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La Gaviota
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Текст книги "La Gaviota"


Автор книги: Антон Чехов


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Драматургия


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TRIGORIN.– ¿Cómo?

MASCHA.– Casándome. Me caso con Medvedenko.

TRIGORIN.– ¿Con el maestro?

MASCHA.– Sí.

TRIGORIN.– ¡No comprendo la necesidad!

MASCHA. ¡Amar sin esperanza!... ¡Pasarse los años enteros anhelando algo!... ¡No!... ¡Cuando me case, ya no podré pensar en el amor! ¡Las nuevas preocupaciones borrarán todo lo viejo! ¡Siempre es un cambio! ¿Tomamos otra?

TRIGORIN.– ¿No será mucho?

MASCHA.– ¡Claro que no! ( Llena las copas.)¡No me mire así!... ¡Las mujeres beben con más frecuencia de la que usted cree! ¡La menor parte de ellas lo hace abiertamente, como yo..., la mayor, a escondidas!... ( Chocando los vasos.) ¡Le deseo toda clase de venturas!... ¡Es usted un hombre sencillo y da pena separarse de usted! ( Beben.)

TRIGORIN.– Tampoco yo tengo gana de marcharme.

MASCHA.– ¡Pues pídala que se quede!


TRIGORIN.– No. Ya no se queda... Su hijo se está comportando con absoluta falta de tacto. Lo mismo antes, cuando se pegó el tiro, que ahora, proponiéndose desafiarme. ¿Y por qué..., me pregunto yo?... ¡Se enfada, refunfuña, predica nuevas formas para el arte!... ¡Si para todos puede haber sitio!... ¡Lo mismo para los nuevos que para los viejos! ¿Por qué empujarse, entonces?

MASCHA.– Celos también... Pero es asunto en el que no me meto. ( Pausa.)


Escena II

IAKOV atraviesa la escena de izquierda a derecha transportando una maleta. EntraNINA y se detiene al lado de la ventana.

MASCHA.– ¡Mi maestro no es muy inteligente, pero es un buen hombre y me quiere mucho! ¡Me da lástima de él! ¡Me la da también su madre..., esa viejecita!... ¡En fin! ¡Permítame que le desee cuanto mejor pueda desearse! ¡No guarde mal recuerdo de nosotros! ( Le estrecha fuertemente la mano.) ¡Le estoy muy agradecida por sus deferencias conmigo! ¡No se olvide de mandarme sus libros y, por supuesto, con una dedicatoria autógrafa! ¡Solo que no vaya a poner: «A mi estimada...», sino sencillamente así: «A María, la que no recuerda su nombre ni sabe por qué vive en este mundo.» ¡Adiós! ( Sale.)

NINA.– ( Tendiendo aTRIGORIN el puño cerrado.) ¿Pares o nones?

TRIGORIN.– Pares.

NINA.– ( Suspirando.) ¡No!... ¡Lo que tengo en la mano es solo un garbanzo!... ¡Estaba echando a suertes el hacerme o no artista!... ¡Si tuviera a alguien que me aconsejara.

TRIGORIN.– En eso no se puede aconsejar. ( Pausa.)

NINA.– ¡Vamos a separarnos, y quizá no nos encontremos más!... ¡Le ruego acepte como recuerdo este pequeño medallón!... Encargué grabaran aquí sus iniciales, y por este otro lado el título de su obra Días y noches...

TRIGORIN.– ¡Muy fino!... ( Besando el medallón.) ¡Un regalo maravilloso!

NINA.– ¡Acuérdese alguna vez de mí!

TRIGORIN.– Me acordaré... ¡Me acordaré de usted como era en aquel claro día!... ¿Lo recuerda?... Hace una semana. Iba usted vestida de blanco, y nos pusimos a charlar... Sobre el banco estaba echada una gaviota también blanca...

NINA.– ( Pensativa.) ¡Una gaviota..., sí! ( Pausa.) Viene gente. No podemos seguir hablando... ¡Antes de marcharse, concédame dos minutos!... ¡Se lo suplico! ( Sale por la izquierda. En ese mismo momento entran por la derechaARKADINA ySORIN; este vestido de frac y con una condecoración en el pecho. Detrás, IAKOV, ocupado en la preparación del equipaje.)

ARKADINA.– ¡Mejor sería que te quedaras en casa, viejo! ¿Cómo vas a ir de visitas con tu reuma? ( ATRIGORIN.) ¿Quién acaba de salir de aquí? ¿Nina?

