Текст книги "90 millas hasta el paraíso"
Автор книги: Vladímir Eranosián
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Uno de los remiendos en el fondo, junto a la quilla, estaba despegándose, y por ahí dejaba pasar el agua…
El ingenioso plan del intrigante se volvió contra él mismo. Transcurridas seis horas, después de iniciarse la travesía a ciegas, el motor exprimió de sí todos los jugos y se puso a escupir con gasóleo de mala calidad. En definitiva, bramando dentro de sus límites de potencia, empezó a rugir como una fiera herida de muerte, y en un instante se paró, o se deterioró o simplemente murió, y al final despidió hollín.
Lázaro no habría podido comprender la causa de la rotura, y no lo intentaba siquiera. La barcaza venía inclinándose estrepitosamente al borde izquierdo, y al mismo tiempo se hundía en el mar por el lado de la toldilla. Parecía ser, que el agujero se formó atrás en el lugar de aquel remiendo de acero. La presión del agua lo hizo saltar, como si fuera un corcho de champaña.
Ahora nadie pensaba acerca de los hábitos náuticos del piloto-impostor. El pánico no deja lugar a las reflexiones cuando todos concibieron que el buque estuviera hundiéndose, el miedo ya había expulsado los últimos focos del raciocinio. Los ancianos fueron las primeras víctimas. No pudieron salir siquiera a la cubierta superior. El camarote quedó inundado en unos segundos. Entre ellos quedaron sepultados los padres de Lázaro, doña María Elena y don Ramón, y cinco desgraciados más.
Una enorme ola cubrió la cubierta sin que dejara la mínima posibilidad de encontrar allí un refugio. Ahora la gente estaba cara a cara contra el mar. La barcaza, mejor dicho, los restos que quedaron de esta, se despedía expidiendo los últimos gorgoteos y pompas efervescentes…
Hallándose fuera del yate, Elizabeth vio a unos pobretes que se ahogaban, los cuales uno tras otro iban hundiéndose. No gritaba como los mayores, no pedía ayuda. Allí, a unas veinte yardas de ella, estaba el pequeño Eliancito. Él combatía contra las olas, sintiendo que ya se le agotaban las últimas fuerzas, y bataneaba con sus pequeñas palmas el océano cruel. Tenía miedo. No podía ver sus salpicaduras, se lo impedían hacer las olas pesadas, de las cuales se hacía más y más difícil escurrirse.
Su padre todavía no aparecía… ¿Dónde está? Ahora aparecerá el salvavidas, y luego llegará a nado su taita. Obligatoriamente llegará hasta aquí, habrá que resistir un poquito. Es que su papá le enseño a nadar…
Juan Miguel en este momento realmente venía corriendo para socorrerle. Se aproximaba a la orilla inconsciente, la arena porosa le obligaba a desacelerar la velocidad, pero ya el agua le llegaba a la rodilla. Apartando con las manos las olas endiabladas, iba avanzando más y más. Estas le pegaban bofetadas, haciéndole borrar al mismo tiempo las lágrimas de su desesperación. Él gritó por su incapacidad y presintiendo algo muy horrible…
La nota, esa extraña nota de Elizabeth con una palabra alarmante “Perdóname”. Una súplica humana, expresada mediante un verbo en forma imperativa. “Perdóname” siempre lleva prácticamente un significado global, y casi nunca se refiere un deseo de ser indulgente por alguna culpa concreta. Por eso, probablemente, es más fácil implorar perdón por todo lo hecho. “¿Por qué perdonarle?… – Juan Miguel estaba atormentado por las dudas, – ¿Dónde está Eliancito? ¿Para qué Eliz se llevó todo el dinero? ¿Qué ocurrió?
Algo desconocido lo empujó afuera, a la calle, a la avenida, al océano… Iba guiado al encuentro por la inminencia.
