Текст книги "Romeo y Julieta"
Автор книги: Уильям Шекспир
Жанры:
Драматургия
,сообщить о нарушении
Текущая страница: 3 (всего у книги 4 страниц)
ROMEO.-Fue con buena intención.
MERCUTIO.-Llévame de aquí, Benvolio, que me voy a desmayar. ¡Mala landre devore a entrambas casas! Ya soy una gusanera. ¡Maldita sea la discordia de Capuletos y Montescos! (Vanse.)
ROMEO.-Por culpa mía sucumbe este noble caballero, tan cercano deudo del Príncipe. Estoy afrentado por Teobaldo, por Teobaldo que ha de ser mi pariente dentro de poco. Tus amores, Julieta, me han quitado el brío y ablandado el temple de mi acero.
BENVOLIO.-(Que vuelve)¡Ay, Romeo! Mercutio ha muerto. Aquella alma audaz, que hace poco despreciaba la tierra, se ha lanzado ya a las nubes.
ROMEO.-Y de este día sangriento nacerán otros que extremarán la copia de mis males.
BENVOLIO.-Por allí vuelve Teobaldo.
ROMEO.-Vuelve vivo y triunfante. ¡Y Mercutio muerto! Huye de mí, dulce templanza. Sólo la ira guíe mi brazo. Teobaldo, ese mote de infame que tú me diste, yo te lo devuelvo ahora, porque el alma de Mercutio está desde las nubes llamando a la tuya, y tú o yo o los dos hemos de seguirle forzosamente.
TEOBALDO.-Pues vete a acompañarle tú, necio, que con él ibas siempre.
ROMEO.-Ya lo decidirá la espada. (Se baten, y cae herido Teobaldo.)
BENVOLIO.-Huye, Romeo. La gente acude y Teobaldo está muerto. Si te alcanzan, vas a ser condenado a muerte. No te detengas como pasmado. Huye, huye.
ROMEO.-Soy triste juguete de la suerte.
BENVOLIO.-Huye, Romeo. (Acude gente.)
CIUDADANO 1°.-¿Por dónde habrá huido Teobaldo, el asesino de Mercutio?
BENVOLIO.-Ahí yace muerto Teobaldo.
CIUDADANO 1°.-Seguidme todos. En nombre del Príncipe lo mando. (Entran el Príncipe con sus guardias, Montescos, Capuletos, etc.)
EL PRINCIPE.-¿Dónde están los promovedores de esta reyerta?
BENVOLIO.-Ilustre Príncipe, yo puedo referiros todo lo que aconteció. Teobaldo mató al fuerte Mercutio, vuestro deudo, y Romeo mató a Teobaldo.
LA SEÑORA DE CAPULETO.-¡Teobaldo! ¡Mi sobrino, hijo de mi hermano! ¡Oh, Príncipe! un Montesco ha asesinado a mi deudo. Si sois justo, dadnos sangre por sangre. ¡Oh, sobrino mío!
PRINCIPE.-Dime con verdad, Benvolio. ¿Quién comenzó la pelea?
BENVOLIO.-Teobaldo, que luego murió a manos de Romeo. En vano Romeo con dulces palabras le exhortaba a la concordia, y le traía al recuerdo vuestras ordenanzas: todo esto con mucha cortesía y apacible ademán. Nada bastó a calmar los furores de Teobaldo, que ciego de ira, arremetió con el acero desnudo contra el infeliz Mercutio. Mercutio le resiste primero a hierro, y apartando de sí la suerte, quiere arrojarla del lado de Teobaldo. Este le esquiva con ligereza. Romeo se interpone, clamando: “Paz, paz, amigos.” En pos de su lengua va su brazo a interponerse entre las armas matadoras, pero de súbito, por debajo de ese brazo, asesta Teobaldo una estocada que arrebata la vida al pobre Mercutio; Teobaldo huye a toda prisa, pero a poco rato vuelve, y halla a Romeo, cuya cólera estalla. Arrójanse como rayos al combate, y antes de poder atravesarme yo, cae Teobaldo y huye Romeo. Esta es la verdad lisa y llana, por vida de Benvolio.
LA SEÑORA DE CAPULETO.-No ha dicho verdad. Es pariente de los Montescos, y la afición que les tiene le ha obligado a mentir. Más de veinte espadas se desenvainaron contra mi pobre sobrino. Justicia, Príncipe. Si Romeo mató a Teobaldo, que muera Romeo.
PRINCIPE.-Él mató a Mercutio, según se infiere del relato. ¿Y quién pide justicia, por una sangre tan cara?
MONTESCO.-No era Teobaldo el deudor, aunque fuese amigo de Mercutio, ni debía haberse tomado la justicia por su mano, hasta que las leyes decidiesen.