TRIGORIN.– Sí.

ARKADINA.– «¡ Pardon» entonces!... ¡Hemos venido a estorbar!... ( Se sienta.) Me parece que lo he empaquetado ya todo. Estoy cansadísima...

TRIGORIN.– ( Leyendo las palabras escritas en el medallón.) «Días y noches»... «Página ciento veintiuna»... «Renglones once y doce»...

IAKOV.– ( Quitando la mesa.) ¿Y las cañas? ¿Quiere el señor que las meta también en el equipaje?

TRIGORIN.– Sí... Las necesitaré. Los libros puedes dárselos a quien quieras.

IAKOV.– Como usted mande.

TRIGORIN.– ( Para sí.) Página ciento veintiuna... Renglones once y doce... ¿Qué habrá en esos renglones?... ( AARKADINA.) ¿Hay libros míos en casa?

ARKADINA.– Sí. En el despacho de mi hermano. En el armario de esquina.

TRIGORIN.– ¡Página ciento veintiuna!... ( Sale.)

ARKADINA.– ¡En serio te lo digo, Petruscha! ¡Quédate en casa!

SORIN.– ¡Marchándoos vosotros, me será muy penoso quedarme aquí!

ARKADINA.– ¿Y qué tiene de distinto para ti la ciudad?

SORIN.– ¡Nada en especial..., aunque ( Riendo.) van a colocar la primera piedra de la Casa Provincial..., aparte de otras cosas más!... ¡Me gustaría, al menos, distraerme dos o tres horas!... ¡Salir de esta vida pequeña y monótona!... ¡Me paso demasiado tiempo en el mismo sitio..., como una boquilla vieja que ya no usas!... He mandado enganchar los caballos para la una, conque nos iremos a la vez.

ARKADINA.– ( Después de una pausa.) ¡Que te vaya muy bien..., que no te aburras..., que no pases frío y que vigiles a mi hijo! ¡Cuídalo!... ¡Enséñale a vivir! ( Pausa.) ¡Y pensar que me marcho así..., sin saber por qué quiso pegarse ese tiro Konstantin!... Me parece que el motivo principal fueron los celos...; de manera que cuanto más pronto me lleve de aquí a Trigorin, mejor será.

SORIN.– ¿Qué voy a decirte yo?... ¡Tenía también otros motivos! ¡Es cosa comprensible! ¡Imagínate a un hombre joven e inteligente viviendo solo en el campo, en un rincón apartado, sin dinero, sin situación y sin porvenir!... ¡Carece de ocupación, se avergüenza de su ociosidad y la teme!... ¡Yo le quiero muchísimo y él está muy unido a mí; pero, de todos modos, a fin de cuentas, se considera un parásito..., un gorrón! ¡La cosa es natural! ¡Su amor propio!...

ARKADINA.– ¡Qué pesadumbre tengo con él! ( Meditando.) Quizá le convendría encontrar un empleo...

SORIN.– ( Silbando ligeramente primero y después en tono indeciso.) ¡Yo creo que lo mejor sería que le dieras algún dinero!... ¡Lo primero que tiene que hacer es vestirse humanamente!... ¡Hace ya tres años que lleva el mismo traje, y no tiene abrigo! ( Ríe.) ¡Tampoco estaría mal que el muchacho se divirtiera un poco! ¡Que fuera, por ejemplo, al extranjero!... ¡Eso no cuesta mucho!

ARKADINA.– ¡De ningún modo!... ¡Quizá para un traje pudiera darle algo, pero para ir al extranjero!... ¡No!... ¡Ni siquiera para el traje puedo darle dinero ahora! ( En tono decidido.) ¡No lo tengo! (SORIN ríe.) ¡No!

SORIN.– ( Después de silbar un poquito.) Bien... Perdona, querida mía. No te enfades. Te creo. Eres generosa, y tienes gran nobleza de alma.

ARKADINA.– ( Entre lágrimas.) ¡No tengo dinero!

SORIN.– Si yo lo tuviera, claro está que se lo daría..., pero no tengo ni un «piatachok 4»... ¡Toda mi pensión se la lleva el administrador, que la emplea en faenas agrícolas, cría de ganado, abejas..., así que se me va inútilmente!... ¡Las abejas se mueren, las vacas se mueren, y no puedo conseguir nunca caballos!...

ARKADINA.– ¡Sí!... ¡Yo sí tengo dinero, pero soy artista!... ¡Solo en trajes me arruino completamente!