Las olas le pegaban en el pecho, mientras que él solamente intentaba resistir y no cometer una locura. Quería moverse a nado y no pudo explicarse a sí mismo hacia adónde y para qué… Se sentía como una partícula de arena, impotente e inútil. Pero en este mundo había una persona, un hombrecito mucho más vulnerable, este era su Eliancito. Ya por eso no debía ser debilucho. Es que él es el padre…
– ¡Elián!… – gritaba Juan Miguel a la lejanía infinita, pero su voz iba perdiéndose en un ruido roncador de las hileras amenazadoras. Las falanges alineadas de las olas venían avanzando, y la presión iba creciendo. Ellas lo hacían revolotear con escarnio, intentando tragarlo con los molederos remolinos de espuma, pero el hombre permanecía parado, seguía llamando a su hijo:
– ¡Elián!…
Su niño permanecía callado. Sabía que su papá lo estaba mirando, que él de un instante a otro le tendería la mano y lo salvaría. Como en aquella ocasión… Su papá no dejará que él se ahogue…
Ya no había ninguna barcaza. Elizabeth pudo visualizar una figura más, estaba al lado, a unas diez yardas, agarrada a un neumático inflado. Lázaro se valía de él para desplazarse por el agua y era el único accesorio de salvamento que había en la embarcación ya hundida. Con la mano libre remaba en dirección opuesta al lugar donde Eliancito, con sus últimas fuerzas, pretendía mantenerse a flote.
– ¡Vuelve! ¡Atrás! – rogó Eliz, Lázaro se encontraba más cerca a su hijo. Pero su llamamiento condenado quedó sin respuesta. Él continuaba alejándose, sin poder imaginar que la desolación dio a Eliz un increíble coágulo de energía, la obligó a tomar una decisión drástica.
Ya no nadaba, sino que se empujaba del agua con las manos y los pies, avanzando precipitadamente. Parecía que las olas la estaban apretando. La distancia hasta su ex amante iba disminuyendo. En total eran cinco yardas, tres, dos, una y he ahí su pie… Ella ya lo agarró del tobillo y con fuerza dio un tirón hacia sí. Ella misma, habiendo alcanzado el neumático, como si fuera una martillista, lo hizo girar hacia el lugar donde supuestamente se encontraba Eliancito. Aplicando todas las fuerzas disponibles, hizo sacar del pecho la última posibilidad de salvar al más querido, que tenía ella, a su primogénito, al hijito suyo.
¿Dónde está? ¿Acaso es tarde? ¿Puede ser que todo ha acabado? La vida de ella no vale nada, solamente hacerlo a tiempo, solamente llegar al lugar donde está el pequeñuelo…
Algo la tiraba hacia atrás. Era la mano musculosa de Lázaro. Emergió del torbellino oceánico que le estuvo dando vueltas. Eliz se dio vuelta a él… y sintió un fuerte golpe. Un potente puñetazo en el entrecejo. No sentía dolor. La sangre brotó como un chorro y la ola se la lavó con un manotazo salado.
Por primera vez le pegó. Era más fuerte. Pero ella era más audaz. Este intentaba salvar su vida, y ella la de su niño. Esta era su principal superioridad. Perdió el sentido por un instante y al volver en sí reanudó la persecución.
Las olas parecían burlarse de Lázaro, organizando danzas delante de su nariz, e impidiéndole determinar el lugar donde se hallaba el neumático. ¿Y qué misterio es esto? ¡Otra vez la bruja! Había que asestarle un golpazo en la frente y así acabar para siempre con ella. La mujer lo agarró con las dos manos, ¿y qué está haciendo? ¿En qué está pensando? La pegaba en la cabeza, le pinchaba los ojos con los dedos, le arrancaba el pelo… Todo era inútil.
– ¡Suéltame! – vociferaba frenéticamente en un estado de pánico el desgraciado piloto anheloso. Ya tenía presa de muerte la nuez de la garganta y lo arrastraba al fondo, tras sí, ya que había decidido firmemente alcanzar las profundidades del océano en compañía de un varón. ¿Habría que enterarse si estaba allí el niño y si logró alcanzar el neumático?… Ella moría, liquidando la amenaza a Elián.