PRINCIPE.-En castigo, yo te destierro. Vuestras almas están cegadas por el encono, y a pesar vuestro he de haceros llorar la muerte de mi deudo. Seré inaccesible a lágrimas y a ruegos. No me digáis palabra. Huya Romeo: porque si no huye le alcanzará la muerte. Levantad el cadáver. No sería clemencia perdonar al homicida.
ESCENA SEGUNDA
Jardín en casa de Capuleto
(JULIETA y el AMA)
JULIETA.-Corred, corred a la casa de Febo, alados corceles del Sol. El látigo de Faetón os lance al ocaso. Venga la dulce noche a tender sus espesas cortinas. Cierra ¡oh Sol! tus penetrantes ojos, y deja que en el silencio venga a mí mi Romeo, e invisible se lance en mis brazos. El amor es ciego y ama la noche, y a su luz misteriosa cumplen sus citas los amantes. Ven, majestuosa noche, matrona de humilde y negra túnica, y enséñame a perder en el blando juego, donde las vírgenes empeñan su castidad. Cubre con tu manto la pura sangre que arde en mis mejillas. Ven, noche; ven, Romeo, tú que eres mi día en medio de esta noche, tú que ante sus tinieblas pareces un copo de nieve sobre las negras alas del cuervo. Ven, tenebrosa noche, amiga de los amantes, y vuélveme a mi Romeo. Y cuando muera, convierte tú cada trozo de su cuerpo en una estrella relumbrante, que sirva de adorno a tu manto, para que todos se enamoren de la noche, desenamorándose del Sol. Ya he adquirido el castillo de mi amor, pero aún no le poseo. Ya estoy vendida, pero no entregada a mi señor. ¡Qué día tan largo! tan largo como víspera de domingo para el niño que ha de estrenar en él un traje nuevo. Pero aquí viene mi ama, y me traerá noticias de él. (Llega el ama con una escala de cuerdas.)Ama, ¿qué noticias traes? ¿Esa es la escala que te dijo Romeo?
AMA.-Sí, ésta es la escala.
JULIETA.-¡Ay, Dios! ¿Qué sucede? ¿Por qué tienes las manos cruzadas?
AMA.-¡Ay, señora! murió, murió. Perdidas somos. No hay remedio… Murió. Le mataron… Está muerto.
JULIETA.-¿Pero cabe en el mundo tal maldad?
AMA.-En Romeo cabe. ¿Quién pudiera pensar tal cosa de Romeo?
JULIETA.-¿Y quién eres tú, demonio, que así vienes a atormentarme? Suplicio igual sólo debe de haberle en el infierno. Dime, ¿qué pasa? ¿Se ha matado Romeo? Dime que sí, y esta palabra basta. Será más homicida que mirada de basilisco. Di que si o que no, que vive o que muere. Con una palabra puedes calmar o serenar mi pena.
AMA.-Sí: yo he visto la herida. La he visto por mis ojos. Estaba muerto: amarillo como la cera, cubierto todo de grumos de sangre cuajada. Yo me desmayé al verle.
JULIETA.-¡Estalla, corazón mío, estalla! ¡Ojos míos, yaceréis desde ahora en prisión tenebrosa, sin tornar a ver la luz del día! ¡Tierra, vuelve a la tierra! Sólo resta morir, y que un mismo túmulo cubra mis restos y los de Romeo.
AMA.-¡Oh, Teobaldo amigo mío, caballero sin igual, Teobaldo! ¿Por qué he vivido yo para verte muerto?
JULIETA.-Pero ¡qué confusión es ésta en que me pones! ¿Dices que Romeo ha muerto, y que ha muerto Teobaldo, mi dulce primo? Toquen, pues, la trompeta del juicio final. Si esos dos han muerto, ¿qué importa que vivan los demás?
AMA.-A Teobaldo mató Romeo, y éste anda desterrado.
JULIETA.-¡Válgame Dios! ¿Conque Romeo derramó la sangre de Teobaldo? ¡Alma de sierpe, oculta bajo capa de flores! ¿Qué dragón tuvo jamás tan espléndida gruta? Hermoso tirano, demonio angelical, cuervo con plumas de paloma, cordero rapaz como lobo, materia vil de forma celeste, santo maldito, honrado criminal, ¿en qué pensabas, naturaleza de los infiernos, cuando encerraste en el paraíso de ese cuerpo el alma de un condenado? ¿Por qué encuadernaste tan bellamente un libro de tan perversa lectura? ¿Cómo en tan magnífico palacio pudo habitar la traición y el dolor?
AMA.-Los hombres son todos unos. No hay en ellos verdad, ni fe, ni constancia. Malvados, pérfidos, trapaceros… ¿Dónde está mi escudero? Dame unas gotas de licor. Con tantas penas voy a envejecer antes de tiempo. ¡Qué afrenta para Romeo!