SORIN.– Eres muy buena, querida. Yo te aprecio. Sé que... ¡Ay!... ¡Otra vez me da algo!... ( Tambaleándose.) ¡Se me va la cabeza! ( Sujetándose a la mesa.) ¡Siento un mareo!

ARKADINA.– ( Asustada.) ¡Petruscha! ( Tratando de sostenerlo.) ¡Petruscha!... ¡Querido mío! ( A gritos.) ¡Vengan! ¡Ayúdenme! ( EntranTREPLEV, con la cabeza vendada, yMEDVEDENKO.)

ARKADINA.– ¡Le ha dado un mareo!

SORIN.– No es nada..., no es nada... ( Sonríe y bebe un poco de agua.) Ya se me ha pasado.

TREPLEV.– ( A su madre.) No te asustes, mamá. No es cosa de peligro. Al tío le ocurre esto a menudo. ( A este.) ¡Tío!... ¡Échate un ratito!

SORIN.– Un ratito sí, pero, sea como sea, iré a la ciudad... Me echaré un poco y me marcharé después a la ciudad... ¡Claro que sí! ( Empieza a andar apoyándose en el bastón.)

MEDVEDENKO.– ( Llevándole del brazo.) ¿A ver quién acierta esta adivinanza? «Por la mañana anda a cuatro patas..., a mediodía a dos..., al anochecer a tres»...

SORIN.– ( Riendo.) ¡Justo!... «y por la noche está echado panza arriba»... ( AMEDVEDENKO.) Gracias... No se moleste en acompañarme.

MEDVEDENKO.– ¡Pues no gasta usted pocos cumplidos! ( Sale, acompañando aSORIN.)

ARKADINA.– ¡Qué susto me ha dado!

TREPLEV.– ¡No le sienta bien vivir en el campo! ¡Se entristece!... ¡Qué bueno sería, mamá... que, de pronto, tuvieras un rasgo de generosidad y le prestaras mil quinientos rublos!... ¡Con ese dinero podría vivir todo un año en la ciudad!

ARKADINA.– ¡No soy un banquero..., soy una actriz! ( Pausa.)

TREPLEV.– ¡Mamá!... ¡Cámbiame la venda!... ¡Lo sabes hacer tan bien!...

ARKADINA.– ( Sacando del armario de los medicamentos el yodoformo y la caja de vendajes.) El doctor se retrasa.

TREPLEV.– Ha prometido estar aquí a las diez, y ya es mediodía.

ARKADINA.– Siéntate. ( Le quita la venda de la cabeza.) Parece que llevas un turbante. Ayer un hombre que andaba por aquí de paso preguntó en la cocina qué nacionalidad era la tuya... ¡Si lo tienes ya casi cicatrizado!... ¡Lo que queda es solo una insignificancia! ( Besándole en la cabeza.) ¡Dime! ¡Ahora que voy a faltar yo de aquí..., no volverás a repetir esto! ¿Verdad?

TREPLEV.– No, mamá... ¡Aquello fue un momento de loca desesperación, en el que no pude dominarme!... ¡No volverá a repetirse! ( Besándole la mano.) ¡Tienes manos de ángel!... Recuerdo que, hace mucho..., en los tiempos en que trabajabas en el teatro del Estado era yo entonces muy pequeño, hubo una riña en el patio. Pegaron una gran paliza a una lavandera, también inquilina de la casa... ¿Lo recuerdas?... La levantaron del suelo sin sentido... Tú, entonces, ibas a visitarla... Le llevabas medicinas y lavabas a sus niños... ¿Será posible que no te acuerdes?

ARKADINA.– No. ( Le hace un nuevo vendaje.)

TREPLEV.– También entonces, en la misma casa que nosotros, vivían dos bailarinas. Solían venir a tomar café contigo.

ARKADINA.– De eso sí me acuerdo.

TREPLEV.– ¡Eran muy piadosas!... ( Pausa.) ¡En este último tiempo..., en estos últimos días... te quiero tanto!... ¡Te quiero con tal ternura!... ¡Lo mismo que cuando era niño!... ¡No tengo a nadie más que a ti!... Pero..., ¿por qué..., por qué..., te sometes a la influencia de ese hombre?...

ARKADINA.– ¡Tú no lo comprendes, Konstantin!... ¡Es un ser de alma tan noble!

TREPLEV.– ¡Sin embargo, cuando le dijeron que me proponía desafiarlo, su nobleza no le impidió hacer el papel de un cobarde!... ¡Se marcha! ¡Qué huida más infame!

