Текст книги "Romeo y Julieta"
Автор книги: Уильям Шекспир
Жанры:
Драматургия
,сообщить о нарушении
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BENVOLIO.-¡Romeo, primo mío!
MERCUTIO.-Sin duda habrá recobrado el juicio e ídose a acostar.
BENVOLIO.-Para acá viene: le he distinguido a lo lejos saltando la tapia de una huerta. Dadle voces, Mercutio.
MERCUTIO.-Le voy a exorcizar como si fuera el diablo. ¡Romeo amante insensato, esclavo de la pasión! Ven en forma de suspiro amoroso: respóndeme con un verso solo en que aconsonen bienes con desdenes, y donde eches un requiebro a la madre del Amor y al niño ciego, que hirió con sus dardos al rey Cofetua, y le hizo enamorarse de una pobre zagala. ¿Ves? No me contesta ni da señales de vida. Conjúrote por los radiantes ojos, y por la despejada frente, y por los róseos labios, y por el breve pie y los llenos muslos de Rosalía, que te aparezcas en tu verdadera forma.
BENVOLIO.-Se va a enfadar, si te oye.
MERCUTIO.-Verás como no: se enfadaría, si me empeñase en encerrar a un demonio en el círculo de su dama, para que ella le conjurase; pero ahora veréis cómo no se enfada con tan santa y justa invocación, como es la del nombre de su amada.
BENVOLIO.-Sígueme: se habrá escondido en esas ramas para pasar la noche. El amor, como es ciego, busca tinieblas.
MERCUTIO.-Si fuera ciego, erraría casi siempre sus tiros. Buenas noches, Romeo. Voyme a acostar, porque la yerba está demasiada fría para dormir. ¿Vámonos ya?
BENVOLIO.-Vamos, ¿a qué empeñarnos en buscar al que no quiere ser encontrado?
ESCENA SEGUNDA
Jardín de Capuleto
ROMEO.-¡Qué bien se burla del dolor ajeno quien nunca sintió dolores…! (Pónese Julieta a la ventana.)¿Pero qué luz es la que asoma por allí? ¿El sol que sale ya por los balcones de oriente? Sal, hermoso sol, y mata de envidia con tus rayos a la luna, que está pálida y ojeriza porque vence tu hermosura cualquier ninfa de tu coro. Por eso se viste de amarillo color. ¡Qué necio el que se arree con sus galas marchitas! ¡Es mi vida, es mi amor el que aparece! ¿Cómo podría yo decirla que es señora de mi alma? Nada me dijo. Pero ¿qué importa? Sus ojos hablarán, y yo responderé. ¡Pero qué atrevimiento es el mío, si no me dijo nada! Los dos más hermosos luminares del cielo la suplican que les sustituya durante su ausencia. Si sus ojos resplandecieran como astros en el cielo, bastaría su luz para ahogar los restantes como el brillo del sol mata el de una antorcha. ¡Tal torrente de luz brotaría de sus ojos, que haría despertar a las aves a media noche, y entonar su canción como si hubiese venido la aurora! Ahora pone la mano en la mejilla. ¿Quién pudiera tocarla como el guante que la cubre?
JULIETA.-¡Ay de mí!
ROMEO.-¡Habló! Vuelvo a sentir su voz. ¡Ángel de amores que en medio de la noche te me apareces, cual nuncio de los cielos a la atónita vista de los mortales, que deslumbrados le miran traspasar con vuelo rapidísimo las esferas, y mecerse en las alas de las nubes!
JULIETA.-¡Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? ¿Por qué no reniegas del nombre de tu padre y de tu madre? Y si no tienes valor para tanto, ámame, y no me tendré por Capuleto.
ROMEO.-¿Qué hago, seguirla oyendo o hablar?
JULIETA.-No eres tú mi enemigo. Es el nombre de Montesco, que llevas. ¿Y qué quiere decir Montesco? No es pie ni mano ni brazo, ni semblante ni pedazo alguno de la naturaleza humana. ¿Por qué no tomas otro nombre? La rosa no dejaría de ser rosa, y de esparcir su aroma, aunque se llamase de otro modo. De igual suerte, mi querido Romeo, aunque tuviese otro nombre, conservaría todas las buenas cualidades de su alma, que no le vienen por herencia. Deja tu nombre, Romeo, y en cambio de tu nombre que no es cosa alguna sustancial, toma toda mi alma.
ROMEO.-Si de tu palabra me apodero, llámame tu amante, y creeré que me he bautizado de nuevo, y que he perdido el nombre de Romeo.
JULIETA.-¿Y quién eres tú que, en medio de las sombras de la noche, vienes a sorprender mis secretos?