JULIETA.-¡Maldita la lengua que tal palabra osó decir! En la noble cabeza de Romeo no es posible deshonra. En su frente reina el honor como soberano monarca. ¡Qué necia yo que antes decía mal de él!
AMA.-¿Cómo puedes disculpar al que mató a tu primo?
JULIETA.-¿Y cómo he de decir mal de quien es mi esposo? Mató a mi primo, porque si no, mi primo le hubiera matado a él. ¡Atrás, lágrimas mías, tributo que erradamente ofrecí al dolor, en vez de ofrecerle al gozo! Vive mi esposo, a quien querían dar muerte, y su matador yace por tierra. ¿A qué es el llanto? Pero creo haberte oído otra palabra que me angustia mucho más que la muerte de Teobaldo. En vano me esfuerzo por olvidarla. Ella pesa sobre mi conciencia, como puede pesar en el alma de un culpable el remordimiento. Tú dijiste que Teobaldo había sido muerto y Romeo desterrado. Esta palabra desterrado me pesa más que la muerte de diez mil Teobaldos. ¡No bastaba con la muerte de Teobaldo, o es que las penas se deleitan con la compañía y nunca vienen solas! ¿Por qué cuando dijiste: “ha muerto Teobaldo” no añadiste: “tu padre o tu madre, o los dos”? Aun entonces no hubiera sido mayor mi pena. ¡Pero decir: Romeo desterrado! Esta palabra basta a causar la muerte a mi padre y a mi madre, y a Romeo y a Julieta. “¡Desterrado Romeo!” Dime, ¿podrá encontrarse término o límite a la profundidad de este abismo? ¿Dónde están mi padre y mi madre? Dímelo.
AMA.-Llorando sobre el cadáver de Teobaldo. ¿Quieres que te acompañe allá?
JULIETA.-Ellos con su llanto enjugarán las heridas. Yo entre tanto lloraré por el destierro de Romeo. Toma tú esa escalera, a quien su ausencia priva de su dulce objeto. Ella debía haber sido camino para mi lecho nupcial. Pero yo moriré virgen y casada. ¡Adiós, escala de cuerda! ¡Adiós, nodriza! Me espera el tálamo de la muerte.
AMA.-Retírate a tu aposento. Voy a buscar a Romeo sin pérdida de tiempo. Está escondido en la celda de fray Lorenzo. Esta noche vendrá a verte.
JULIETA.-Dale en nombre mío esta sortija, y dile que quiero oír su postrera despedida.
ESCENA TERCERA
Celda de Fray Lorenzo
(FRAY LORENZO y ROMEO)
FRAY LORENZO.-Ven, pobre Romeo. La desgracia se ha enamorado de ti, y el dolor se ha desposado contigo.
ROMEO.-Decidme, padre. ¿Qué es lo que manda el Príncipe? ¿Hay alguna pena nueva que yo no haya sentido?
FRAY LORENZO.-Te traigo la sentencia del Príncipe.
ROMEO.-¿Y cómo ha de ser si no es de muerte?
FRAY LORENZO.-No. Es algo menos dura. No es de muerte sino de destierro.
ROMEO.-¡De destierro! Clemencia. Decid de muerte. El destierro me infunde más temor que la muerte. No me habléis de destierro.
FRAY LORENZO.-Te manda salir de Verona, pero no temas: ancho es el mundo.
ROMEO.-Fuera de Verona no hay mundo, sino purgatorio, infierno y desesperación. Desterrarme de Verona es como desterrarme de la Tierra. Lo mismo da que digáis muerte que destierro. Con un hacha de oro cortáis mi cabeza y luego os reís del golpe mortal.
FRAY LORENZO.-¡Oh, que negro pecado es la ingratitud! Tu crimen merecía muerte, pero la indulgencia del Príncipe trueca la muerte en destierro, y aún no se lo agradeces.
ROMEO.-Tal clemencia es crueldad. El cielo está aquí donde vive Julieta. Un perro, un ratón, un gato pueden vivir en este cielo y verla. Sólo Romeo no puede. Mas prez, más gloria, más felicidad tiene una mosca o un tábano inmundo que Romeo. Ellos pueden tocar aquella blanca y maravillosa mano de Julieta, o posarse en sus benditos labios, en esos labios tan llenos de virginal modestia que juzgan pecado el tocarse. No lo hará Romeo. Le mandan volar y tiene envidia de las moscas que vuelan. ¿Por qué decís que el destierro no es la muerte? ¿No teníais algún veneno sutil, algún hierro aguzado que me diese la muerte más pronto que esa vil palabra “desterrado”? Eso es lo que en el infierno se dicen unos a otros los condenados. ¿Y tu, sacerdote, confesor mío y mi amigo mejor, eres el que viene a matarme con esa palabra?
FRAY LORENZO.-Oye, joven loco y apasionado.