El cuerpo de Lázaro, al haberse desprendido de las manos de Eliz, encontró un refugio al lado de un enorme cornudo coral cerebro, rodeado de plumas de gorgonias. Esta caída inesperada de algo ajeno alarmó a una colonia de esas esponjas de dos metros. Se pegaron al cadáver como si fueran sanguijuelas, habiendo expulsado una cantidad inimaginable de tintura de color lila. Unos tiburones pronto advirtieron el cuerpo rojo, aunque no lo tocaron, creyendo que sería venenoso. Tampoco lo hicieron con Eliz, la que estaba durmiendo el sueño eterno. Se acomodó en una cavidad poco accesible para sus mandíbulas macizas entre los corales negros, en un campamento retirado de peces balistes y angelotes, nómadas del Atlántico.
Unos peces raros susurraban un no sé qué a la bella durmiente, imaginándose ser guardias, que desterraban el ajetreo y las dudas. Le aplicaban un maquillaje de tranquilidad en su semblante, intentando quitar de su cara el velo inmóvil de un temor incompresible. “No te molestes, princesa… un adepto habría podido leer los desahogos mudos, valiéndose de los labios – Esta es una de las más hermosas inhumaciones terrenales. Aquí reina la calma y la pacificación…”
Si no fuera el severo Epinephelus el que siempre sacude las aletas y menea la cola, como si supiera algo de importancia que solamente lo dará a conocer cuando los otros le abran el paso. Pues, por favor. Expón tu noticia, fanfarroncito. ¿Qué viste allí, estando arriba, en la superficie de las aguas maliciosas? Un niño desesperado que se ahogaba. Se valía de las últimas fuerzas para alcanzar un neumático de goma, se encaramó en este y pudo mantenerse hasta que se estableció la bonanza. Ahora está durmiendo en medio del centellante espejo del mar. El sol le hace cosquillas en la nariz…
¿Y nada más? ¿Esa es toda la novedad?… ¡Se hinchó como si supiera unos detalles súper importantes! “No quieren oírme hablar, como quieran” – Epinephelus salió a escape, advirtiendo una maravilla azul cielo, era un Acanthurus que se filtró por detrás del coral, dando a entender que el pececito sería un oyente mucho más agradecido. No obstante, apenas hubo desaparecido el Epinephelus, los sarcásticos balistes y los irónicos angelotes percibieron con sus escamas que la alarma en su oculta cavidad ya desapareció sin dejar rostro, y de la faz de la princesa se esfumó la mímica de un temor incomprensible y apareció una sonrisa misteriosa…
La mañana del 23 de noviembre de 1999
Alta mar, a 10 millas del puerto de Key West
Extremo meridional de Florida
– ¡Hombre al agua! – vocifero un pescador barbudo, haciendo bajar un bote de salvamento al agua.
Unas fuertes manos cargaron cuidadosamente al niño al bote y lo hicieron subir a bordo del buque pesquero que iba a la deriva, donde Elián inmediatamente volvió en sí.
– ¿Chiquillo, como es que has llegado aquí? – sin esperar la respuesta del chico sin fuerzas, completamente agotado. “Solamente Dios sabe lo que habrá sufrido”, barboteaba uno de sus salvadores.
– Me siento mareado – pronunció con una voz vibrante el pequeño tendido en la cubierta de madera.
– ¿Qué acaba de decir? – exigió la traducción el capitán irlandés.
– Se queja de que está mareado – sin volverse respondió un barbudo cubano, en un instante se convenció de que el chavalito era compatriota suyo.
En la tripulación había muchos cubanos. Se mudaron a Miami en la época de Camarioca, en el año ‘62 tras la crisis del Caribe, cuando Castro por primera vez declaró que la construcción del comunismo era un asunto voluntario y que a nadie le sujetaría de la mano. Del puerto cubano de Camarioca empezaron a circular centenares de lanchas y yates, transportando a miles de descontentos, a tales como este barbudo. Él era representante de una profesión libre y esperaba que la joyería lo sustentara en los EE.UU. Pero no fue así. Un ducho experto judío en orfebrería y diamantes, examinando con su mirada experta los hábitos y la manera del “Fabergé cubano”, como se imaginaba ser el inmigrante, con indulgencia no le ofrecían siquiera trabajo de aprendiz, temiendo que el refugiado del hambre pudiera hasta meterse al robo, sino un aprendizaje de pago. El instructor, disgustado al examinar su pieza, profirió en la primera clase: “Esto es algo de mal gusto y primitivo. Algo así nadie lo comprará.” Entonces, el joyero fallido golpeó la puerta y se hizo pescador.