ROMEO.-No sé de cierto mi nombre, porque tú aborreces ese nombre, amada mía, y si yo pudiera, lo arrancaría de mi pecho.
JULIETA.-Pocas palabras son las que aún he oído de esa boca, y sin embargo te reconozco. ¿No eres Romeo? ¿No eres de la familia de los Montescos?
ROMEO.-No seré ni una cosa ni otra, ángel mío, si cualquiera de las dos te enfada.
JULIETA.-¿Cómo has llegado hasta aquí, y para qué? Las paredes de esta puerta son altas y difíciles de escalar, y aquí podrías tropezar con la muerte, siendo quien eres, si alguno de mis parientes te hallase.
ROMEO.-Las paredes salté con las alas que me dio el amor, ante quien no resisten aun los muros de roca. Ni siquiera a tus parientes temo.
JULIETA.-Si te encuentran, te matarán.
ROMEO.-Más homicidas son tus ojos, diosa mía, que las espadas de veinte parientes tuyos. Mírame sin enojos, y mi cuerpo se hará invulnerable.
JULIETA.-Yo daría un mundo porque no te descubrieran.
ROMEO.-De ellos me defiende el velo tenebroso de la noche. Más quiero morir a sus manos, amándome tú, que esquivarlos y salvarme de ellos, cuando me falte tu amor.
JULIETA.-¿Y quién te guió aquí?
ROMEO.-El amor que me dijo dónde vivías. De él me aconsejé, él guió mis ojos que yo le había entregado. Sin ser nauchero, te juro que navegaría hasta la playa más remota de los mares por conquistar joya tan preciada.
JULIETA.-Si el manto de la noche no me cubriera, el rubor de virgen subiría a mis mejillas, recordando las palabras que esta noche me has oído. En vano quisiera corregirlas o desmentirlas… ¡Resistencias vanas! ¿Me amas? Sé que me dirás que sí, y que yo lo creeré. Y sin embargo, podrías faltar a tu juramento, porque dicen que Jove se ríe de los perjuros de los amantes. Si me amas de veras, Romeo, dilo con sinceridad, y si me tienes por fácil y rendida al primer ruego, dímelo también, para que me ponga esquiva y ceñuda, y así tengas que rogarme. Mucho te quiero, Montesco, mucho, y no me tengas por liviana, antes he de ser más firme y constante que aquellas que parecen desdeñosas porque son astutas. Te confesaré que más disimulo hubiera guardado contigo, si no me hubieses oído aquellas palabras que, sin pensarlo yo, te revelaron todo el ardor de mi corazón. Perdóname, y no juzgues ligereza este rendirme tan pronto. La soledad de la noche lo ha hecho.
ROMEO.-Júrote, amada mía, por los rayos de la luna que platean la copa de estos árboles…
JULIETA.-No jures por la luna, que en su rápido movimiento cambia de aspecto cada mes. No vayas a imitar su inconstancia.
ROMEO.-¿Pues por quién juraré?
JULIETA.-No hagas ningún juramento. Si acaso, jura por ti mismo, por tu persona que es el dios que adoro y en quien he de creer.
ROMEO.-¡Ojalá que el fuego de mi amor…!
JULIETA.-No jures. Aunque me llene de alegría el verte, no quiero esta noche oír tales promesas que parecen violentas y demasiado rápidas. Son como el rayo que se extingue, apenas aparece. Aléjate ahora: quizá cuando vuelvas haya llegado a abrirse, animado por las brisas del estío, el capullo de esta flor. Adiós, ¡y ojalá aliente tu pecho en tan dulce calma como el mío!
ROMEO.-¿Y no me das más consuelo que ése?
JULIETA.-¿Y qué otro puedo darte esta noche?
ROMEO.-Tu fe por la mía.
JULIETA.-Antes te la di que tú acertaras a pedírmela. Lo que siento es no poder dártela otra vez.
ROMEO.-¿Pues qué? ¿Otra vez quisieras quitármela?
JULIETA.-Sí, para dártela otra vez, aunque esto fuera codicia de un bien que tengo ya. Pero mi afán de dártelo todo es tan profundo y tan sin límite como los abismos de la mar. ¡Cuanto más te doy, más quisiera darte!… Pero oigo ruido dentro. ¡Adiós! no engañes mi esperanza… Ama, allá voy… Guárdame fidelidad, Montesco mío. Espera un instante, que vuelvo en seguida.
ROMEO.-¡Noche, deliciosa noche! Sólo temo que, por ser de noche, no pase todo esto de un delicioso sueño.