ROMEO.-¿Vais a hablarme otra vez del destierro?
FRAY LORENZO.-Yo te daré tal filosofía que te sirva de escudo y vaya aliviándote.
ROMEO.-¡Destierro! ¡Filosofía! Si no basta para crear otra Julieta, para arrancar un pueblo de su lugar, o hacer variar de voluntad a un príncipe, no me sirve de nada, ni la quiero, ni os he de oír.
FRAY LORENZO.-¡Ah, hijo mío! Los locos no oyen.
ROMEO.-¿Y cómo han de oír, si los que están en su seso no tienen ojos?
FRAY LORENZO.-Te daré un buen consejo.
ROMEO.-No podéis hablar de lo que no sentís. Si fuerais joven, y recién casado con Julieta, y la adoraseis ciegamente como yo, y hubieras dado muerte a Teobaldo, y os desterrasen, os arrancaríais los cabellos al hablar, y os arrastraríais por el suelo como yo, midiendo vuestra sepultura. (Llaman dentro.)
FRAY LORENZO.-Llaman. Levántate y ocúltate, Romeo.
ROMEO.-No me levantaré. La nube de mis suspiros me ocultará de los que vengan.
FRAY LORENZO.-¿No oyes? ¿Quién va?… Levántate, Romeo, que te van a prender… Ya voy… Levántate. Pero, Dios mío, ¡qué terquedad, qué locura! Ya voy. ¿Quién llama? ¿Qué quiere decir esto?
AMA.-(Dentro)Dejadme entrar. Traigo un recado de mi ama Julieta.
FRAY LORENZO.-Bien venida seas. (Entra el ama.)
AMA.-Decidme, santo fraile. ¿Dónde está el esposo y señor de mi señora?
FRAY LORENZO.-Mírale ahí tendido en el suelo y apacentándose de sus lágrimas.
AMA.-Lo mismo está mi señora: enteramente igual.
FRAY LORENZO.-¡Funesto amor! ¡Suerte cruel!
AMA.-Lo mismo que él: llorar y gemir. Levantad, levantad del suelo: tened firmeza varonil. Por amor de ella, por amor de Julieta. Levantaos, y no lancéis tan desesperados ayes.
ROMEO.-Ama.
AMA.-Señor, la muerte lo acaba todo.
ROMEO.-Decías no sé qué de Julieta. ¿Qué es de ella? ¿No llama asesino a mí que manché con sangre la infancia de nuestra ventura? ¿Dónde está? ¿Qué dice?
AMA.-Nada, señor. Llorar y más llorar. Unas veces se recuesta en el lecho, otras se levanta, grita: “Teobaldo, Romeo”, y vuelve a acostarse.
ROMEO.-Como si ese nombre fuera bala de arcabuz que la matase, como lo fue la infame mano de Romeo que mató a su pariente. Decidme, padre, ¿en qué parte de mi cuerpo está mi nombre? Decídmelo, porque quiero saquear su odiosa morada. (Saca el puñal.)
FRAY LORENZO.-Detén esa diestra homicida. ¿Eres hombre? Tu exterior dice que sí, pero tu llanto es de mujer, y tus acciones de bestia falta de libre albedrío. Horror me causas. Juro por mi santo hábito que yo te había creído de voluntad más firme. ¡Matarte después de haber matado a Teobaldo! Y matar además a la dama que sólo vive por ti. Dime, ¿por qué maldices de tu linaje, y del cielo y de la tierra? Todo lo vas a perder en un momento, y a deshonrar tu nombre y tu familia, y tu amor y tu juicio. Tienes un gran tesoro, tesoro de avaro, y no lo empleas en realzar tu persona, tu amor y tu ingenio. Ese tu noble apetito es figura de cera, falta de aliento viril. Tu amor es perjurio y juramento vacío, y profanación de lo que juraste, y tu entendimiento, que tanto realce daba a tu amor y a tu fortuna, es el que ciega y descamina a tus demás potencias, como soldado que se inflama con la misma pólvora que tiene, y perece víctima de su propia defensa. ¡Alienta, Romeo! Acuérdate que vive Julieta, por quien hace un momento hubieras dado la vida. Este es un consuelo. Teobaldo te buscaba para matarte, y le mataste tú. He aquí otro consuelo. La ley te condenaba a muerte, y la sentencia se conmutó en destierro. Otro consuelo más. Caen sobre ti las bendiciones del cielo, y tú, como mujer liviana, recibes de mal rostro a la dicha que llama a tus puertas. Nunca favorece Dios a los ingratos. Vete a ver a tu esposa: sube por la escala, como lo dejamos convenido. Consuélala, y huye de su lado antes que amanezca. Irás a Mantua, y allí permanecerás, hasta que se pueda divulgar tu casamiento, hechas las paces entre vuestras familias y aplacada la indignación del Príncipe. Entonces volverás, mil veces más alegre que triste te vas ahora. Vete, nodriza. Mil recuerdos a tu ama. Haz que todos se recojan presto, lo cual será fácil por el disgusto de hoy. Dile que allá va Romeo.