Ardía por encontrarse allí, donde le admirarían, donde sería una persona respetable, pero como se suele decir, muy pronto en la vida es demasiado tarde… En la patria él ahora pertenecía a la “escoria”1111
Las escorias son un subproducto de la fundición de la mena para purificar los metales.
[Закрыть] , es decir le estaba prohibido el camino a casa. En el barco, aunque sea un poquito, pero estaban más cerca a las costas natales, en comparación con aquellos para los cuales todo el mundo estaba limitado a los barrios de la Pequeña Habana.
– ¿Cuál es tu nombre? – pregunto al niño un buen pescador.
– Elián – pronunció el chicuelo.
– ¿Cuál es tu apellido?
– González… Tengo hambre, – interrumpió el interrogatorio Eliancito.
– Todo va estar en orden con él – reportó el pescador – Quiere comer. ¡Traigan arroz con frijoles! Allí en la cocina en la caldereta. Todavía no está frío.
Trajeron un plato con cangrejo. Nunca pensó que los ordinarios “moros y cristianos”, una comida que él probó cientos de veces, puede ser tan rica. Luego le ofrecieron tostones, bananas en rodajas fritas en aceite. Este postre era el plato especial de su querida mamá.
Debe de estar cerca de aquí, la encontrarán otros pescadores, y pronto ellos todos juntos, él, mamá y papá se sentarán a la mesa a comer. Habrá en esta todos tipos de manjares, tales sabrosos como les que acaban de convidar los generosos pescadores.
A ellos, naturalmente, papá y mamá deberán invitarles obligatoriamente hasta que queden rehartados. Mamá especialmente para ellos preparará un pollo asado y camarones. De postre servirá mermelada de guayaba. ¡Sabrosura! ¡Para chuparse los dedos! El mozalbete contento se entornó los ojos en espera de inevitables exaltaciones culinarias de sus nuevos amigos.
– Habrá que dar un anuncio en “El Nuevo Heraldo”. Creo que sus familiares darán señales de vida y nos contestarán. Es que no vamos a ahijarlo – reflexionaba el sombrío capitán, contemplando con curiosidad al lobato orejudo, el cual iba tragando uno tras otro los pedacitos de bananas, sin masticarlos.
– Yes, sir – gesticuló el pescador – estoy seguro de que los parientes se darán a conocer. De otra manera nos arruinaremos sustentándole aquí, este glotón traga la comida, como un depósito de cereales. Si lo incluimos, a este troglodita, en las listas de abastecimiento, toda la tripulación morirá de hambre.
Todos en la cubierta se pusieron a reír a carcajadas. Acababan de salvar a una persona y este hombrecito estaba sano y salvo…
Se reía Elián. Aunque no comprendió el significado del dicho, pero con todo el corazón sentía una atmósfera amistosa y estaba contento de su salvación. Los ojos de los pescadores, su temperamento alegre irradiaba la sinceridad. Esto bastaba para complacer al pequeñuelo. Todo era claro como la luz del día. En las miradas de ellos se reflejaba un dulce sosiego y una calma contagiosa. Aunque, dicen, que incluso no todos los adultos saben leer mirando los ojos. Pero en el caso arriba mencionado, todo era muy simple. “Quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación…”
2 de diciembre de 1999.
La Habana, Cuba. Palacio de la Revolución, Residencia del Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba Fidel Castro Ruz
Ellos conversaban con el Comandante varias horas seguidas, como dos viejos amigos, lo único que uno de los dos era instructor por derecho. Una persona sabia, es decir, buena. Juan Miguel estaba impaciente por preguntarle algo.
– Fidel – susurró con un sentimiento de pérdida irremediable, – ¿Puede ser probable que los yanquis no me entreguen al niño?
El líder de Cuba con tristeza pasó la mano por la barba y meneó la cabeza.