JULIETA.-(Asomada otra vez a la ventana.)Sólo te diré dos palabras. Si el fin de tu amor es honrado, si quieres casarte, avisa mañana al mensajero que te enviaré, de cómo y cuándo quieres celebrar la sagrada ceremonia. Yo te sacrificaré mi vida e iré en pos de ti por el mundo.
AMA.-(Llamando dentro.)¡Julieta!
JULIETA.-Ya voy. Pero si son torcidas tus intenciones, suplícote que…
AMA.-¡Julieta!
JULIETA.-Ya corro… Suplícote que desistas de tu empeño, y me dejes a solas con mi dolor. Mañana irá el mensajero…
ROMEO.-Por la gloria…
JULIETA.-Buenas noches.
ROMEO.-No. ¿Cómo han de ser buenas sin tus rayos? El amor va en busca del amor como el estudiante huyendo de sus libros, y el amor se aleja del amor como el niño que deja sus juegos para tornar al estudio.
JULIETA.-(Otra vez a la ventana.)¡Romeo! ¡Romeo! ¡Oh, si yo tuviese la voz del cazador de cetrería, para llamar de lejos a los halcones! Si yo pudiera hablar a gritos, penetraría mi voz hasta en la gruta de la ninfa Eco, y llegaría a ensordecerla repitiendo el nombre de mi Romeo.
ROMEO.-¡Cuán grato suena el acento de mi amada en la apacible noche, protectora de los amantes! Más dulce es que música en oído atento.
JULIETA.-¡Romeo!
ROMEO.-¡Alma mía!
JULIETA.-¿A qué hora irá mi criado mañana?
ROMEO.-A las nueve.
JULIETA.-No faltará. Las horas se me harán siglos hasta que ésa llegue. No sé para qué te he llamado.
ROMEO.-¡Déjame quedar aquí hasta que lo pienses!
JULIETA.-Con el contento de verte cerca me olvidaré eternamente de lo que pensaba, recordando tu dulce compañía.
ROMEO.-Para que siga tu olvido no he de irme.
JULIETA.-Ya es de día. Vete… Pero no quisiera que te alejaras más que el breve trecho que consiente alejarse al pajarillo la niña que le tiene sujeto de una cuerda de seda, y que a veces le suelta de la mano, y luego le coge ansiosa, y le vuelve a soltar…
ROMEO.-¡Ojalá fuera yo ese pajarillo!
JULIETA.-¿Y qué quisiera yo sino que lo fueras? aunque recelo que mis caricias habían de matarte. ¡Adiós, adiós! Triste es la ausencia y tan dulce la despedida, que no sé cómo arrancarme de los hierros de esta ventana.
ROMEO.-¡Que el sueño descanse en tus dulces ojos y la paz en tu alma! ¡Ojalá fuera yo el sueño, ojalá fuera yo la paz en que se duerme tu belleza! De aquí voy a la celda donde mora mi piadoso confesor, para pedirle ayuda y consejo en este trance.
ESCENA TERCERA
Celda de fray Lorenzo
(FRAY LORENZO y ROMEO)
FRAY LORENZO.-Ya la aurora se sonríe mirando huir a la oscura noche. Ya con sus rayos dora las nubes de oriente. Huye la noche con perezosos pies, tropezando y cayendo como un beodo, al ver la lumbre del sol que se despierta y monta en el carro de Titán. Antes que tienda su dorada lumbre, alegrando el día y enjugando el llanto que vertió la noche, ha de llenar este cesto de bien olientes flores y de yerbas primorosas. La tierra es a la vez cuna y sepultura de la naturaleza y su seno educa y nutre hijos de varia condición pero ninguno tan falto de virtud que no dé aliento o remedio o solaz al hombre. Extrañas son las virtudes que derramó la pródiga mano de la naturaleza, en piedras, plantas y yerbas. No hay ser inútil sobre la tierra, por vil y despreciable que parezca. Por el contrario, el ser más noble, si se emplea con mal fin, es dañino y abominable. El bien mismo se trueca en mal y el valor en vicio, cuando no sirve a un fin virtuoso. En esta flor que nace duermen escondidos a la vez medicina y veneno: los dos nacen del mismo origen, y su olor comunica deleite y vida a los sentidos, pero si se aplica al labio, esa misma flor tan aromosa mata el sentido. Así es el alma humana; dos monarcas imperan en ella, uno la humildad, otro la pasión; cuando ésta predomina, un gusano roedor consume la planta.
ROMEO.-Buenos días, padre.
FRAY LORENZO.-Él sea en tu guarda. ¿Quién me saluda con tan dulces palabras, al apuntar el día? Levantado y a tales horas, revela sin duda intranquilidad de conciencia, hijo mío. En las pupilas del anciano viven los cuidados veladores, y donde reina la inquietud ¿cómo habitará el sosiego? Pero en lecho donde reposa la juventud ajena de todo pesar y duelo, infunde en los miembros deliciosa calma el blando sueño. Tu visita tan de mañana me indica que alguna triste ocasión te hace abandonar tan pronto el lecho. Y si no… será que has pasado la noche desvelado.
