Текст книги "Romeo y Julieta"
Автор книги: Уильям Шекспир
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Драматургия
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JULIETA.-Dame la ampolleta, y no hablemos de temores.
FRAY LORENZO.-Tómala. Valor y fortuna. Voy a enviar a un lego con una carta a Mantua.
JULIETA.-Dios me dé valor, aunque ya le siento en mí. Adiós, padre mío.
ESCENA SEGUNDA
Casa de Capuleto
(CAPULETO, SU MUJER, el AMA y CRIADOS)
CAPULETO.-(A un Criado)Convidarás a todos los que van en esta lista. Y tú buscarás veinte cocineros.
CRIADO 1°.-Los buscaré tales que se chupen el dedo.
CAPULETO.-¡Rara cualidad!
CRIADO 2°-Nunca es bueno el cocinero que no sabe chuparse los dedos, ni traeré a nadie que no sepa.
CAPULETO.-Vete, que el tiempo apremia, y nada tenemos dispuesto. ¿Fue la niña a confesarse con fray Lorenzo?
AMA.-Sí.
CAPULETO.-Me alegro: quizá él pueda rendir el ánimo de esa niña mal criada.
AMA.-Vedla, qué alegre viene del convento.
CAPULETO.-(A Julieta)¿Dónde has estado, terca?
JULIETA.-En la confesión, donde me arrepentí de haberos desobedecido. Fray Lorenzo me manda que os pida perdón, postrada a vuestros pies. Así lo hago, y desde ahora prometo obedecer cuanto me mandareis.
CAPULETO.-Id en busca de Paris, y que lo prevenga todo para la comida que ha de celebrarse mañana.
JULIETA.-Vi a ese caballero en la celda de fray Lorenzo, y le concedí cuanto podía concederle mi amor, sin agravio del decoro.
CAPULETO.-¡Cuánto me alegro! Levántate: has hecho bien en todo. Quiero hablar con el Conde. (A un criado.)Dile que venga. ¡Cuánto bien hace este fraile en la ciudad!
JULIETA.-Ama, ven a mi cuarto, para que dispongamos juntas las galas de desposada.
SEÑORA DE CAPULETO.-No: eso debe hacerse el jueves: todavía hay tiempo.
CAPULETO.-No: ahora, ahora: mañana temprano a la iglesia. (Se van Julieta y el ama.)
SEÑORA DE CAPULETO.-Apenas nos queda tiempo. Es de noche.
CAPULETO.-Todo se hará, esposa mía. Ayuda a Julieta a vestirse. Yo no me acostaré, y por esta vez seré guardián de la casa. ¿Qué es eso? ¿Todos los criados han salido? Voy yo mismo en busca de Paris, para avisarle que mañana es la boda. Este cambio de voluntad me da fuerzas y mocedad nueva.
ESCENA TERCERA
Habitación de Julieta
(JULIETA y su MADRE)
JULIETA.-Sí, ama, sí: este traje está mejor, pero yo quisiera quedarme sola esta noche, para pedir a Dios en devotas oraciones que me ilumine y guíe en estado tan lleno de peligros. (Entra la señora de Capuleto.)
SEÑORA DE CAPULETO.-Bien trabajáis. ¿Queréis que os ayude?
JULIETA.-No, madre. Ya estarán escogidas las galas que he de vestirme mañana. Ahora quisiera que me dejaseis sola, y que el ama velase en vuestra compañía, porque es poco el tiempo, y falta mucho que disponer.
SEÑORA DE CAPULETO.-Buenas noches, hija. Vete a descansar, que falta te hace. (Vase.)