– ¡Si no, ordena a un grupo especial de operaciones que saquen a mi Eliancito, o dame un arma para que yo mismo lo haga! – dijo decididamente el padre del chico.
– No, la estrategia ya está elaborada. Intervendré en directo por la televisión nacional. Te ayudaré. Cuba te ayudará. Libraremos la lucha aplicando medios legítimos. Nos valdremos de la opinión pública internacional. Sería bueno si lo hiciéramos de una manera civilizada, es decir, como debería actuar un estado soberano, enfocar este problema quisquilloso y vencer con ayuda de Dios. Sería ideal si se solucionara el litigio utilizando métodos procesales. Teniendo en cuenta que lo suyo no se roba. Lo suyo se ha de devolver…
La madre de Elián falleció. Eres el único, el cual tiene el derecho de educar al chico. Pero piensa lo que estás exigiendo. ¿A qué consecuencias conllevarán los actos de las Fuerzas Especiales cubanas en el territorio de un estado hostil? Tal decisión sería errónea.
Comprendo tus sentimientos, pero te lo pido, compadécete no solamente de ti, sino también de tus compatriotas. No debes imitar en todo al temerario Fidel, el cual hasta hoy está dispuesto, siendo ya una persona anciana, a volver otra vez a las montañas de la Sierra Maestra, habiendo un motivo insignificante, abriéndose paso por intransitables manglares y defenderse de las “hordas” de mosquitos, pensando que todos los cubanos sin excepción alguna son tales arrojados, como su guía.
Las provocaciones no acabarán nunca. Pero no somos aquellos, los de antes. No somos gatitos ciegos y terminamos los estudios de diplomacia, la táctica en enfrentamientos mediáticos. El pueblo ya hace tiempo que está cansado de esa tensión permanente y ansia una vida pacífica. Sueña con la buena vecindad con todos. Y con los EE.UU. en primer lugar. Pero allí me han alistado a la legión de diablos junto con Sadam, Bin Laden, Kim Jong–il y Lukashenko. No quieren llevar las conversaciones conmigo. Es un circuito cerrado. Pero lo romperemos con la fuerza de la verdad. Por su pequeño ciudadano no intercede Fidel, sino Cuba. ¿No quieren hablan con Castro? Entonces deberán llevar las conversaciones con todo el pueblo cubano, y tú, un simple joven de Cárdenas, serás su representante plenipotenciario…
Tras estas palabras, Fidel respiró hondo y agregó de manera confidencial:
– En mi vida he cometido muchos errores. Debido a mi propia inexperiencia, influencia del ámbito que nos rodea. Te parecía imposible llevarlo a cabo de otra manera. Luego me arrepentía. A veces ya era tarde. Uno de estos casos es la invasión de las tropas soviéticas en Checoslovaquia. No supe encontrar fuerzas para condenarla. Otro caso aún peor, a partir de la segunda etapa de nacionalización, cuando nosotros según el modelo estereotipado soviético comenzamos a expropiar los bienes de los guajiros. Entonces ofendimos a la gente. Luego largo tiempo pagábamos el pato. Pero el error más grande de mi vida yo creo que es una historia muy antigua, que no figuró en ninguna de las crónicas. En aquella época yo era demasiado joven, era muy iracundo y egoísta. Te lo relataré. Ha de ser un gran secreto… A mi hijo Fidelito se lo llevaron a los EE.UU. sin autorización mía. Eso lo hizo su madre natal, mi primera esposa Mirta Balart. Era una buena mujer y una esposa fiel. Su tío, cómplice de Batista, la obligó a cometer tal tontería. Entonces enviamos a Miami a unos muchachos atrevidos. Ellos trajeron a Cuba a mi chico. Hasta hoy día estoy lamentando ese episodio. No se debía privar a la criatura del amor maternal. Ofendí a la mujer, la cual me quería sinceramente, pero al mismo tiempo estaba muy apegada a los suyos y se hallaba entre tenazas de su procedencia noble.
Creía que costara lo que costase me pondría en razón. Y siguiendo los consejos de su familia hizo una estupidez. ¿Y yo qué? Le contesté con una estupidez a la suya, lo que reconozco solamente hoy día, transcurridos muchos años. Estoy castigado por eso.