ROMEO.-¡Eso es, y descansé mejor que dormido!
FRAY LORENZO.-Perdónete Dios. ¿Estuviste con Rosalía?
ROMEO.-¿Con Rosalía? Ya su nombre no suena dulce en mis oídos, ni pienso en su amor.
FRAY LORENZO.-Bien haces. Luego ¿dónde estuviste?
ROMEO.-Te lo diré sin ambages. En la fiesta de nuestros enemigos los Capuletos, donde a la vez herí y fui herido. Sólo tus manos podrán sanar a uno y otro contendiente. Y con esto verás que no conservo rencor a mi adversario, puesto que intercedo por él como si fuese amigo mío.
FRAY LORENZO.-Dime con claridad el motivo de tu visita, si es que puedo ayudarte en algo.
ROMEO.-Pues te diré en dos palabras que estoy enamorado de la hija del noble Capuleto, y que ella me corresponde con igual amor. Ya está concertado todo, sólo falta que vos bendigáis esta unión. Luego os diré con más espacio dónde y cómo nos conocimos y nos juramos constancia eterna. Ahora lo que importa es que nos caséis al instante.
FRAY LORENZO.-¡Por vida de mi padre San Francisco! ¡Qué pronto olvidaste a Rosalía, en quien cifrabas antes tu cariño! El amor de los jóvenes nace de los ojos y no del corazón. ¡Cuánto lloraste por Rosalía! y ahora tanto amor y tanto enojo se ha disipado como el eco. Aún no ha disipado el sol los vapores de tu llanto. Aún resuenan en mis oídos tus quejas. Aún se ven en tu rostro las huellas de antiguas lágrimas. ¿No decías que era más bella y gentil que ninguna? y ahora te has mudado. ¡Y luego acusáis de inconstantes a las mujeres! ¿Cómo buscáis firmeza en ellas, si vosotros les dais el ejemplo de olvidar?
ROMEO.-¿Pero vos no reprobabais mi amor por Rosalía!
FRAY LORENZO.-Yo no reprobaba tu amor, sino tu idolatría ciega.
ROMEO.-¿Y no me dijisteis que hiciera todo lo posible por ahogar ese amor?
FRAY LORENZO.-Pero no para que de la sepultura de ese amor brotase otro amor nuevo y más ardiente.
ROMEO.-No os enojéis conmigo, porque mi señora me quiere tanto como yo a ella y con su amor responde al mío, y la otra no.
FRAY LORENZO.-Es que Rosalía quizá adivinara la ligereza de tu amor. Ven conmigo, inconstante mancebo. Yo te ayudaré a conseguir lo que deseas para que esta boda sea lazo de amistad que extinga el rencor de vuestras familias.
ROMEO.-Vamos, pues, sin detenernos.
FRAY LORENZO.-Vamos con calme para no tropezar.
ESCENA CUARTA
Calle
(BENVOLIO y MERCUTIO)
MERCUTIO.-¿Dónde estará Romeo? ¿Pareció anoche por su casa?
BENVOLIO.-Por casa de su padre no estuvo. Así me lo ha dicho su Criado.
MERCUTIO.-¡Válgame Dios! Esa pálida muchachuela, esa Rosalía de duras entrañas acabará por tornarle loco.
BENVOLIO.-Teobaldo, el primo de Capuleto, ha escrito una carta al padre de Romeo.
MERCUTIO.-Sin duda será cartel de desafío.
BENVOLIO.-Pues Romeo es seguro que contestará.
MERCUTIO.-Todo el mundo puede responder a una carta.
BENVOLIO.-Quiero decir que Romeo sabrá tratar como se merece al dueño de la carta.
MERCUTIO.-¡Pobre Romeo! Esa rubia y pálida niña le ha atravesado el corazón a estocadas, le ha traspasado los oídos con una canción de amor, y el centro del alma con las anchas flechas del volador Cupido… ¿Y quién resistirá a Teobaldo?
BENVOLIO.-¿Quién es Teobaldo?
MERCUTIO.-Algo más que el rey de los gatos; es el mejor y más diestro esgrimidor. Maneja la espada como tú la lengua, guardando tiempo, distancia y compás. Gran cortador de ropillas. Espadachín, espadachín de profesión, y muy enterado del inmortal passato, del punto reverso y del par.
BENVOLIO.-¿Y qué quieres decir con eso?