ARKADINA.– ¡Tontería!... ¡Yo soy la que le pide que se vaya de aquí!

TREPLEV.– ¡Alma noble!... ¡Ahora mismo poco ha faltado para que tú y yo riñamos por su culpa, y, mientras tanto, él... andará, seguramente, por algún sitio... por el salón o por el jardín..., riéndose de nosotros, instruyendo a Nina y esforzándose en convencerla de que es un genio!

ARKADINA.– ¡Para ti es un placer decirme cosas desagradables!... ¡Estimo a ese hombre, y te ruego no hables mal de él en mi presencia!

TREPLEV.– ¡Pues yo no le estimo nada! ¡Pretendes que yo también le considere como un genio; pero..., perdona!... ¡No sé mentir, y te diré que sus obras me desagradan!

ARKADINA.– ¡Envidia!... ¡A la gente sin talento y con pretensiones no la queda otro recurso que criticar a los que son «talentos» de verdad!... ¡Sí que es un consuelo!

TREPLEV.– ¡Talentos de verdad!... ( Con ira.) ¡Yo tengo más talento que todos vosotros juntos, si vamos a eso!... ( Da un tirón y se arranca la venda de la cabeza.) ¡Vosotros, gente rutinaria, os habéis adueñado de la primacía en el arte, y solo consideráis verdadero y legal lo que es obra vuestra, al tiempo que oprimís y estranguláis a los demás!... ¡Yo no os reconozco talento! ¡No te lo reconozco a ti, ni se lo reconozco a él!

ARKADINA.– ¡Eres un decadente!

TREPLEV.– ¿Sí?... ¡Pues márchate, entonces, a tu querido teatro, y sigue representando papeles en míseras obras en las que el talento brilla por su ausencia!

ARKADINA.– ¡Nunca actué en obras semejantes! ¡Déjame! ¡Tú sí que no eres capaz de escribir ni el más miserable « vaudeville»! ¡Pequeño burgués de Kiev! ¡Gorrón!

TREPLEV.– ¡Roñosa!

ARKADINA.– ¡Harapiento! (TREPLEV se sienta y empieza a llorar bajito.) ¡Inútil!... ( Después de dar unos pasos por la estancia presa de fuerte excitación.) ¡No llores! ¡No hay por qué llorar! ( Llora.) ¡No debes llorar!... ( Le besa en la frente, en las mejillas, en la cabeza.) ¡Mi niño querido!... ¡Perdóname!... ¡Perdona a esta pecadora madre tuya!... ¡Perdóname, desgraciada de mí!

TREPLEV.– ( Abrazándola.) ¡Si tú supieras!... ¡Lo he perdido todo!... ¡Ella no me quiere, y ya no puedo escribir!... ¡Todas mis esperanzas se esfumaron!

ARKADINA.– ¡No te desesperes! ¡Todo se arreglará! ¡Él se marcha y ella te volverá a querer! ( Secándose las lágrimas.) ¡Basta ya! ¿Hemos hecho las paces?

TREPLEV.– ( Besándole las manos.) ¡Sí, mamá!

ARKADINA.– ( Con ternura.) ¡Haz tú también las paces con él! ¡No vas a batirte! ¿Verdad que no?...

TREPLEV.– ¡Bien..., solo que!... ¡Permíteme, mamá, que no le vea! ¡Me resulta penoso! ¡Es superior a mis fuerzas! ( EntraTRIGORIN.) Bueno... Yo me voy. ( Recoge y guarda rápidamente en el armario todos los medicamentos.) La venda ya me la pondrá el doctor.

TRIGORIN.– ( Buscando en un libro.) Página ciento veintiuna... Renglones once y doce... Hela aquí... ( Leyendo.) «Si un día necesitas de mi vida..., ven y tómala.» (TREPLEV recoge del suelo la venda y sale.)

ARKADINA.– ( Mirando la hora.) Pronto estará preparado el coche.

TRIGORIN.– ( Para sí.) «¡Si un día necesitas de mi vida, ven y tómala!»...

ARKADINA.– Espero que ya lo tendrás todo dispuesto.

TRIGORIN.– ( Con impaciencia.) Sí, sí... ( Pensativo.) ¿Por qué en esta llamada de un alma pura me parece oír hablar a la tristeza y mi corazón se contrae enfermizamente?... «¡Si un día necesitas de mi vida, ven y tómala!» ( AARKADINA.) ¡Quedémonos un día más! (ARKADINA mueve negativamente la cabeza.) ¡Quedémonos!