Cuando Fidelito creció, se hizo insoportable. Todo el tiempo me reprimía porque no tuve en cuenta la opinión de su madre. Pero el peor castigo fue que mi pequeña Mirta nunca, jamás, hasta la misma muerte, no se permitió decir ni una sola mala palabra en cuanto a mí. Nada malo acerca de la persona que le privó del hijo para siempre. Ella no hizo ninguna declaración sobre el secuestro a las autoridades. Hasta se enteraba de los éxitos de su criatura mediante personas ajenas, temiendo que de algún modo podría causar daño con su atención a su hijo natal. Por eso la historia no fue de dominio público.
Otros no podían perder una ocasión sin que se ganaran algún dinero, denigrando a Fidel Castro. En los Estados Unidos eso lo hizo Juana, mi hermana natal. De España se oía llegar acusaciones de la hija natal Alina. Me llamaba demente y difundía rumores increíbles. Permanecía callada solo Mirta, la única mujer ante la cual yo me siento culpable…
La Habana, Cuba,
Agosto del año 1947
El Malecón como había prometido el presidente Grau San Martín a sus protectores norteamericanos se llenó de gente apasionada justo para el mediodía. Hasta que expirasen sus plenos poderes quedaba un año, pero la suerte del “demagogo de las Antillas” ya estaba predestinada. Su trono ya se tambaleaba. Los “gringos” consideraban al “colega Grau” demasiado cobarde porque este intentaba ganarse los favores no solamente ante ellos, sino ante los jefes de las bandas locales. Los gánsteres intrusos no podían admitir la dualidad de poderes. Deberían entronizar una marioneta mucho más segura.
El acompañante del presidente, “el pequeño sargento”, llevaba hombreras de coronel, el ambicioso mestizo Fulgencio Batista, con todas sus entrañas arrastrantes presentía que los planes grandiosos de los “gringos” de convertir su país en un súper-prostíbulo no han de llegar a materializarse sin su muy activa participación. Por lo consiguiente, en Grau ya es hora de poner cruz y raya.
– Que empiece la marcha – San Martín dio la señal a los jefes del carnaval a través de su encargado.
El crucero níveo “Benjamín Franklin” con los influyentes yanquis a bordo se encontraba a doscientas yardas de los bolardos de amarre. En el amarre, en el lugar determinado donde bajarían los huéspedes de alto rango, por la escalerilla del buque tendieron una alfombra de pasillo, una copia alargada de la bandera nacional. A nadie se le habría ocurrido que, en una situación de tal índole se pisoteaba la bandera nacional, hubiera un subtexto político. Y cinismo, por añadidura. Sea como sea, el suceso prometía ser algo simbólico.
A todo lo largo de la alfombra de pasillo sobresalían palmas decorativas, asperjadas con un spray dorado. De estas estaban colgados, como si fueran arbolitos de Navidad, pájaros disecados como colibrís, pájaros carpinteros y tocororos, así como cajas con cigarros cubanos, bananas, caracoles y botellas de ron “Paticruzado” con moños en los golletes.
San Martín trajinaba en el muelle, como un escolar esperando a los severos y justos examinadores. Le presionaban las previstas salvas de bienvenida, la de dos cañones de grueso calibre. Estos habían sido fundidos en plena correspondencia con la época de Colón y transportados con tal motivo a la fortaleza Castillo del Morro, directamente de Madrid.
El evento, en realidad, una reunión a celebrarse en la cumbre, no tenía análogos hasta ahora en la historia universal. Era un encuentro entre un vendedor y un comprador. Cuba servía de mercancía…
El régimen corrupto de San Martín se hizo, aunque no del todo ideal, garante de blanqueo del dinero sin riesgo de la mafia estadounidense. Cuba en los próximos años tenía todo para convertirse en base de partida de un armisticio a largo plazo entre familias de gánsteres.
Dieron inicio a “la reunión cubana” el antiguo amigo de “Lucky” Luciano, rey del gambling1212
Gambling – los juegos de apuestas implican arriesgar una determinada cantidad de dinero o bienes materiales en la creencia de que algo, como un juego, una contienda deportiva, etc., tendrá un resultado predecible.