MERCUTIO.-Mala landre devore a esos nuevos elegantes que han venido con gestos y cortesías a reformar nuestras antiguas costumbres. “¡Qué buena espada, qué buen mozo, qué hermosa mujer!” Decidme, abuelos míos, ¿no es mala vergüenza que estemos llenos de estos moscones extranjeros, estos pardonnez moi, tan ufanos con sus nuevas galas y tan despreciadores de lo antiguo? ¡Oh, necedad insigne! (Sale Romeo.)
BENVOLIO.-¡Aquí tienes a Romeo! ¡Aquí tienes a Romeo!
MERCUTIO.-Bien roma trae el alma. No eres carne ni pescado. ¡Oh materia digna de los versos del Petrarca! Comparada con su amor, Laura era una fregona, sino que tuvo mejor poeta que la celebrase; Dido una zagala, Cleopatra una gitana, Hero y Elena dos rameras, y Ciste, a pesar de sus negros ojos, no podría competir con la suya. Bon jour, Romeo. Saludo francés corresponde a vuestras calzas francesas. Anoche nos dejaste en blanco.
ROMEO.-¿Qué dices de dejar en blanco?
MERCUTIO.-Que te despediste a la francesa. ¿Lo entiendes ahora?
ROMEO.-Perdón, Mercutio. Tenía algo que hacer, y no estaba el tiempo para cortesías.
MERCUTIO.-¿De suerte que tú también las usas a veces y doblas las rodillas?
ROMEO.-Luego no soy descortés, porque eso es hacer genuflexiones.
MERCUTIO.-Dices bien.
ROMEO.-Pero aquello de que hablábamos es cortesía y no genuflexión.
MERCUTIO.-Es que yo soy la flor de la cortesía.
ROMEO.-¿Cómo no dices la flor y nata?
MERCUTIO.-Porque la nata la dejo para ti.
ROMEO.-Cállate.
MERCUTIO.-¿Y no es mejor esto que andar en lamentaciones exóticas? Ahora te reconozco: eres Romeo, nuestro antiguo y buen amigo. Andabas hecho un necio con ese amor insensato. (Entran Pedro y el Ama.)
MERCUTIO.-Vela, vela.
BENVOLIO.-Y son dos: una saya, y un sayal.
AMA.-¡Pedro!
PEDRO.-¿Qué?
AMA.-Tráeme el abanico.
MERCUTIO.-Dáselo, Pedro, que siempre será más agradable mirar su abanico que su cara.
AMA.-Buenas tardes, señores.
MERCUTIO.-Buenas tardes, hermosa dama.
AMA.-¿Pues hemos llegado a la tarde?
MERCUTIO.-No, pero la mano lasciva del reloj está señalando las doce.
AMA.-¡Jesús, qué hombre!
MERCUTIO.-Un hombre que Dios crió, para que luego echase él mismo a perder la obra divina.
AMA.-Bien dicho. Para que echase su obra a perder… ¿Pero me podría decir alguno de vosotros dónde está el joven Romeo?
ROMEO.-Yo te lo podré decir, y por cierto que ese joven será ya más viejo cuando le encontréis, que cuando empezabais a buscarlo. Yo soy Romeo, a falta de otro más joven.
AMA.-¿Lo decís de veras?
MERCUTIO.-¿Conque a falta de otro mejor, os parece joven? Discretamente lo entendéis.
AMA.-Si verdaderamente sois Romeo, tengo que deciros secretamente una palabra.
BENVOLIO.-Si querrá citarle para esta noche…
MERCUTIO.-¿Es una alcahueta, una perra?… ¡Oh, oh!…
ROMEO.-¿Qué ruido es ése?
MERCUTIO.-No es que haya encontrado yo ninguna liebre, ni es cosa de seguir la liebre, aunque como dice el cantar: “En cuaresma bien se puede comer una liebre vieja, pero tan vieja llega a podrirse, si se la guarda, que no hay quien la pueda mascar.” ¿Vas a casa de tu padre, Romeo? Allá iremos a comer.
ROMEO.-Voy con vosotros.
MERCUTIO.-Adiós, hermosa vieja; hermosa, hermosa, hermosa. (Vanse él y Benvolio.)
AMA.-Bendito sea Dios, que ya se fue éste. ¿Me podríais decir (a Romeo)quién es este majadero, tan pagado de sus chistes?
ROMEO.-Ama, es un amigo mío que se escucha a sí mismo y gusta de reírse sus gracias, y que habla más en una hora que lo que escuchas tú en un mes.