AMA.-Toda la noche me estaría oyéndoos. ¡Qué gran cosa es el saber! Voy a animar a mi ama con vuestra venida.
ROMEO.-Sí: dile que se prepare a reñirme.
AMA.-Toma este anillo que ella me dio, y vete, que ya cierra la noche. (Vase.)
ROMEO.-Ya renacen mis esperanzas.
FRAY LORENZO.-Adiós. No olvides lo que te he dicho. Sal antes que amanezca, y si sales después, vete disfrazado; y a Mantua. Tendrás con frecuencia noticias mías, y sabrás todo lo que pueda interesarte. Adiós. Dame la mano. Buenas noches.
ESCENA CUARTA
Sala en casa de Capuleto
(CAPULETO, SU MUJER, el AMA y CRIADOS)
CAPULETO.-la reciente desgracia me ha impedido hablar con mi hija. Tanto ella como yo queríamos mucho a Teobaldo. Pero la muerte es forzosa. Ya es tarde para que esta noche nos veamos, y a fe mía os juro que si no fuera por vos, ya hace una hora que me habría acostado.
PARIS.-Ni es ésta ocasión de galanterías sino de duelo. Dad mis recuerdos a vuestra hija.
CAPULETO.-Paris, os prometo solemnemente la mano de mi hija. Creo que ella me obedecerá. Puedo asegurároslo. Esposa mía, antes de acostarse, ve a contarle el amor de Paris, y dile que el miércoles próximo… Pero, ¿qué día es hoy?
PARIS.-Lunes.
CAPULETO.-¡Lunes! Pues no puede ser el miércoles. Que sea el jueves. Dile que el jueves se casará con el conde. ¿Estáis contento? No tendremos fiesta. Sólo convidaré a los íntimos, porque estando tan fresca la muerte de Teobaldo, el convidar a muchos parecería indicio de poco sentimiento. ¿Os parece bien el jueves?
PARIS.-¡Ojalá fuese mañana!
CAPULETO.-Adelante pues: que sea el jueves. Avisa a Julieta, antes de acostarte. Adiós, amigo. Alumbradme. Voy a mi alcoba. Es tan tarde, que pronto amanecerá. Buenas noches.
ESCENA QUINTA
Galería cerca del cuarto de Julieta, con una ventana que da al jardín
(ROMEO y JULIETA)
JULIETA.-¿Tan pronto te vas? Aún tarda el día. Es el canto del ruiseñor, no el de la alondra el que resuena. Todas las noches se posa a cantar en aquel granado. Es el ruiseñor, amado mío.
ROMEO.-Es la alondra que anuncia el alba; no es el ruiseñor. Mira, amada mía, cómo se van tiñendo las nubes del oriente con los colores de la aurora. Ya se apagan las antorchas de la noche. Ya se adelanta el día con rápido paso sobre las húmedas cimas de los montes. Tengo que partir. O si no. Aquí me espera la muerte.
JULIETA.-No es ésa luz de la aurora. Te lo aseguro. Es un meteoro que desprende de su lumbre el Sol para guiarte en el camino de Mantua. Quédate. ¿Por qué te vas tan luego?
ROMEO.-¡Qué me prendan, que me maten! Mandándolo tú, poco importa. Diré que aquella luz gris que allí veo no es la de la mañana, sino el pálido reflejo de la luna. Diré que no es el canto de la alondra el que resuena. Más quiero quedarme que partir. Ven, muerte, pues Julieta lo quiere. Amor mío, hablemos, que aún no amanece.
JULIETA.-Sí, vete, que es la alondra la que canta con voz áspera y destemplada. ¡Y dicen que son armoniosos sus sones, cuando a nosotros viene a separarnos! Dicen que cambia de ojos como el sapo. ¡Ojalá cambiara de voz! Maldita ella que me aparta de tus atractivos. Vete, que cada vez se clarea más la luz.
ROMEO.-¿Has dicho la luz? No, sino las tinieblas de nuestro destino. (Entra el ama.)
AMA.-¡Julieta!
JULIETA.-¡Ama!
AMA.-Tu madre viene. Ya amanece. Prepárate y no te descuides.
ROMEO.-¡Un beso! ¡Adiós, y me voy! (Vase por la escala.)
JULIETA.-¿Te vas? Mi señor, mi dulce dueño, dame nuevas de ti todos los días, a cada instante. Tan pesados corren los días infelices, que temo envejecer antes de tornar a ver a mi Romeo.
ROMEO.-Adiós. Te mandaré noticias mías y mi bendición por todos los medios que yo alcance.