[Закрыть], el genio financiero de la mafia Meyer Lansky y el mafioso de Chicago Salvatore Giancana. Al haberse iniciado la conquista de Las Vegas y las inversiones millonarias en Nevada no impedían a los clanes seguir pensando en el desarrollo paralelo del business. El futuro de Cuba se vislumbraba aún más risueño, que las ganancias a obtener del casino en el desierto.
Los norteamericanos ricos, sin duda alguna, preferirían la isla de playas blancas, palmas reales y una fiesta eterna, al estado que tenía una reputación de polígono nuclear. Estando alejados de la tutela de los omnipresentes federales y de la galantería servil del reyecillo local, esta situación real apresuraba a los mafiosos a tomar lo más pronto posible las principales decisiones tácticas, para que fuera aprobada la única tarea estratégica, Cuba se convertirá en un paraíso en la Tierra, con una sola reserva, que el paraíso es solamente para ellos.
Constantine "Cus" D'Amato, tesorero de Sam Giancana, seguía por todos lados a su patrón, llevando en las manos dos pesados maletines llenos de dinero en efectivo. Ese dinero se suponía que ha de ser gastado en asuntos de la política. La comisión, el consejo superior consultivo de la mafia de Sicilia, aprobó la iniciativa cubana.
Viniendo en calidad de pasajeros en el crucero “Benjamín Franklin”, la gente de “Lucky” Luciano, de Albert Anastasia, representantes de la familia de Banano, de los hermanos-extorsionistas Rocco y la estrella de “Columbia Records”, favorito de las jovencitas actrices hollywoodenses, Frank Sinatra, siempre actuando como titular de plantilla, eso mostraba la coordinación de todas las familias y una plena unanimidad en cuanto a la participación igual al repartir la torta cubana.
Había un “pero” … Al otro lado de la bahía de Florida, el de sobra conocido Vito Genovese, hacía su propio solitario. Él había traicionado a Mussolini y volvió de Italia como héroe del desembarco. Vito se sentía defraudado, y es que él también echó el ojo a Cuba con su potencial gigantesco de un contingente de trescientas mil rameras… Pero el principal motivo de Vito era la muy remota enemistad hacia Albert Anastasia y el deseo de ocupar la sólida posición en la jerarquía mafiosa, que él había cedido debido a la forzada “comisión de servicio”. A su ex patrón Lucky Vito no lo tomaba en serio. En primer lugar, porque a Luciano lo deportaron a Italia, y segundo, aquel bailaba al son que le tocaba el judío Lansky, el cual convenció al “capo de todos los capos”, que Vito apunta al puesto del rey… ¡Pues que sea así! Con qué satisfacción Vito le agujeraría la frente a este pícaro zorro Lansky. Pero este se ocultaba tras la espalda del matón «Bugsy» Siegel y se amparaba en la amistad con el indubitable “Lucky”, al cual hasta ahora le respetaban y temían.
En lo que se refiere a Lansky, Vito decidió no apresurarse. Pero, en cuanto a Anastasia, ya no se podía demorar más. De otra manera, el jefe del clan de asesinos profesionales personalmente se las arreglaría con él. Vito con anticipación entabló contacto con uno de los “capos” de la familia de Anastasia, Carlo Gambino, prometiéndole respaldo en el caso de que liquidara a su jefe. Pronto Alberto Anastasia desapareció. Encontró su muerte en una peluquería. Carlo Gambino encabezó su propia familia y Genovese podía tranquilamente dirigir la mirada a Cuba y así impedir que Meyer Lansky gobernara indivisiblemente la isla. El rey del “gambling” estaba en guardia. Luego regaló a Batista el hotel “Nacional”, en La Habana, y prometió pagar tres millones de dólares al año reservándose el derecho exclusivo de repartir los terrenos para edificar hoteles y casinos en el litoral cubano.