AMA.-Pues si se atreve a hablar mal de mí, él me lo pagará, aunque vengan en su ayuda otros veinte de su calaña. Y si yo misma no puedo, otros sacarán la cara por mí. Pues no faltaba más. ¡El grandísimo impertinente! ¿Si creerá que yo soy una mujer de ésas?… Y tú (a Pedro)que estás ahí tan reposado, y dejas que cualquiera me insulte.
PEDRO.-Yo no he visto que nadie os insulte, porque si lo viera, no tardaría un minuto en sacar mi espada. Nadie me gana en valor cuando mi causa es justa, y cuando me favorece la ley.
AMA.-¡Válgame Dios! todavía me dura el enojo y las carnes me tiemblan… Una palabra sola, caballero. Como iba diciendo, mi señorita me manda con un recado para vos. No voy a repetiros todo lo que me ha dicho. Pero si vuestro objeto es engañarla, ciertamente que será cosa indigna, porque mi señorita es una muchacha joven, y el engañarla sería muy mala obra, y no tendría perdón de Dios.
ROMEO.-Ama, puedes jurar a tu señora que…
AMA.-¡Bien, bien, así se lo diré, y ha de alegrarse mucho!
ROMEO.-¿Y qué le vas a decir, si todavía no me has oído nada?
AMA.-Le diré que protestáis, lo cual, a fe mía, es obrar como caballero.
ROMEO.-Dile que invente algún pretexto para ir esta tarde a confesarse al convento de Fray Lorenzo, y él nos confesará y casará. Toma este regalo.
AMA.-No aceptaré ni un dinero, señor mío.
ROMEO.-Yo te lo mando.
AMA.-¿Con que esta tarde? Pues no faltará.
ROMEO.-Espérame detrás de las tapias del convento, y antes de una hora, mi criado te llevará una escala de cuerdas para poder yo subir por ella hasta la cima de mi felicidad. Adiós y séme fiel. Yo te lo premiaré todo. Mis recuerdos a Julieta.
AMA.-Bendito seáis. Una palabra más.
ROMEO.-¿Qué, ama?
AMA.-¿Es de fiar vuestro criado? ¿Nunca oísteis que a nadie fia sus secretos el varón prudente?
ROMEO.-Mi criado es fiel como el oro.
AMA.-Bien, caballero. No hay señorita más hermosa que la mía. ¡Y si la hubierais conocido cuando pequeña!… ¡Ah! Por cierto que hay en la ciudad un tal Paris que de buena gana la abordaría. Pero ella, bendita sea su alma, más quisiera a un sapo feísimo que a él. A veces me divierto en enojarla, diciéndole que Paris es mejor mozo que vos, y ¡si vierais cómo se pone entonces! Más pálida que la cera. Decidme ahora: ¿Romero y Romeo no tienen la misma letra inicial?
ROMEO.-Verdad es que ambos empiezan por R.
AMA.-Eso es burla. Yo se que vuestro nombre empieza con otra letra menos áspera… ¡Si vierais qué graciosos equívocos hace con vuestro nombre y con Romero! Gusto os diera oírla.
ROMEO.-Recuerdos a Julieta.
AMA.-Sí que se los daré mil veces. ¡Pedro!
PEDRO.-¡Qué!
AMA.-Toma el abanico, y guíame.
ESCENA QUINTA
Jardín de Capuleto
(JULIETA y el AMA)
JULIETA.-Las nueve eran cuando envié al ama, y dijo que antes de media hora volvería. ¿Si no lo habrá encontrado? ¡Pero sí! ¡Qué torpe y perezosa! Sólo el pensamiento debiera ser nuncio del amor. Él corre más que los rayos del sol cuando ahuyentan las sombras de los montes. Por eso pintan al amor con alas. Ya llega el sol a la mitad de su carrera. Tres horas van pasadas desde las nueve a las doce, y él no vuelve todavía. Si ella tuviese sangre juvenil y alma, volvería con las palabras de su boca: pero la vejez es pesada como un plomo. (Salen el Ama y Pedro.)¡Gracias a Dios que viene! Ama mía, querida ama… ¿qué noticias traes? ¿Hablaste con él? Que se vaya Pedro.
AMA.-Vete, Pedro.
JULIETA.-Y bien, ama querida. ¡Qué triste estás! ¿Acaso traes malas noticias? Dímelas, a lo menos, con rostro alegre. Y si son buenas, no las eches a perder con esa mirada torva.
AMA.-Muy fatigada estoy. ¡Qué quebrantados están mis huesos!
JULIETA.-¡Tuvieras tus huesos tú y yo mis noticias! Habla por Dios, ama mía.
AMA.-¡Señor, qué prisa! Aguarda un poco. ¿No me ves sin aliento?
JULIETA.-¿Cómo sin aliento, cuándo te sobra para decirme que no le tienes? Menos que en volverlo a decir, tardarías en darme las noticias. ¿Las traes buenas o malas?