ARKADINA.– ¡Querido!... ¡Sé qué es lo que te detiene aquí!... ¡Conserva el dominio sobre ti mismo! ¡Estás un poco embriagado!... ¡Desembriágate!... ¡Recobra la sobriedad!

TRIGORIN.– ¡Sé tú también sobria! ¡Sé inteligente y juiciosa!... ¡Acepta esto con espíritu de verdadero amigo! ( La oprime una mano.) ¡Eres capaz de sacrificio! ¡Sé mi amigo!... ¡Déjame!

ARKADINA.– ( Presa de fuerte excitación.) ¿Tan prendado estás?

TRIGORIN.– ¡Me atrae! ¡Es, quizá, exactamente lo que yo necesito!

ARKADINA.– ¿El amor de una niña de provincia?... ¡Oh, qué poco te conoces!

TRIGORIN.– ¡A todos nos ocurre, a veces, quedarnos dormidos de pie...; y así estoy yo ahora, mientras hablo contigo!... ¡Durmiendo y pareciéndome verla en sueños!... ¡Unos ensueños dulces y maravillosos se han apoderado de mí!... ¡Déjame!...

ARKADINA.– ( Temblando.) ¡No!... ¡No!... ¡Soy una mujer vulgar!... ¡No se me puede hablar así!... ¡No me martirices, Boris!... ¡Tengo miedo!

TRIGORIN.– ¡Si quisieras, podrías ser una mujer extraordinaria!... ¡Un amor joven, maravilloso, impregnado de poesía, capaz de transportarnos al mundo de los sueños..., es lo único que puede darnos la felicidad en la tierra!... ¡Amor semejante no lo he experimentado todavía!... ¡En mi juventud me faltaba tiempo! ¡Solo lo tenía para correr de redacción en redacción, y luchar contra la necesidad! ¡Y he aquí que ahora este amor me llega al fin! ¡Me llama!... ¿Qué razón tengo para huir de él?

ARKADINA.– ( Con ira.) ¿Te has vuelto loco?

TRIGORIN.– ¡Así será!

ARKADINA.– ¡Todos os habéis puesto hoy de acuerdo para martirizarme! ( Llora.)

TRIGORIN.– ( Cogiéndole la cabeza con las manos.) ¡No comprende!... ¡No quiere comprender!

ARKADINA.– ¿Será posible que sea ya tan vieja y tan fea que pueda hablárseme así, sin recato, de otras mujeres? ( Abrazándole y besándole.) ¡Oh!... ¡Te has vuelto loco!... Tú, que para mí eres el ser más maravilloso!... ¡Adorado mío!... ¡Última página de mi vida!... ( Se arrodilla a sus pies.) ¡Mi alegría, mi orgullo, mí beatitud!... ( Le abraza las rodillas.) ¡Si me dejaras..., aunque solo fuera por una hora..., no podría soportarlo!... ¡Eres para mí el ser más maravilloso!... ¡Dueño mío!...

TRIGORIN.– ¡Tsss! ¡Puede entrar alguien! ( La ayuda a levantarse.)

ARKADINA.– ¡Que entren! ¡No me avergüenzo de mi amor hacia ti! ( Besándole las manos.) ¡Tesoro mío! ¡Cabecita loca!... ¡Pretendes hacer locuras, pero yo no quiero que las hagas! ¡No te dejaré! ( Ríe.) ¡Eres mío! ¡Eres mío!... ¡Esa frente, esos ojos, ese maravilloso pelo de seda... son míos también!... ¡Todo tú eres mío! ¡Tu inteligencia es tanta!... ¡Tanto tu talento!... ¡Eres el mejor de los escritores del día!... ¡La única esperanza de Rusia!... ¡Hay en ti tanta sinceridad, sencillez, frescor!... ¡Tienes un sentido del humor de tan sana calidad!... ¡De una sola pincelada eres capaz de dibujar el rasgo que más principalmente caracteriza a una persona o a un paisaje! ¡Tus personajes parecen seres vivos!... ¡Oh!... ¡Es imposible leerte sin entusiasmo!... ¿Crees, acaso, que esto es incienso?... ¿Qué te estoy adulando?... ¡Pues mírame a los ojos!... ¡Mírame!... ¿Tengo aire de mentirosa?... ¡Ya lo estás viendo! ¡Soy la única que aprecio tu valor! ¡La única que te dice la verdad!... ¡Amado mío!... ¡Mi adorado!... ¿Te marcharás?... ¿Sí?... ¿Vas a abandonarme?...