JULIETA.-¡Adiós! ¡Quién sabe si volveremos a vernos! Un miedo helado corre por mis venas y casi apaga en mí el aliento vital. ¿Les diré que vuelvan? Ama… Pero ¿a qué es llamarla? Yo sola debo representar esta tragedia. Ven a mis manos, ampolla. Y si este licor no produjese su efecto, ¿tendría yo que ser esposa del Conde? No, no, jamás: tú sabrás impedirlo. Aquí, aquí le tengo guardado. (Señalando el puñal.)¿Y si este licor fuera un veneno preparado por el fraile para matarme y eludir su responsabilidad por haberme casado con Romeo? Pero mi temor es vano. ¡Si dicen que es un santo! ¡Lejos de mí tan ruines pensamientos! ¿Y si me despierto encerrada en el ataúd, antes que vuelva Romeo? ¡Qué horror! En aquel estrecho recinto, sin luz, sin aire… me voy a ahogar antes que él llegue. Y la espantosa imagen de la muerte… y la noche… y el horror del sitio… la tumba de mis mayores… aquellos huesos amontonados por tantos siglos… el cuerpo de Teobaldo que está en putrefacción muy cerca de allí… los espíritus que, según dicen, interrumpen… de noche, el silencio de aquella soledad… ¡Ay, Dios mío! ¿No será fácil que al despertarme, respirando aquellos miasmas, oyendo aquellos lúgubres gemidos que suelen entorpecer a los mortales, aquellos gritos semejantes a las quejas de la mandrágora cuando se le arranca del suelo… no es fácil que yo pierda la razón, y empiece a jugar en mi locura con los huesos de mis antepasados, o a despojar de su velo funeral el cadáver de Teobaldo, o a machacarme el cráneo con los pedazos del esqueleto de alguno de mis ilustres mayores? Ved… Es la sombra de mi primo, que viene con el acero desnudo, buscando a su matador Romeo. ¡Detente, Teobaldo! ¡A la salud de Romeo! (Bebe.)
ESCENA CUARTA
Casa de Capuleto
(La SEÑORA y el AMA)
SEÑORA DE CAPULETO.-Toma las llaves: tráeme más especias.
AMA.-Ahora piden clavos y dátiles.
CAPULETO.-(Que entra.)Vamos, no os detengáis, que ya ha sonado por segunda vez el canto del gallo. Ya tocan a maitines. Son las tres. Tú, Angela, cuida de los pasteles, y no reparéis en el gasto.
AMA.-Idos a dormir, señor impertinente. De seguro que por pasar la noche en vela, amanecéis enfermo mañana.
CAPULETO.-¡Qué bobería! Muchas noches he pasado en vela sin tanto motivo, y nunca he enfermado.
SEÑORA DE CAPULETO.-Sí: buen ratón fuiste en otros tiempos. Ahora ya velo yo, para evitar tus veladas.
CAPULETO.-¡Ahora celos! ¿Qué es lo que traes, muchacho?
CRIADO 1°.-El cocinero lo pide. No sé lo que es.
CAPULETO.-Vete corriendo: busca leña seca. Pedro te dirá dónde puedes encontrarla.
CRIADO 1°.-Yo la encontraré: no necesito molestar a Pedro. (Se van.)
CAPULETO.-Dice bien, a fe mía. ¡Es gracioso ese galopín! Por vida mía. Ya amanece. Pronto llegará Paris con música, según anunció. ¡Ahí está! ¡Ama, mujer mía, venid aprisa! (Suena música.) (Al ama.)Vete, despierta y viste a Julieta, mientras yo hablo con Paris. Y no te detengas mucho, que el novio llega. No te detengas.
ESCENA QUINTA
Aposento de Julieta. Ésta, en el lecho
(El AMA y la SEÑORA)
AMA.-¡Señorita, señorita! ¡Cómo duerme! ¡Señorita, novia, cordero mío! ¿No despiertas? Haces bien: duerme para ocho días, que mañana ya se encargará Paris de no dejarte dormir. ¡Válgame Dios, y cómo duerme! Pero es necesario despertarla. ¡Señorita, señorita! No falta más sino que venga el Conde y te halle en la cama. Bien te asustarías. Dime, ¿no es verdad? ¿Vestida estás, y te volviste a acostar? ¿Cómo es esto? ¡Señorita, señorita!… ¡Válgame Dios! ¡Socorro, que mi ama se ha muerto! ¿Por qué he vivido yo para ver esto? Maldita sea la hora en que nací. ¡Esencias, pronto! ¡Señor, señora, acudid!
SEÑORA DE CAPULETO.-(Entrando.)¿Por qué tal alboroto?
AMA.-¡Día aciago!
SEÑORA DE CAPULETO.-¿Qué sucede?
AMA.-Ved, ved. ¡Aciago día!
SEÑORA DE CAPULETO.-¡Dios mío, Dios mío! ¡Pobre niña! ¡Vida mía! Abre los ojos, o déjame morir contigo. ¡Favor, favor! (Entra Capuleto.)
CAPULETO.-¿No os da vergüenza? Ya debía de haber salido Julieta. Su novio la está esperando.
AMA.-¡Si está muerta! ¡Aciago día!
SEÑORA DE CAPULETO.-¡Aciago día! ¡Muerta, muerta!