AMA.-¡Que mala elección de marido has tenido! ¡Vaya, que el tal Romeo! Aunque tenga mejor cara que los demás, todavía es mejor su pie y su mano y su gallardía. No diré que la flor de los cortesanos, pero tengo para mí que es humilde como una oveja. ¡Bien has hecho, hija! y que Dios te ayude. ¿Has comido en casa?
JULIETA.-Calla, calla: eso ya me lo sabía yo. ¿Pero qué hay de la boda? dímelo.
AMA.-¡Jesús! ¡Qué cabeza la mía! Pues, y la espalda… ¡Cómo me mortifican los riñones! ¡La culpa es tuya que me haces andar por esos andurriales, abriéndome la sepultura antes de tiempo.
JULIETA.-Mucho siento tus males, pero acaba de decirme, querida ama, lo que te contestó mi amor.
AMA.-Habló como un caballero lleno de discreción y gentileza; puedes creerme. ¿Dónde está tu madre?
JULIETA.-¿Mi madre? Allá dentro. ¡Vaya una pregunta!
AMA.-¡Válgame Dios! ¿Te enojas conmigo? ¡Buen emplasto para curar mis quebraduras! Otra vez vas tú misma a esas comisiones.
JULIETA.-Pero ¡qué confusión! ¿Qué es en suma lo que te dijo Romeo?
AMA.-¿Te dejarán ir sola a confesar?
JULIETA.-Sí.
AMA.-Pues allí mismo te casarás. Vete a la celda de Fray Lorenzo. Ya se cubren de rubor tus mejillas con tan sencilla nueva. Vete al convento. Yo iré por otra parte a buscar la escalera, con que tu amante ha de escalar el nido del amor. A la celda, pues, y yo a comer.
JULIETA.-¡Y yo a mi felicidad ama mía!
ESCENA SEXTA
Celda de Fray Lorenzo
(FRAY LORENZO y ROMEO)
FRAY LORENZO.-¡El cielo mire con buenos ojos la ceremonia que vamos a cumplir, y no nos castigue por ella en adelante!
ROMEO.-¡Así sea, así sea! Pero por muchas penas que vengan no bastarán a destruir la impresión de este momento de ventura. Junta nuestras manos, y con tal que yo pueda llamarla mía, no temeré ni siquiera a la muerte, verdugo del amor.
FRAY LORENZO.-Nada violento es duradero: ni el placer ni la pena: ellos mismos se consumen como el fuego y la pólvora al usarse. La excesiva dulcedumbre de la miel empalaga al labio. Ama, pues, con templanza. (Sale Julieta.)Aquí está la dama; su pie es tan leve que no desgastará nunca la eterna roca; tan ligera que puede correr sobre las telas de araña sin romperlas.
JULIETA.-Buenas tardes, reverendo confesor.
FRAY LORENZO.-Romeo te dará las gracias en nombre de los dos.
JULIETA.-Por eso le he incluido en el saludo. Si no, pecaría él de exceso de cortesía.
ROMEO.-¡Oh, Julieta! Si tu dicha es como la mía y puedes expresarla con más arte, alegra con tus palabras el aire de este aposento y deja que tu voz proclame la ventura que hoy agita el alma de los dos.
JULIETA.-El verdadero amor es más prodigo de obras que de palabras: más rico en la esencia que en la forma. Sólo el pobre cuenta su caudal. Mi tesoro es tan grande que yo no podría contar ni siquiera la mitad.
FRAY LORENZO.-Acabemos pronto. No os dejaré solos hasta que os ligue la bendición nupcial.
ACTO TERCERO
ESCENA PRIMERA
Plaza de Verona
(MERCUTIO, BENVOLIO)
BENVOLIO.-Amigo Mercutio, pienso que debíamos refrenarnos, porque hace mucho calor, y los Capuletos andan encalabrinados, y ya sabes que en verano hierve mucho la sangre.
MERCUTIO.-Tú eres uno de esos hombres que cuando entran en una taberna, ponen la espada sobre la mesa, como diciendo: “ojalá que no te necesite”, y luego, a los dos tragos, la sacan, sin que nadie les provoque.
BENVOLIO.-¿Dices que yo soy de ésos?
MERCUTIO.-Y de los más temibles espadachines de Italia, tan fácil de entrar en cólera como de provocar a los demás.
BENVOLIO.-¿Por qué dices eso?