TRIGORIN.– ¡No tengo voluntad propia! ¡Nunca la tuve!... ¿Y será posible que un hombre sin energías..., siempre sumiso... pueda gustar a una mujer?... ¡Cógeme!... ¡Llévame contigo, pero no me dejes alejarme de ti ni un paso!

ARKADINA.– ( Para sí.) ¡Ahora es mío! ( En tono natural, como si nada hubiera ocurrido.) ¡Por supuesto, si quieres, puedes quedarte!... Yo me marcho, y tú llegarás después... La semana que viene... ¿Qué necesidad tienes, en efecto, de darte prisa?

TRIGORIN.– No... Nos marcharemos juntos.

ARKADINA.– Como quieras. ¿Qué quieres juntos?..., pues juntos. ( Pausa. TRIGORIN anota algo en el libro.) ¿Qué estás apuntando?

TRIGORIN.– Una bonita expresión que oí esta mañana, y que me puede servir..., «Floresta de las doncellas»... ( Estirándose.) Entonces ¿hay que marcharse?... ¡Otra vez vagones de ferrocarril, estaciones, cantinas, chuletas y conversaciones!

SCHAMRAEV.– ( Entrando.) ¡Tengo el honor de anunciarles, con gran sentimiento mío, que el coche está dispuesto!... Ya es la hora, mi muy estimada, de salir para la estación. El tren llega a las dos y cinco minutos... ¡Conque ya lo sabe, Irina Nikolaevna!... ¡No olvide informarse de dónde se encuentra ahora el actor Susdaltev!... ¡Entérese de si vive y de si está en buena salud!... ¡En un tiempo solíamos vernos mucho!... ¡En «Asalto al coche correo» su actuación era inimitable!... ¡Recuerdo que entonces..., en Elisavetgard..., trabajaba con él Ismailov, el trágico!... ¡También una personalidad notable!... No tenga prisa, estimadísima...; todavía disponemos de cinco minutos... Pues bien: figúrense que una vez, representando en un melodrama una escena de conspiradores, y en el preciso momento en que, al ser descubiertos estos, tenía que decir: «¡Hemos caído en el garlito!»..., va y dice en su lugar: «¡Hemos caído en el lirgato!»... ( Riendo.) ¡Figúrense, «En el lirgato»!... ( Mientras habla, IAKOV ultima la recogida de las maletas, y la doncella traeARKADINA el sombrero, el abrigo, el paraguas y los guantes. Todos ayudan aARKADINA a prepararse. Por la puerta de la izquierda asoma y entra después, con paso indeciso, el cocinero. Luego, POLINA ANDREEVNA, SORIN yMEDVEDENKO.)

POLINA ANDREEVNA.– ( Con una cestita en la mano.) Aquí le traigo unas ciruelas para el viaje. Son muy dulces. Quizá le agrade tomárselas durante el camino.

ARKADINA.– ¡Es usted muy amable, Polina Andreevna!

POLINA ANDREEVNA.– ¡Adiós, querida!... ¡Si alguna cosa no fue de su gusto, la ruego me perdone! ( Llora.)

ARKADINA.– ( Abrazándola.) Todo estuvo muy bien... Todo estuvo muy bien. No hay por qué llorar.

POLINA ANDREEVNA.– ¡Nuestro tiempo pasa!...

ARKADINA.– ¡Y qué le vamos a hacer!

SORIN.– ( Saliendo por la puerta de la izquierda con el sombrero puesto, los guantes en la mano y cubierto de un «macferland») Ya es hora de marcharse, hermana..., si no quieres que lleguemos tarde. Voy a sentarme en el coche. ( Sale.)

MEDVEDENKO.– Yo iré a pie a la estación a despedirles. Enseguida estoy allí. ( Sale.)

ARKADINA.– ¡Adiós, querido! ¡Si nos conservamos en vida y con buena salud, el verano que viene volveremos a vernos! ( La doncella, IAKOV y el cocinero le besan la mano.) ¡No me olvidéis! ( Da un rublo al cocinero.) Aquí tenéis un rublo, para que os lo repartáis entre los tres.

EL COCINERO.– Muchas gracias, señora. Feliz viaje. La quedamos muy agradecidos.

IAKOV.– Vayan con Dios.

SCHAMRAEV.– Una cartita suya nos haría felices. Adiós, Boris Alekseevich.