CAPULETO.-¡Dejádmela ver! ¡Oh, Dios! que espanto, ¡Helada su sangre, rígidos sus miembros! Huyó la rosa de sus labios. ¡Yace tronchada como la flor por prematura y repentina escarcha! ¡Hora infeliz!
AMA.-¡Día maldito!
SEÑORA DE CAPULETO.-¡Aciago día!
CAPULETO.-La muerte que fiera la arrebató, traba mi lengua e impide mis palabras. (Entran fray Lorenzo, Paris y músicos.)
FRAY LORENZO.-¿Cuándo puede ir la novia a la iglesia?
CAPULETO.-Sí irá, pero para quedarse allí. En vísperas de boda, hijo mío, vino la muerte a llevarse a tu esposa, flor que deshojó inclemente la Parca. Mi yerno y mi heredero es el sepulcro: él se ha desposado con mi hija. Yo moriré también, y él heredará todo lo que poseo.
PARIS.-¡Yo que tanto deseaba ver este día, y ahora es tal vista la que me ofrece!
SEÑORA DE CAPULETO.-¡Infeliz, maldito, aciago día! ¡Hora la más terrible que en su dura peregrinación ha visto el tiempo! ¡Una hija sola! ¡Una hija sola, y la muerte me la lleva! ¡Mi esperanza, mi consuelo, mi ventura!…
AMA.-¡Día aciago y horroroso, el más negro que he visto nunca! ¡El más horrendo que ha visto el mundo! ¡Aciago día!
PARIS.-¡Y yo burlado, herido, descasado, atormentado! ¡Cómo te mofas de mí, cómo me conculcas a tus plantas, fiera muerte! ¡Ella, mi amor, mi vida, muerta ya!
CAPULETO.-¡Y yo despreciado, abatido, muerto! Tiempo cruel, ¿por qué viniste con pasos tan callados a turbar la alegría de nuestra fiesta? ¡Hija mía, que más que mi hija era mi alma! ¡Muerta, muerta, mi encanto, mi tesoro!
FRAY LORENZO.-Callad, que no es la queja remedio del dolor. Antes vos y el cielo poseíais a esa doncella: ahora el cielo solo la posee, y en ello gana la doncella. No pudisteis arrancar vuestra parte a la muerte. El cielo guarda para siempre la suya. ¿No queríais verla honrada y ensalzada? ¿Pues a qué vuestro llanto, cuando Dios la ensalza y encumbra más allá del firmamento? No amáis a vuestra hija tanto como la ama Dios. La mejor esposa no es la que más vive en el mundo, sino la que muere joven y recién casada. Detened vuestras lágrimas. Cubrir su cadáver de romero, y llevadla a la iglesia según costumbre, ataviada con sus mejores galas. La naturaleza nos obliga al dolor, pero la razón se ríe.
CAPULETO.-Los preparativos de una fiesta se convierten en los de un entierro: nuestras alegres músicas en solemne doblar de campanas: el festín en comida funeral: los himnos en trenos: las flores en adornos de ataúd… todo en su contrario.
FRAY LORENZO.-Retiraos, señor, y vos, señora, y vos, conde Paris. Prepárense todos a enterrar este cadáver. Sin duda el cielo está enojado con vosotros. Ved si con paciencia y mansedumbre lográis desarmar su cólera. (Vanse.)
MUSICO 1°.-Recojamos los instrumentos, y vámonos.
AMA.-Recogedlos sí, buena gente. Ya veis que el caso no es para música.
MUSICO 1°.-Más alegre podía ser. (Entra Pedro.)
PEDRO.-¡Oh, músicos, músicos! “la paz del corazón.” “la paz del corazón.” Tocad por vida mía “la paz del corazón”.
MUSICO 1°.-¿Y por qué “la paz del corazón”?
PEDRO.-¡Oh, músicos! porque mi corazón está tañendo siempre “mi dolorido corazón”. Cantad una canción alegre, para que yo me distraiga.
MUSICO 1°.-No es ésta ocasión de canciones.
PEDRO.-¿Y por qué no?
MÚSICO 1°.-Claro que no.
PEDRO.-Pues entonces yo os voy a dar de veras.
MUSICO 1°.-¿Que nos darás?
PEDRO.-No dinero ciertamente, pues soy un pobre lacayo, pero os daré que sentir.
MUSICO 1°.-¡Vaya con el lacayo!
