiere decir.”

Tras el vidrio rosado se encendió de pronto una alegre luz que hizo resaltar aún más el color negro de la chapa. La puerta se abrió sin ruido y apareció una hermosa joven que llevaba un delantalcito blanco y una cofia de encaje. El perro se sintió invadido por un calor divino; la falda de la joven olía a violetas.

“Así es como entiendo la vida”, apreció el can.

–Sírvase entrar, señor Bola —exclamó irónicamente el señor.

Bola obedeció agitando alegremente la cola. En el fastuoso vestíbulo se amontonaba una multitud de objetos. Lo primero que impresionó a Bola fue el gran espejo que llegaba hasta el suelo y reflejaba la imagen de su doble destrozado, roído, gastado hasta la raíz de su pelambre. También observó las terribles astas de reno que dominaban el lugar, numerosos abrigos y botas y la pantalla de opalina de la luz del cielorraso.

–¿Dónde encontró semejante cosa, Filip Filipovich? —preguntó sonriendo la joven mientras le ayudaba a quitarse el pesado abrigo de zorro plateado con reflejos azules—. Pero... ¡está lleno de piojos!

–Estás diciendo tonterías. ¿Dónde ves piojos? —respondió el señor martillando las sílabas.

Libre de su abrigo, ahora se lo veía vestido con un traje negro de paño inglés. Una cadena de oro le cruzaba el abdomen, poniendo una nota cálida y discreta en su atuendo.

–Quédate quieto... Deja de moverte, imbécil. Piojos... ¡Hmmmm! ¡Ajá! una quemadura. Pero, ¡quieres quedarte quieto! ¿Quién te puso en este estado?

"Fue el cocinero, esa carne de patíbulo" quiso gemir el perro, alzando una mirada conmovedora.

–Zina —ordenó el amo– llévalo inmediatamente a la sala de curaciones y dame un guardapolvo.

La mujer silbó, chasqueó los dedos y el can, tras vacilar un instante, la siguió. Entraron en un angosto corredor débilmente iluminado, pasaron frente a una puerta barnizada, en el extremo del corredor dieron una vuelta hacia la derecha y se hallaron en una habitación oscura en la cual reinaba un olor que inmediatamente le desagradó. Un chasquido seco y la oscuridad se convirtió en luz enceguecedora, una verdadera luz diurna que parecía surgir de todas partes.

¡Ea, no, gimió Bola para sí, perdóneme pero no me entregaré! Que se vayan al diablo, ellos y su salchichón. Ahora comprendo donde me atrajeron: a un hospital para perros. Me van a hacer tomar aceite de ricino y usarán cuchillos para cortarme el flanco... como si ya no me doliese bastante.

–¿Adónde vas? —exclamó la que llamaban Zina.

Retorciéndose para huir, el perro se ovilló sobre sí mismo y, con su flanco sano fue a golpear la puerta con tal violencia que todo el departamento tembló. Luego, arrojándose hacia atrás empezó a girar como un trompo, volcando un balde blanco que desparramó en el suelo una multitud de copos de algodón. Las paredes, contra las cuales se adosaban armarios llenos de instrumentos resplandecientes, comenzaron a girar en torno de él, luego un delantal blanco y el rostro deformado de una mujer se abalanzaron a su encuentro.

–¡Qué haces, maldito animal, quédate aquí! —gritaba Zina, desesperada.

¿Dónde estará la escalera de servicio?, se preguntó. Tomó impulso y se arrojó de cabeza contra un vidrio con la esperanza de encontrar una salida. Volaron ruidosamente mil añicos y se rompió un gran frasco esférico del que se volcó, esparciéndose. por el piso, una inmundicia rojiza de olor horrendo. Entonces se abrió la verdadera puerta.

–¡Quédate quieto, pedazo de bruto! —gritó el señor con el guardapolvo a medio poner y saltando para agarrarlo por la cola. ¡Zina, préndelo del pescuezo, vaya granuja!

–¡Bondad divina, qué perro!

La puerta se abrió aún más y otro personaje de sexo masculino, que también vestía guardapolvo, entró en la habitación. Pisoteando fragmentos de vidrio, no reparó en él sino que se dirigió al armario, que abrió, inundando el cuarto con un olor dulzón y empalagoso. Luego se echó con todo su peso sobre el animal, el cual no desperdició la oportunidad de morderlo en un tobillo, justo encima del botín. El personaje profirió un grito de dolor, pero no renunció. El liquido empalagoso quitaba el aliento y mareaba. Sintió que las patas se le aflojaban, dio todavía algunos pasos vacilantes y se desplomó en medio de los filosos trozos de vidrio. "Bueno, todo terminó, pensó seminconsciente. ¡Adiós Moscú! Ya no volveré a ver a los hermanos Tchiclikin, ni a los proletarios, ni al salchichón de Cracovia. Habré merecido muy bien mi paraíso de perro. Hermanos, desolladores, ¿por qué me trataron así?"

Entonces se acostó definitivamente sobre el flanco y reventó.