ARKADINA.– ¿Dónde está Konstantin? Decidle que ya me voy. Tenemos que despedirnos... ¡Que no guarden mal recuerdo mío! ( AIAKOV.) El rublo que le he dado al cocinero es para los tres. ( Salen todos por la derecha, y el escenario queda vacío. De detrás de este llega el ruido propio de las despedidas. La doncella entra de nuevo para recoger de encima de la mesa la cestita de las ciruelas, y vuelve a salir.)

TRIGORIN.– ( Entrando otra vez.) Se me olvidaba el bastón. Me parece que me lo he dejado ahí..., en la terraza. ( Al llegar a la puerta de la izquierda se encuentra conNINA, que entra por ella en ese momento.) ¿Es usted?... Ya nos vamos...

NINA.– ¡Presentía que habíamos de volver a vernos! ( Con agitación.) ¡Boris Alekseevich!... ¡He tomado la decisión irrevocable de dedicarme a la escena!... ¡Mañana ya no estaré aquí! ¡Dejo a mi padre, lo abandono todo, y empiezo una nueva vida!... ¡Me marcho, como usted se marchó a Moscú! ¡Allí nos veremos!

TRIGORIN.– ( Con una mirada a su alrededor.) Vaya a alojarse al «Bazar Eslavo», y avíseme enseguida a «Molchavnovka – Casa de Grojolskii»... Tengo mucha prisa. ( Pausa.)

NINA.– ¡Un minuto más!

TRIGORIN.– ( A media voz.) ¡Es usted maravillosa!... ¡Qué felicidad pensar que vamos a vernos pronto! (Ella reclina la cabeza sobre el pecho de él.) ¡Que volveré a ver esos preciosos ojos..., esa tierna sonrisa..., tan inexplicablemente deliciosa!... ¡Esas cándidas facciones y esa expresión de pureza angélica!... ¡Amada mía! ( Largo beso.)

Acto cuarto



La escena representa uno de los salones de la casa deSORIN, transformado porKONSTANTIN TREPLEV en despacho. A la derecha y a la izquierda, conduciendo a los aposentos interiores, hay puertas. Otra de cristales, al fondo, abre sobre la terraza. Además del mobiliario habitual de la sala, en el rincón de la derecha está instalada una mesa de escritorio. Junto al de la izquierda se ve un diván turco y un armario con libros. Más de estos aparecen repartidos sobre los marcos de las ventanas y sobre las sillas. Es el anochecer. Un quinqué encendido, que cubre una pantalla, envuelve en media luz la escena. Se oye el ruido de los árboles agitados por un fuerte viento que aúlla en la chimenea y el golpeteo del cayado del guarda recorriendo el jardín.


Escena primera

EntranMEDVEDENKO yMASCHA.

MASCHA.– ( Llamando.) ¡Konstantin Gavrilich! ¡Konstantin Gavrilich!... ( Mirando a su alrededor.) ¡No hay nadie!... ¡Y el viejo, venga a preguntar: ¿dónde está Kostia?... ¡No puede vivir sin él!

MEDVEDENKO.– Le asusta la soledad. ( Tendiendo el oído.) ¡Qué tiempo más espantoso!... ¡Dos días ya que llevamos así!

MASCHA.– ( Avivando el quinqué.) En el lago hay olas. Y enormes.

MEDVEDENKO.– ¡El jardín está de una oscuridad!... Habría que decir que desmontaran el teatro... Allí sigue, desnudo y feo como un esqueleto, y con el viento sacudiéndole el telón... Anoche, al pasar por delante de él, me pareció oír como si alguien estuviera llorando dentro.

MASCHA.– ¡Qué cosas! ( Pausa.)

MEDVEDENKO.– ¡Mascha! ¡Vámonos a casa!

MASCHA.– ( Moviendo negativamente la cabeza.) Yo me quedo aquí a pasar la noche.

MEDVEDENKO.– ( En tono suplicante.) ¡Vámonos, Mascha!... ¡Puede que nuestro chiquitín tenga hambre!

MASCHA.– ¡Tonterías! ¡Matrona le dará de comer! ( Pausa.)

MEDVEDENKO.– ¡Da pena!... ¡Esta es la tercera noche que va a pasar sin su madre!

MASCHA.– ¡Qué aburrido te has vuelto!... ¡Antes, por lo menos, te daba por la filosofía; pero ahora estás siempre con que si «el chiquitín», con que si «la casa»..., y no se te oye decir más que eso!

MEDVEDENKO.– ¡Vámonos, Mascha!

MASCHA.– ¡Vete tú solo!

MEDVEDENKO.– Pero ¡tu padre no me dejará el caballo!