MERCUTIO.-Si hubiera otro como tú, pronto os mataríais. Capaz eres de reñir por un solo pelo de la barba. Donde nadie vería ocasión de camorra, la ves tú. Llena está de riña tu cabeza, como de yema un huevo, y eso que a porrazos te han puesto tan blanda como una yema, la cabeza. Reñiste con uno porque te vio en la calle y despertó a tu perro que estaba durmiendo al sol. Y con un sastre porque estrenó su ropa nueva antes de Pascua, y con otro porque ataba sus zapatos con cintas viejas. ¿Si vendrás tú a enseñarme moderación y prudencia?
BENVOLIO.-Si yo fuera tan camorrista como tú, ¿quién me aseguraría la vida ni siquiera un cuarto de hora?… Mira, aquí vienen los Capuletos.
MERCUTIO.-¿Y qué se me da a mí, vive Dios?
(Teobaldo y otros.)
TEOBALDO.-Estad cerca de mí, que tengo que decirles dos palabras. Buenas tardes, hidalgos. Quisiera hablar con uno de vosotros.
MERCUTIO.-¿Hablar solo? más valiera que la palabra viniese acompañada de algo, de un golpe.
TEOBALDO.-Hidalgo, no dejaré de darle si hay motivo.
MERCUTIO.-¿Y no podéis encontrar motivo sin que os lo den?
TEOBALDO.-Mercutio, tú estás de acuerdo con Romeo.
MERCUTIO.-¡De acuerdo! ¿Has creído que somos músicos? Pues aunque lo seamos, no dudes que en esta ocasión vamos a desafinar. Yo te haré bailar con mi arco de violín. ¡De acuerdo! ¡Válgame Dios!
BENVOLIO.-Estamos entre gentes. Buscad pronto algún sitio retirado, donde satisfaceros, o desocupad la calle, porque todos nos están mirando.
MERCUTIO.-Para eso tienen ojos. No me voy de aquí por dar gusto a nadie.
TEOBALDO.-Adiós, señor. Aquí está el doncel que buscábamos. (Entra Romeo.)
MERCUTIO.-Mátenme si él lleva los colores de vuestro escudo. Aunque de fijo os seguirá al campo, y por eso le llamáis doncel.
TEOBALDO.-Romeo, sólo una palabra me consiente decirte el odio que te profeso. Eres un infame.
ROMEO.-Teobaldo, tales razones tengo para quererte que me hacen perdonar hasta la bárbara grosería de ese saludo. Nunca he sido infame. No me conoces. Adiós.
TEOBALDO.-Mozuelo imberbe, no intentes cobardemente excusar los agravios que me has hecho. No te vayas, y defiéndete.
ROMEO.-Nunca te agravié. Te lo afirmo con juramento. Al contrario, hoy te amo más que nunca, y quizá sepas pronto la razón de este cariño. Vete en paz, buen Capuleto, nombre que estimo tanto como el mío.
MERCUTIO.-¡Qué extraña cobardía! Decídanlo las estocadas. Teobaldo, espadachín, ¿quieres venir conmigo?
TEOBALDO.-¿Qué me quieres?
MERCUTIO.-Rey de los gatos, sólo quiero una de tus siete vidas, y luego aporrearte a palos las otras seis. ¿Quieres tirar de las orejas a tu espada, y sacarla de la vaina? Anda presto, porque si no, la mía te calentará tus orejas antes que la saques.
TEOBALDO.-Soy contigo.
ROMEO.-Detente, amigo Mercutio.
MERCUTIO.-Adelante, hidalgo. Enseñadme ese quite. (Se baten.)
ROMEO.-Saca la espada, Benvolio. Separémoslos. ¡Qué afrenta, hidalgos! ¡Oíd, Teobaldo! ¡Oye, Mercutio! ¿No sabéis que el Príncipe ha prohibido sacar la espada en las calles de Verona? Deteneos, Teobaldo y Mercutio. (Se van Teobaldo y sus amigos.)
MERCUTIO.-Mal me han herido. ¡Mala peste a Capuletos y Montescos! Me hirieron y no los herí.
ROMEO.-¿Te han herido?
MERCUTIO.-Un arañazo, nada más, un arañazo, pero necesita cura. ¿Dónde está mi paje, para que me busque un cirujano? (Se va el paje.)
ROMEO.-No temas. Quizá sea leve la herida.
MERCUTIO.-No es tan honda como un pozo, ni tan ancha como el pórtico de una iglesia, pero basta. Si mañana preguntas por mí, verásme tan callado como un muerto. Ya estoy escabechado para el otro mundo. Mala landre devore a vuestras dos familias. ¡Vive Dios! ¡Que un perro, una rata, un ratón, un gato mate así a un hombre! Un matón, un pícaro, que pelea contra los ángulos y reglas de la esgrima. ¿Para qué te pusiste a separarnos? Por debajo de tu brazo me ha herido.