PEDRO.-Pues el cuchillo del lacayo os marcará cuatro puntos en la cara. ¿Venirme a mí con corchetes y bemoles? Yo es enseñaré la solfa.
MUSICO 1°.-Y vos la notaréis, si queréis enseñárnosla.
MUSICO 2°.-Envainad la daga, y sacad a plaza vuestro ingenio.
PEDRO.-Con mi ingenio más agudo que un puñal os traspasaré, y por ahora envaino la daga. Respondedme finalmente: “La música argentina”, ¿y qué quiere decir “la música argentina”? ¿Por qué ha de ser argentinala música? ¿Qué dices a esto, Simón Bordon?
MUSICO 1°.-¡Toma! Porque el sonido de la plata es dulce.
PEDRO.-Está bien, ¿y vos, Hugo Rabel, qué decís a esto?
MUSICO 2°.-Yo digo “música argentina”, porque el son de la plata hace tañer a los músicos.
PEDRO.-Tampoco está mal. ¿Y qué dices tú, Jaime Clavija?
MUSICO 3°.-Ciertamente que no sé qué decir.
PEDRO.-Os pido que me perdonéis la pregunta. Verdad es que sois el cantor. Se dice “música argentina” porque a músicos de vuestra calaña nadie los paga con oro, cuando tocan.
MUSICO 1°.-Este hombre es un pícaro.
MUSICO 2°.-Así sea su fin. Vamos allá a aguardar la comitiva fúnebre, y luego a comer.
ACTO QUINTO
ESCENA PRIMERA
Calle de Mantua
(ROMEO y BALTASAR)
ROMEO.-Si hemos de confiar en un dulce y agradable sueño, alguna gran felicidad me espera. Desde la aurora pensamientos de dicha agitan mi corazón, rey de mi pecho, y como que me dan alas para huir de la tierra. Soñé con mi esposa y que me encontraba muerto. ¡Raro fenómeno: que piense un cadáver! Pero con sus besos me hubiera trocado por un emperador. ¡Oh, cuan dulces serán las realidades del amor, cuando tanto lo son las sombras! (Entra Baltasar.)¿Traes alguna nueva de Verona? ¿Te ha dado Fray Lorenzo alguna carta para mí? ¿Cómo está mi padre? ¿Y Julieta? Nada malo puede sucederme si ella está buena.
BALTASAR.-Pues ya nada malo puede sucederte, porque su cuerpo reposa en el sepulcro, y su alma está con los ángeles. Yace en el panteón de su familia. Y perdonadme que tan pronto haya venido a traeros tan mala noticia, pero vos mismo, señor, me encargasteis que os avisara de todo.
ROMEO.-¿Será verdad? ¡Cielo cruel, yo desafío tu poder! Dadme papel y plumas. Busca esta tarde caballos, y vámonos a Verona esta noche.
BALTASAR.-Señor, dejadme acompañaros, porque vuestra horrible palidez me anuncia algún mal suceso.
ROMEO.-Nada de eso. Déjame en paz y obedece. ¿No traes para mi carta de Fray Lorenzo?
BALTASAR.-Ninguna.
ROMEO.-Lo mismo da. Busca en seguida caballos, y en marcha. (Se va Baltasar.)Sí, Julieta, esta noche descansaremos juntos. ¿Pero cómo? ¡Ah, infierno, cuan presto vienes en ayuda de un ánimo desesperado! Ahora me acuerdo que cerca de aquí vive un boticario de torvo ceño y mala catadura gran herbolario de yerbas medicinales. El hambre le ha convertido en esqueleto. Del techo de su lóbrega covacha tiene colgados una tortuga, un cocodrilo, y varias pieles de fornidos peces; y en cajas amontonadas, frascos vacíos y verdosos, viejas semillas, cuerdas de bramante, todo muy separado para aparentar más. Yo, al ver tal miseria, he pensado que aunque está prohibido, so pena de muerte, el despachar veneno, quizá este infeliz, si se lo pagaran, lo vendería. Bien lo pensé, y ahora voy a ejecutarlo. Cerrada tiene la botica. ¡Hola, eh! (Sale el Boticario.)
BOTICARIO.-¿Quién grita?
ROMEO.-Oye. Tu pobreza es manifiesta. Cuarenta ducados te daré por una dosis de veneno tan activo que, apenas circule por las venas, extinga el aliento vital tan rápidamente como una bala de cañón.
BOTICARIO.-Tengo esos venenos, pero las leyes de Mantua condenan a muerte al que los venda.