Pero hasta ese momento había aún tiempo de sobra. Casi cinco años. Mientras tanto, Lansky y los socios tuvieron que luchar contra Genovese. Menospreciaron su audacia. En 1948, Vito logró entablar amistad con el nuevo presidente de Cuba, Prío Socarrás. Sin embargo, las ambiciones de Vito de ninguna manera dominaban sobre su previsión. La victoria provisional sobre Lansky y otras familias neoyorquinas estaba dispuesta a cambiarla por un armisticio a largo plazo, con la condición de que se le concedieran iguales oportunidades para blanquear los beneficios en la isla de los prostíbulos y casinos. El acuerdo para organizar la revuelta, encabezada por el “sargento de bolsillo” de Lansky, Fulgencio Batista, Genovese lo aprobó solamente en 1952 tras el exitoso atentado contra Albert Anastasia y las palabras de Joe Bonano, que aseguró que ni Lansky ni nadie más se pondría a obstaculizar el business hotelero y el negocio de apuestas de Vito en La Habana, así como también atentar contra la vida de su “amigo” cubano Prío Socarrás. Además, sabiendo las prioridades de la organización de Genovese, se declaró que la familia de Bonano no admitiría la venta de drogas: “Uno puede relajarse sin esta mierda cuando hay tantas “terneras” y ron.”
El “legítimo” presidente derrocado, aunque adquirió una imagen estable de ladrón, podía servir en el caso de que el dictador empezara a rebasar todos los límites. De tal modo, Vito convenció a los jefes de las otras familias que ellos necesitaban a Prío vivo. En eso quedaron de acuerdo. En la época de Batista, Vito edificó un hotel con un casino en La Habana. Transcurrían los años, y el dictador no lo irritaba, podemos decir, que luego, pasados los años, podía ser ofrecido Socarrás al feroz Fulgencio y a los colegas de la mafia. Echa un hueso al perro y se olvidará de la pechuga de pato.
Dejó de existir la necesidad de Vito de contactar con Socarrás, aún porque los competidores no se resistían a sus contactos directos con Fulgencio, sin la mediación de ellos. Este galgo resultó ser un buen chico. Espacio bajo el sol había para todos. Cuba era una “mina de oro”, cada año iba convirtiéndose en un auténtico “El Dorado”. La dictadura de Batista servía a todos los que tenía dinero.
No era casual que apostaran por él. A diferencia del ladrón-liberal Socarrás, el “mestizo rabioso” podía asegurar la entereza de las inversiones norteamericanas, aplastar cualquier heterodoxia y romper la oposición en el huevo. Para estos fines disponía de un ejército de cuarenta mil personas, armado con el dinero de la mafia.
Quien, en aquella época, en 1947, en el carnaval, cuyo motivo oficial era crear el Comité de Amistad Americano–cubana, pudo pensar que la vida del siguiente, a continuación, destronado presidente de Cuba, el aristócrata Prío Socarrás, sería salvada, en cierto grado, gracias a la revolución. En la multitud de miles de pazguatos estaba parado un altaricón forzudo con facciones correctas de la cara y con una mirada ojimorena ardiente, al cual le estaría predestinado encabezar la revolución. Mirando el aquelarre, organizado por los gánsteres y oligarcas, el muchacho dijo entre dientes con odio:
– Los yanquis ahora se limpiarán las botas con nuestra bandera. Para ellos nuestra bandera es solamente una toalla en una guarida, en la que están convirtiendo nuestra isla… Pasados algunos años, bajo la dirección de este joven, los cubanos expulsarán a todos los que hoy han estado dirigiendo este carnaval ejemplar. Batista apenas se quitó de en medio, salvando su vida. Rockefeller perderá sus refinerías de petróleo, plantaciones de café y tabaco. Los latifundistas quedarán sin los inmensos campos de caña de azúcar. Meyer Lansky, yéndose precipitadamente, olvidará en la isla el maletín con quince millones de dólares en efectivo y se despedirá de la esperanza de recuperar sus inversiones. En Cuba, el que menos sufrió de toda dicha epopeya fue Vito Genovese, pero solamente debido a que, para el momento de la marcha triunfal de los rebeldes barbudos, en julio de 1958, él ya habrá sido acusado en la venta de drogas y encarcelado en los EE.UU. Hasta la victoria de la revolución quedaban doce años…