JULIETA.-¿Crees que volveremos a vernos?
ROMEO.-Sí, y que en dulces coloquios de amor recordaremos nuestras angustias de ahora.
JULIETA.-¡Válgame Dios! ¡Qué présaga tristeza la mía! Parece que te veo difunto sobre un catafalco. Aquel es tu cuerpo, o me engañan los ojos.
ROMEO.-Pues también a ti te ven los míos pálida y ensangrentada. ¡Adiós, adiós! (Vase.)
JULIETA.-¡Oh, fortuna! te llaman mudable: a mi amante fiel poco le importan tus mudanzas. Sé mudable en buena hora, y así no le detendrás y me le restituirás luego.
SEÑORA DE CAPULETO.-(Dentro)Hija, ¿estás despierta?
JULIETA.-¿Quién me llama? Madre, ¿estás despierta todavía o te levantas ahora? ¿Qué novedad te trae a mí? (Entra la señora Capuleto.)
SEÑORA DE CAPULETO.-¿Qué es esto, Julieta?
JULIETA.-Estoy mala.
SEÑORA DE CAPULETO.-¿todavía lloras la muerte de tu primo? ¿Crees que tus lágrimas pueden devolverle la vida? Vana esperanza. Cesa en tu llanto, que aunque es signo de amor, parece locura.
JULIETA.-Dejadme llorar tan dura suerte.
SEÑORA DE CAPULETO.-Eso es llorar la pérdida y no al amigo.
JULIETA.-Llorando la pérdida, lloro también al amigo.
SEÑORA DE CAPULETO.-Más que por el muerto ¿lloras por ese infame que le ha matado?
JULIETA.-¿Qué infame, madre?
SEÑORA DE CAPULETO.-Romeo.
JULIETA.-(Aparte)¡Cuánta distancia hay entre él y un infame! (Alto.)Dios le perdone como le perdono yo, aunque nadie me ha angustiado tanto como él.
SEÑORA DE CAPULETO.-Eso será porque todavía vive el asesino.
JULIETA.-Sí, y donde mi venganza no puede alcanzarle. Yo quisiera vengar a mi primo.
SEÑORA DE CAPULETO.-Ya nos vengaremos. No llores. Yo encargué a uno de Mantua, donde ese vil ha sido desterrado, que le envenenen con alguna mortífera droga. Entonces irá a hacer compañía a Teobaldo, y tú quedarás contenta y vengada.
JULIETA.-Satisfecha no estaré, mientras no vea a Romeo… muerto… Señora, si hallas alguno que se comprometa a darle el tósigo, yo misma le prepararé, y así que lo reciba Romeo, podrá dormir tranquilo. Hasta su nombre me es odioso cuando no le tengo cerca para vengar en él la sangre de mi primo.
SEÑORA DE CAPULETO.-Busca tú el modo de preparar el tósigo, mientras yo busco a quien ha de administrárselo. Ahora oye tú una noticia agradable.
JULIETA.-¡Buena ocasión para gratas nuevas! ¿Y cuál es, señora?
SEÑORA DE CAPULETO.-Hija, tu padre es tan bueno que, deseando consolarte, te prepara un día de felicidad que ni tú ni yo espejamos.
JULIETA.-¿Y qué día es ése?
SEÑORA DE CAPULETO.-Pues es que el jueves, por la mañana temprano, el conde Paris, ese gallardo y discreto caballero, se desposará contigo en la iglesia de San Pedro.
JULIETA.-Pues te juro, por la iglesia de San Pedro, y por San Pedro purísimo, que no se desposará. ¿A qué es tanta prisa? ¿Casarme con él cuando todavía no me ha hablado de amor? Decid a mi padre, señora, que todavía no quiero casarme. Cuando lo haga, con juramento os digo que antes será mi esposo Romeo, a quien aborrezco, que Paris. ¡Vaya una noticia que me traéis!
SEÑORA DE CAPULETO.-Aquí viene tu padre. Díselo tú, y verás cómo no le agrada. (Entran Capuleto y el ama.)
CAPULETO.-A la puesta del sol cae el rocío, pero cuando muere el hijo de mi hermano, cae la lluvia a torrentes. ¿Aún no ha acabado el aguacero, niña? Tu débil cuerpo es nave y mar y viento. En tus ojos hay marea de lágrimas, y en ese mar navega la barca de tus ansias, y tus suspiros son el viento que la impele. Dime, esposa, ¿has cumplido ya mis órdenes?
SEÑORA DE CAPULETO.-Sí, pero no lo agradece. ¡Insensata! Con su sepulcro debía casarse.
CAPULETO.-¿Eh? ¿Qué es eso, esposa mía? ¿Qué es eso de no querer y no agradecer? ¿Pues no la enorgullece el que la hayamos encontrado para esposo un tan noble caballero?