ROMEO.-Y en tu pobreza extrema ¿qué te importa la muerte? Bien clara se ve el hambre en tu rostro, y la tristeza y la desesperación. ¿Tiene el mundo alguna ley, para hacerte rico? Si quieres salir de pobreza, rompe la ley y recibe mi dinero.
BOTICARIO.-Mi pobreza lo recibe, no mi voluntad.
ROMEO.-Yo no pago tu voluntad, sino tu pobreza.
BOTICARIO.-Este es el ingrediente: desleídlo en agua o en un licor cualquiera, bebedlo, y caeréis muerto en seguida, aunque tengáis la fuerza de veinte hombres.
ROMEO.-Recibe tú el dinero. Él es la verdadera ponzoña, engendradora de más asesinatos que todos los venenos que no debes vender. La venta la he hecho yo, no tú. Adiós: compra pan, y cúbrete. No un veneno, sino una bebida consoladora llevo conmigo al sepulcro de Julieta.
ESCENA SEGUNDA
Celda de fray Lorenzo
(FRAY JUAN y FRAY LORENZO)
FRAY JUAN.-¡Hermano mío, santo varón!
FRAY LORENZO.-Sin duda es Fray Juan el que me llama. Bien venido seáis de Mantua; ¿qué dice Romeo? Dadme su carta, si es que traéis alguna.
FRAY JUAN.-Busqué a un fraile descalzo de nuestra orden, para que me acompañara. Al fin le encontré, curando enfermos. La ronda, al vernos salir de una casa, temió que en ella hubiese peste. Sellaron las puertas, y no nos dejaron salir. Por eso se desbarató el viaje a Mantua.
FRAY LORENZO.-¿Y quién llevó la carta a Romeo?
FRAY JUAN.-Nadie: aquí está. No pude encontrar siquiera quien os la devolviese. Tal miedo tenían todos a la peste.
FRAY LORENZO.-¡Qué desgracia! ¡Por vida de mi padre San Francisco! Y no era carta inútil, sino con nuevas de grande importancia. Puede ser muy funesto el retardo. Fray Juan, búscame en seguida un azadón y llévale a mi celda.
FRAY JUAN.-En seguida, hermano. (Vase.)
FRAY LORENZO.-Sólo tengo que ir al cementerio, porque dentro de tres horas ha de despertar la hermosa Julieta de su desmayo. Mucho se enojará conmigo porque no di oportunamente aviso a Romeo. Volveré a escribir a Mantua, y entre tanto la tendré en mi celda esperando a Romeo. ¡Pobre cadáver vivo encerrado en la cárcel de un muerto!
ESCENA TERCERA
Cementerio, con el panteón de los capuletos
(PARIS y un PAJE con flores y antorchas)
PARIS.-Dame una tea. Apártate: no quiero ser visto. Ponte al pie de aquel arbusto y estáte con el oído fijo en la tierra, para que nadie huelle el movedizo suelo del cementerio, sin notarlo yo. Apenas sientas a alguno, da un silbido. Dame las flores, y obedece.
PAJE.-Así lo haré; (aparte)aunque mucho temor me da el quedarme solo en este cementerio.
PARIS.-Vengo a cubrir de flores el lecho nupcial de la flor más hermosa que salió de las manos de Dios. Hermosa Julieta, que moras entre los coros de los ángeles, recibe este, mi postrer recuerdo. Viva, te amé: muerta, vengo a adornar con tristes ofrendas tu sepulcro. (El paje silba.)Siento la señal del paje: alguien se acerca. ¿Qué pie infernal es el que se llega de noche a interrumpir mis piadosos ritos? ¡Y trae una tea encendida! ¡Noche, cúbreme con tu manto! (Entran Romeo y Baltasar.)
ROMEO.-Dame ese azadón y esa palanca. Toma esta carta. Apenas amanezca, procurarás que la reciba Fray Lorenzo. Dame la luz, y si en algo estimas la vida, nada te importe lo que veas u oigas, ni quieras estorbarme en nada. La principal razón que aquí me trae no es ver por última vez el rostro de mi amada, sino apoderarme del anillo nupcial que aún tiene en su dedo, y llevarle siempre como prenda de amor. Aléjate, pues. Y si la curiosidad te mueve a seguir mis pasos, júrote que he de hacerte trizas, y esparcir tus miembros desgarrados por todos los rincones de este cementerio. Más negras y feroces son mis intenciones, que tigres hambrientos o mare alborotadas.