* * *

Cuando resucitó experimentaba un leve mareo y sentía algunas náuseas, pero el dolor en el flanco había desaparecido, reemplazado por una deliciosa sensación de ausencia. Levantó lánguidamente un párpado y vio por la comisura del ojo derecho, las vendas apretadas que le sostenían el vientre y los flancos.

"Estos hijos de perra se salieron con la suya, pensó confusamente, pero hay que reconocer que lo hicieron bien."

De Sevilla a Granada... En las quietas tinieblas de la noche¹canturreaba distraídamente una voz en falsete por encima de su cabeza.

¹Canción muy conocida a comienzos del siglo XX, con letra de Alexei Tolstoi (N. de la T.]

Sorprendido, el perro abrió bien grandes ambos ojos y divisó a dos pasos de él una pierna de hombre posada sobre un taburete blanco. El pantalón y el calzoncillo arremangados dejaban al descubierto una piel amarillenta maculada con sangre seca y tintura de yodo.

"¡Dios mío!", pensó, "Es el que mordí. Es obra mía. Tanto peor para mí."

Se oyen las serenatas y los hombres que pelean. —la voz dejó de cantar para preguntarle—: ¿Por qué mordiste al doctor, bribón? Y por qué rompiste el vidrio, ¿eh?

–¡Wu u u u uu! —trató de gemir.

–Bueno, basta. Quédate quieto, idiota.

–¿Cómo hizo para traer un perro tan nervioso, Filip Filipovich? —preguntó una agradable voz masculina. La parte inferior del calzoncillo se deslizó hacia el pie. Brotó un olor a tabaco; se oyó un leve ruido de frascos en el armario.

–Con suavidad. Es el único medio posible cuando se trata de una criatura viviente. Por medio del terror nada se obtiene de ningún animal, cualquiera sea su nivel en la escala de la evolución. Es lo que siempre sostuve, lo que sostengo y seguiré sosteniendo. Algunos creen que se puede lograr algo por el terror. ¡No, no y no: el terror jamás sirve para nada, ya sea blanco, rojo o pardo! El terror paraliza por completo el sistema nervioso. ¡Zina! Compré para este vagabundo un rublo y 40 kopecks de salchichón de Cracovia. Hazme el favor de darle de comer cuando se le terminen las náuseas.

Se oyeron rechinar astillas de vidrio bajo la escoba y una voz de mujer que replicaba con coquetería:

–¡Cracovia! Como si no hubiese bastado con comprarle 20 kopecks de sobras en la carnicería. ¡De buenas ganas me quedaría yo con el Cracovia!

–Prueba de hacerlo y tendrás que vértelas conmigo. Es un veneno para el estómago humano. A tu edad eres todavía como un niño que se lleva a la boca todas las porquerías que encuentra. Te lo advierto: ni el doctor Bormental ni yo nos ocuparemos de ti cuando tengas cólicos...

Entretanto, varios timbrazos leves habían sonado en el departamento, al mismo tiempo que se oían con intermitencias ruidos de voces procedentes del vestíbulo. Zina salió de la habitación.

Filip Filipovich arrojó una colilla en el balde, abrochó su guardapolvo, se alisó el bigote frente al espejo y le espetó al perro:

–Chist, aquí; es la hora de la consulta.

Bola se levantó sobre sus patas aún débiles, temblando y vacilando un poco, pero muy pronto se reanimó y siguió al amplio guardapolvo de Filip Filipovich. Entró de nuevo en el angosto corredor y, al pasar, observó en el cielorraso el globo que ahora lo iluminaba. La puerta barnizada se abrió y pasó al consultorio detrás de Filip Filipovich: quedó deslumbrado por el esplendor del lugar. Había una sorprendente profusión de luz: en las molduras del cielorraso, en la mesa, en las paredes, en los vidrios de los armarios, por todas partes resplandecían lámparas. Entre la multitud de objetos que se le revelaban, Bola reparó con especial interés en una enorme lechuza posada sobre una rama apoyada en una de las paredes.

–¡Acuéstate! —ordenó Filip Filipovich.

Enfrente se abrió una puerta de madera labrada, por la que entró el hombre que había sido mordido. En la brillante claridad de esta habitación, ahora se lo veía joven, muy apuesto, con breve barba cortada en punta. Tendió una hoja de papel y anunció:

–Un viejo cliente...

Y salió sin esperar respuesta mientras Filip Filipovich, alzando los faldones de su guardapolvo, se instalaba ante su escritorio y adoptaba de pronto un aire extraordinariamente serio e importante.

"No, no es a un hospital donde llegué, es otra cosa, pensó el perro turbado, dejándose caer sobre la ornamentada alfombra junto a un pesado sofá de cuero, pero tendré que aclarar este asunto de la lechuza..."

La puerta se abrió suavemente y entró un personaje que lo asombró, a tal punto que lo hizo proferir un leve ladrido.

–¡Silencio! Vaya... amigo mío, está usted desconocido.

El recién llegado dirigió a Filip Filipovich un saludo confundido y respetuoso.


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