JULIETA.-¿Enorgullecerme? No… agradecer, sí. ¿Quién ha de estar orgullosa de lo que aborrece? Pero siempre se agradece la buena voluntad, hasta cuando nos ofrece lo que odiamos.
CAPULETO.-¡Qué retóricas son ésas! “¡Enorgullecerse!”… “Sí y no”. “¡Agradecer y no agradecer!”… Nada de agradecimientos ni de orgullo, señorita. Prepárate a ir por tus pies el jueves próximo a la iglesia de San Pedro a casarte con Paris, o si no, te llevo arrastrando en un zarzo, ¡histérica, nerviosa, pálida, necia!
SEÑORA DE CAPULETO.-¿Estás en ti? Cállate.
JULIETA.-Padre mío, de rodillas os pido que me escuchéis una palabra sola.
CAPULETO.-¡Escucharte! ¡Necia, malvada! Oye, el jueves irás a San Pedro, o no me volverás a mirar la cara. No me supliques ni me digas una palabra más. El pulso me tiembla. Esposa mía, yo siempre creí que era poca bendición de Dios el tener una hija sola, pero ahora veo que es una maldición, y que aun ésta sobra.
AMA.-¡Dios sea con ella! No la maltratéis, señor.
CAPULETO.-¿Y por qué no, entremetida vieja? Cállate, y habla con tus iguales.
AMA.-A nadie ofendo… no puede una hablar.
CAPULETO.-Calla, cigarrón, y vete a hablar con tus comadres, que aquí no metes baza.
SEÑORA DE CAPULETO.-Loco estás.
CAPULETO.-Loco, sí. De noche, de día, de mañana, de tarde, durmiendo, velando, solo y acompañado, en casa y en la calle, siempre fue mi empeño el casarla, y ahora que le encuentro un joven de gran familia, rico, gallardo, discreto, lleno de perfecciones, según dicen, contesta esta mocosa que no quiere casarse, que no puede amar, que es muy joven. Pues bien, te perdonaré, si no te casas, pero no vivirás un momento aquí. Poco falta para el jueves. Piénsalo bien. Si consientes, te casarás con mi amigo. Si no, te ahorcarás, o irás pidiendo limosna, y te morirás de hambre por esas calles, sin que ninguno de los míos te socorra. Piénsalo bien, que yo cumplo siempre mis juramentos. (Vase.)
JULIETA.-¿Y no hay justicia en el cielo que conozca todo el abismo de mis males? No me dejes… madre. Dilatad un mes, una semana el casamiento, o si no, mi lecho nupcial será el sepulcro de Teobaldo.
SEÑORA DE CAPULETO.-Nada me digas, porque no he de responderte. Decídete como quieras. (Se va.)
JULIETA.-¡Válgame Dios! Ama mía, ¿qué haré? Mi esposo está en la tierra, mi fe en el cielo. ¿Y cómo ha de volver a la tierra mi fe, si mi esposo no la envía desde el cielo? Aconséjame, consuélame. ¡Infeliz de mí! ¿Por qué el cielo ha de emplear todos sus recursos contra un ser tan débil como yo? ¿Qué me dices? ¿Ni una palabra que me consuele?
AMA.-Sólo te diré una cosa. Romeo está desterrado, y puede apostarse doble contra sencillo a que no vuelve a verte, o vuelve ocultamente, en caso de volver. Lo mejor sería, pues, a mi juicio, que te casaras con el conde, que es mucho más gentil y discreto caballero que Romeo. Ni un águila tiene tan verdes y vivaces ojos como Paris. Este segundo esposo te conviene más que el primero. Y además, al primero puedes darle por muerto. Para ti como si lo estuviera.
JULIETA.-¿Hablas con el alma?
AMA.-Con el alma, o maldita sea yo.
JULIETA.-Así sea.
AMA.-¿Por qué?
JULIETA.-Por nada. Buen consuelo me has dado. Vete, di a mi madre que he salido. Voy a confesarme con fray Lorenzo, por el enojo que he dado a mi padre.
AMA.-Obras con buen seso. (Vase.)
JULIETA.-¡Infame vieja! ¡Aborto de los infiernos! ¿Cuál es mayor pecado en ti: querer hacerme perjura, o mancillar con tu lengua al mismo a quien tantas veces pusiste por las nubes? Maldita sea yo si vuelvo a aconsejarme de ti. Sólo mi confesor me dará amparo y consuelo, o a lo menos fuerzas para morir.
ACTO CUARTO
ESCENA PRIMERA
Celda de fray Lorenzo
(FRAY LORENZO y PARIS)
FRAY LORENZO.-¿El jueves dices? Pronto es.
PARIS.-Así lo quiere Capuleto, y yo lo deseo también.
FRAY LORENZO.-¿Y todavía no sabéis si la novia os quiere? Mala manera es ésa de hacer las cosas, a mi juicio.