BALTASAR.-En nada pienso estorbaros, señor.
ROMEO.-Es la mejor prueba de amistad que puedes darme. Toma, y sé feliz, amigo mío.
BALTASAR.-(Aparte.)Pues, a pesar de todo, voy a observar lo que hace; porque su rostro y sus palabras me espantan.
ROMEO.-¡Abominable seno de la muerte, que has devorado la mejor prenda de la tierra, aún has de tener mayor alimento! (Abre las puertas del sepulcro.)
PARIS.-Este es Montesco, el atrevido desterrado, el asesino de Teobaldo, del primo de mi dama, que por eso murió de pena, según dicen. Sin duda ha venido aquí a profanar los cadáveres. Voy a atajarle en su diabólico intento. Cesa, infame Montesco; ¿no basta la muerte a detener tu venganza y tus furores? ¿Por qué no te rindes, malvado proscrito? Sígueme, que has de morir.
ROMEO.-Sí: a morir vengo. Noble joven, no tientes a quien viene ciego y desalentado. Huye de mí: déjame; acuérdate de los que fueron y no son. Acuérdate y tiembla, no me provoques más, joven insensato. Por Dios te lo suplico. No quieras añadir un nuevo pecado a los que abruman mi cabeza. Te quiero más que lo que tú puedes quererte. He venido a luchar conmigo mismo. Huye, si quieres salvar la vida, y agradece el consejo de un loco.
PARIS.-¡Vil desterrado, en vano son esas súplicas!
ROMEO.-¿Te empeñas en provocarme? Pues muere… (Pelean.)
PAJE.-¡Ay, Dios! pelean: voy a pedir socorro. (Vase. Cae herido Paris.)
PARIS.-¡Ay de mí, muerto soy! Si tienes lástima de mi, ponme en el sepulcro de Julieta.
ROMEO.-Sí que lo haré. Veámosle el rostro. ¡El pariente de Mercutio, el conde Paris! Al tiempo de montar a caballo, ¿no oí, como entre sombras, decir a mi escudero, que iban a casarse Paris y Julieta? ¿Fue realidad o sueño? ¿O es que estaba yo loco y creí que me hablaban de Julieta? Tu nombre está escrito con el mío en el sangriento libro del destino. Triunfal sepulcro te espera: ¿Qué digo sepulcro? Morada de luz, pobre joven. Allí duerme Julieta, y ella basta para dar luz y hermosura al mausoleo. Yace tú a su lado: un muerto es quien te entierra. Cuando el moribundo se acerca al trance final, suele reanimarse, y a esto lo llaman el último destello. Esposa mía, amor mío, la muerte que ajó el néctar de tus labios, no ha podido vencer del todo tu hermosura. Todavía irradia en tus ojos y en tu semblante, donde aún no ha podido desplegar la muerte su odiosa bandera. Ahora quiero calmar la sombra de Teobaldo, que yace en ese sepulcro. La misma mano que cortó tu vida, va a cortar la de tu enemigo. Julieta, ¿por qué estás aún tan hermosa? ¿Será que el descarnado monstruo te ofrece sus amores y te quiere para su dama? Para impedirlo, dormiré contigo en esta sombría gruta de la noche, en compañía de esos gusanos, que son hoy tus únicas doncellas. Este será mi eterno reposo. Aquí descansará mi cuerpo, libre de la fatídica ley de los astros. Recibe tú la última mirada de mis ojos, el último abrazo de mis brazos, el último beso de mis labios, puertas de la vida, que vienen a sellar mi eterno contrato con la muerte. Ven, áspero y vencedor piloto: mi nave, harta de combatir con las olas, quiere quebrantarse en los peñascos. Brindemos por mi dama. ¡Oh, cuán portentosos son los efectos de tu bálsamo, alquimista veraz! Así, con este beso… muero. (Cae. Llega fray Lorenzo.)
FRAY LORENZO.-¡Por San Francisco y mi santo hábito! ¡Esta noche mi viejo pie viene tropezando en todos los sepulcros! ¿Quién a tales horas interrumpe el silencio de los muertos?
BALTASAR.-Un amigo vuestro, y de todas veras.
FRAY LORENZO.-Con bien seas. ¿Y para qué sirve aquella luz, ocupada en alumbrar a gusanos y calaveras? Me parece que está encendida en el monumento de los Capuletos.
BALTASAR.-Verdad es, padre mío, y allí se encuentra mi amo, a quien tanto queréis.
FRAY LORENZO.-¿De quién hablas?
BALTASAR.-De Romeo.
FRAY LORENZO.-¿Y cuánto tiempo hace que ha venido?
BALTASAR.-Una media hora.
FRAY LORENZO.-Sígueme.
BALTASAR.-¿Y cómo, padre, si mi amo cree que no estoy aquí, y me ha amenazado con la muerte, si yo le seguía?
FRAY LORENZO.-Pues quédate, e iré yo solo. ¡Dios mío! Alguna catástrofe temo.
BALTASAR.-Dormido al pie de aquel arbusto, soñé que mi señor mataba a otro en desafío.
FRAY LORENZO.-¡Romeo! Pero ¡Dios mío! ¿Qué sangre es ésta en las gradas del monumento? ¿Qué espadas éstas sin dueño, y tintas todavía de sangre? (Entra en el sepulcro.)¡Romeo! ¡Pálido está como la muerte! ¡Y Paris cubierto de sangre!… La doncella se mueve. (Despierta Julieta.)
JULIETA.-Padre, ¿dónde está mi esposo? Ya recuerdo dónde debía yo estar y allí estoy. Pero ¿dónde está Romeo, padre mío?
FRAY LORENZO.-Oigo ruido. Deja tú pronto ese foco de infección, ese lecho de fingida muerte. La suprema voluntad de Dios ha venido a desbaratar mis planes. Sígueme. Tu esposo yace muerto a tu lado, y Paris muerto también. Sígueme a un devoto convento y nada más me digas, porque la gente se acerca. Sígueme, Julieta, que no podemos detenernos aquí. (Vase.)
JULIETA.-Yo aquí me quedaré. ¡Esposo mío! Mas ¿qué veo? Una copa tiene en las manos. Con veneno ha apresurado su muerte. ¡Cruel! no me dejó ni una gota que beber. Pero besaré tus labios que quizá contienen algún resabio del veneno. Él me matará y me salvará. (Le besa.)Aún siento el calor de sus labios.
ALGUACIL 1°.-(Dentro.)¿Dónde está? Guiadme.
JULIETA.-Siento pasos. Necesario es abreviar. (Coge el puñal de Romeo.)¡Dulce hierro, descansa en mi corazón, mientras yo muero! (Se hiere y cae sobre el cuerpo de Romeo. Entran la ronda y el paje de Paris.)
PAJE.-Aquí es donde brillaba la luz.
ALGUACIL 1°.-Recorred el cementerio. Huellas de sangre hay. Prended a todos los que encontréis. ¡Horrenda vista! Muerto Paris, y Julieta, a quien hace dos días enterramos por muerta, se está desangrando, caliente todavía. Llamad al Príncipe, y a los Capuletos y a los Montescos. Sólo vemos cadáveres, pero no podemos atinar con la causa de su muerte. (Traen algunos a Baltasar.)
ALGUACIL 2°.-Este es el escudero de Romeo, y aquí le hemos encontrado.
ALGUACIL 1°.-Esperemos la llegada del Príncipe. (Entran otros con fray Lorenzo.)
ALGUACIL 3°.-Tembloroso y suspirando hemos hallado a este fraile cargado con una palanca y un azadón; salía del cementerio.
ALGUACIL 1°.-Sospechoso es todo eso: detengámosle. (Llegan el Príncipe y sus guardas.)
PRINCIPE.-¿Qué ha ocurrido para despertarme tan de madrugada? (Entran Capuleto, su mujer, etc.)
CAPULETO.-¿Qué gritos son los que suenan por esas calles?
SEÑORA CAPULETO.-Unos dicen “Julieta”, otros “Romeo”, otros “Paris”, y todos corriendo y dando gritos, se agolpan al cementerio.
PRINCIPE.-¿Qué historia horrenda y peregrina es ésta?
ALGUACIL 1°.-Príncipe, ved. Aquí están el conde Paris y Romeo, violentamente muertos y Julieta, caliente todavía y desangrándose.
PRINCIPE.-¿Averiguasteis la causa de estos delitos?
ALGUACIL 1°.-Sólo hemos hallado a un fraile y al paje de Romeo, cargados con picos y azadones propios para levantar la losa de un sepulcro.
CAPULETO.-¡Dios mío! Esposa mía, ¿no ves correr la sangre de nuestra hija? Ese puñal ha errado el camino: debía haberse clavado en el pecho del Montesco y no en el de nuestra inocente hija.