PARIS.-Ella no hace más que llorar por Teobaldo y no tiene tiempo para pensar en amores, porque el amor huye de los duelos. A su padre le acongoja el que ella se angustie tanto, y por eso quiere hacer la boda cuanto antes, para atajar ese diluvio de lágrimas, que pudiera parecer mal a las gentes. Esa es la razón de que nos apresuremos.
FRAY LORENZO.-(Aparte)¡Ojalá no supiera yo las verdaderas causas de la tardanza! Conde Paris, he aquí la dama que viene a mi celda.
PARIS.-Bien hallada, señora y esposa mía.
JULIETA.-Lo seré cuando me case.
PARIS.-Eso será muy pronto: el jueves.
JULIETA.-Será lo que sea.
PARIS.-Claro es. ¿Venís a confesaros con el padre?
JULIETA.-Con vos me confesaría, si os respondiera.
PARIS.-No me neguéis que me amáis.
JULIETA.-No os negaré que quiero al padre.
PARIS.-Y le confesaréis que me tenéis cariño.
JULIETA.-Más valdría tal confesión a espaldas vuestras, que cara a cara.
PARIS.-Las lágrimas marchitan vuestro rostro.
JULIETA.-Poco hacen mis lágrimas: no valía mucho mi rostro, antes que ellas le ajasen…
PARIS.-Más la ofenden esas palabras que vuestro llanto.
JULIETA.-Señor, en la verdad no hay injuria, y más si se dice frente a frente.
PARIS.-Mío es ese rostro del cual decís mal.
JULIETA.-Vuestro será quizá, puesto que ya no es mío. Padre, ¿Podéis oírme en confesión, o volveré al Avemaría?
FRAY LORENZO.-Pobre niña, dispuesto estoy a oírte ahora. Dejadnos solos, conde.
PARIS.-No seré yo quien ponga obstáculos a tal devoción. Julieta, adiós. El jueves muy temprano te despertaré. (Vase.)
JULIETA.-Cerrad la puerta, padre, y venid a llorar conmigo: ya no hay esperanza ni remedio.
FRAY LORENZO.-Julieta, ya sé cuál es tu angustia, y también ella me tiene sin alma. Sé que el jueves quieren casarte con el Conde.
JULIETA.-Padre, no me digáis que dicen tal cosa, si al mismo tiempo no discurrís en vuestra sabiduría y prudencia, algún modo de evitarlo. Y si vos no me consoláis, yo con un puñal sabré remediarme. Vos, en nombre del Señor, juntasteis mi mano con la de Romeo, y antes que esta mano, donde fue por vos estampado su sello, consienta en otra unión, o yo mancille su fe, matáramos este hierro. Aconsejadme bien, o el hierro sentenciará el pleito que ni vuestras canas ni vuestra ciencia saben resolver. No os detengáis; respondedme o muero…
FRAY LORENZO.-Hija mía, detente. Aún veo una esperanza, pero tan remota y tan violenta, como es violenta tu situación actual. Pero ya que prefieres la muerte a la boda con Paris, pasarás por algo que se parezca a la muerte. Si te atreves a hacerlo, yo te daré el remedio.
JULIETA.-Padre, a trueque de no casarme con Paris, mandadme que me arroje de lo alto de una torre, que recorra un camino infestado por bandoleros, que habite y duerma entre sierpes y osos, o en un cementerio, entre huesos humanos, que crujan por la noche, y amarillas calaveras, o enterradme con un cadáver reciente. Todo lo haré, por terrible que sea, antes que ser infiel al juramento que hice a Romeo.
FRAY LORENZO.-Bien: vete a tu casa, fíngete alegre: di que te casarás con Paris. Mañana es miércoles: por la noche quédate sola, sin que te acompañe ni siquiera tu ama, y cuando estés acostada, bebe el licor que te doy en esta ampolleta. Un sueño frío embargará tus miembros. No pulsarás ni alentarás, ni darás señal alguna de vida. Huirá el color de tus rosados labios y mejillas, y le sucederá una palidez térrea. Tus párpados se cerrarán como puertas de la muerte que excluyen la luz del día, y tu cuerpo, quedará rígido, inmóvil, frío como el mármol de un sepulcro. Así permanecerás cuarenta y dos horas justas, y entonces despertarás como de un apacible sueño. A la mañana anterior habrá venido el novio a despertarte, te habrá creído muerta, y ataviándote, según es uso, con las mejores galas, te habrán llevado en ataúd abierto al sepulcro de los Capuletos. Durante tu sueño, yo avisaré por carta a Romeo; él vendrá en seguida, y velaremos juntos hasta que despiertes. Esa misma noche Romeo volverá contigo a Mantua. Es el único modo de salvarte del peligro actual, si un vano y mujeril temor no te detiene.