SEÑORA CAPULETO.-¡Dios mío! Siento el toque de las campanas que guían mi vejez al sepulcro. (Llegan Montesco y otros.)
PRINCIPE.-Mucho has amanecido, Montesco, pero mucho antes cayó tu primogénito.
MONTESCO.-¡Poder de lo alto! Ayer falleció mi mujer de pena por el destierro de mi hijo. ¿Hay reservada alguna pena más para mi triste vejez?
PRINCIPE.-Tú mismo puedes verla.
MONTESCO.-¿Por qué tanta descortesía, hijo mío? ¿Por qué te atreviste á ir al sepulcro antes que tu padre?
PRINCIPE.-Contened por un momento vuestro llanto, mientras busco la fuente de estas desdichas. Luego procuraré consolaros o acompañaros hasta la muerte. Callad entre tanto: la paciencia contenga un momento al dolor. Traed acá a esos presos.
FRAY LORENZO.-Yo, el más humilde y a la vez el más respetable por mi estado sacerdotal, pero el más sospechoso por la hora y el lugar, voy a acusarme y a defenderme al mismo tiempo.
PRINCIPE.-Decidnos lo que sepáis.
FRAY LORENZO.-Lo diré brevemente, porque la corta vida que me queda, no consiente largas relaciones. Romeo se había desposado con Julieta. Yo los casé, y el mismo día murió Teobaldo. Esta muerte fue causa del destierro del desposado y del dolor de Julieta. Vos creísteis mitigarle, casándola con Paris. En seguida vino a mi celda, y loca y ciega me rogó que buscase una manera de impedir esta segunda boda, porque si no, iba a matarse en mi presencia. Yo le di un narcótico preparado por mí, cuyos efectos simulaban la muerte, y avisé a Romeo por una carta, que viniese esta noche (en que ella despertaría) a ayudarme a desenterrarla. Fray Juan, a quien entregué la carta, no pudo salir de Verona, por súbito accidente. Entonces me vine yo solo a la hora prevista, para sacarla del mausoleo, y llevarla a mi convento, donde esperase a su marido. Pero cuando llegué, pocos momentos antes de que ella despertara, hallé muertos a Paris y a Romeo. Despertó ella, y le rogué por Dios que me siguiese y respetara la voluntad suprema. Ella, desesperada, no me siguió, y a lo que parece, se ha dado la muerte. Hasta aquí sé. Del casamiento puede dar testimonio su ama. Y si yo delinquí en algo, dispuesto estoy a sacrificar mi vida al fallo de la ley, que sólo en pocas horas podrá adelantar mi muerte.
PRINCIPE.-Siempre os hemos tenido por varón santo y de virtudes. Oigamos ahora al Criado de Romeo.
BALTASAR.-Yo di a mi amo noticia de la muerte de Julieta. A toda prisa salimos de Mantua, y llegamos a este cementerio. Me dio una carta para su padre, y se entró en el sepulcro desatentado y fuera de si, amenazándome con la muerte, si en algo yo le resistía.
PRINCIPE.-Quiero la carta: ¿y dónde está el paje que llamo a la ronda?
PAJE.-Mi amo vino a derramar flores sobre el sepulcro de Julieta. Yo me quedé cerca de allí, según sus órdenes. Llegó un caballero y quiso entrar en el panteón. Mi amo se lo estorbó, riñeron, y yo fui corriendo a pedir auxilio.
PRINCIPE.-Esta carta confirma las palabras de este bendito fraile. En ella habla Romeo de su amor y de su muerte: dice que compró veneno a un boticario de Mantua, y que quiso morir, y descansar con su Julieta. ¡Capuletos, Montescos, ésta es la maldición divina que cae sobre vuestros rencores! No tolera el cielo dicha en vosotros, y yo pierdo por causa vuestra dos parientes. A todos alcanza hoy el castigo de Dios.
CAPULETO.-Montesco, dame tu mano, el dote de mi hija: más que esto no puede pedir tu hermano.
MONTESCO.-Y aún te daré más. Prometo hacer una estatua de oro de la hermosa Julieta, y tal que asombre a la ciudad.
CAPULETO.-Y a su lado haré yo otra igual para Romeo.
PRINCIPE.-¡Tardía amistad y reconciliación, que alumbra un sol bien triste! Seguidme: aún hay que hacer más: premiar a unos y castigar a otros. Triste historia es la de Julieta y Romeo.
FIN