MASCHA.– Sí te lo dejará. Pídeselo, que ya verás cómo te lo deja.

MEDVEDENKO.– Quizá me atreva a pedírselo... Entonces..., ¿vendrás mañana?

MASCHA.– ( Tomando rapé.) Bueno, sí... mañana. ¡Qué pegajoso!


Escena II

EntranPOLINA ANDREEVNA yTREPLEV . Este viene cargado con unas almohadas y una manta,y POLINA ANDREEVNA con las demás ropas de la cama. Después de depositarlo todo sobre el diván turco, TREPLEV se dirige a la mesa escritorio y se sienta ante ella.

MASCHA.– Y eso ¿para qué es, mamá?

POLINA ANDREEVNA.– Para Piotr Nikolaevich, que ha pedido le hicieran la cama en la habitación de Kostia.

MASCHA.– Traiga. Yo se la haré. ( Se pone a hacer la cama.)

POLINA ANDREEVNA.– ( Suspirando.) ¡Un viejo es como un niño!... ( Se acerca a la mesa escritorio y, apoyándose en ella, contempla los papeles manuscritos. Se sucede una pausa.)

MEDVEDENKO.– Entonces, yo me marcho. Adiós, Mascha. ( Besa la mano a su mujer.) Adiós, mamá. ( Hace ademán de besar la de su suegra.)

POLINA ANDREEVNA.– ( Con enojo.) ¡Vaya!... ¡Vete con Dios! (TREPLEV le tiende en silencio la mano. MEDVEDENKO sale.)

POLINA ANDREEVNA.– ( Mirando los manuscritos.) ¡A quién se le iba a ocurrir pensar que de usted, Kostia, saldría todo un escritor!... ¡Hele aquí ya, gracias a Dios, ganando dinero de los periódicos! ( Le acaricia el cabello con la mano.) ¡Y, además, se ha puesto usted guapo!... ¡Kostia! ¡Querido!... ¡Es usted bueno! ¡Sea más cariñoso con mi Mascheñka!

MASCHA.– ( Haciendo la cama.) ¡Déjale, mamá!

POLINA ANDREEVNA.– ( ATREPLEV.) ¡Es muy buena! ( Pausa.) ¡A una mujer, Kostia, le basta con que la miren con cariño! ¡Juzgo por mí misma! (TREPLEV se levanta de la mesa y abandona, en silencio, la estancia.)

MASCHA.– ¡Le ha enfadado usted! ¿Qué necesidad tenía de decirle todo eso?

POLINA ANDREEVNA.– ¡Me das lástima, Mascheñka!

MASCHA.– ¿Y qué falta me hace dártela?

POLINA ANDREEVNA.– ¡Mi corazón sufre por ti! ¡Lo ve todo! ¡Todo lo comprende!

MASCHA.– ¡Tonterías!... ¡El amor sin esperanza solo existe en las novelas! ¡Tonterías! ¡Lo que no hay que hacer es dejarse llevar y estar siempre aguardando algo!... ¡Si el amor brota en el corazón, lo que es preciso es arrancarle de él!... Me han prometido trasladar a mi marido a otra región. Cuando nos mudemos a ella, me olvidaré de todo. Me lo arrancaré de raíz del corazón. ( De un aposento lejano llegan los compases de un vals melancólico.)

POLINA ANDREEVNA.– Es Kostia el que toca. Ello quiere decir que se ha entristecido.

MASCHA.– ( Después de dos o tres silenciosos giros de vals.) Lo principal, mamá, es no tenerle delante de los ojos. Si conceden a mi Simion el traslado, créame que en un mes lo habré olvidado todo... ¡No son más que tonterías! ( La puerta de la izquierda se abre,y DORN yMEDVEDENKO entran, empujando el sillón en que está sentadoSORIN.)

MEDVEDENKO.– ¡Tengo seis personas en casa, y la harina está a setenta «kopeikas» el «pudd 5»!.

DORN.– ¡Pues redúcete!

MEDVEDENKO.– ¡Le resulta a usted fácil tomarlo a risa!... ¡Como a usted le sobra tanto el dinero que ni las gallinas lo quieren!

DORN.– ¿Dinero?... ¡En los treinta años que llevo desempeñando una profesión en la que no se tiene tranquilidad, ni se pertenece uno a sí mismo, ni de día ni de noche, tan solo llegué a reunir los dos mil rublos que me gasté recientemente en el extranjero!... ¡No tengo nada!

MASCHA.( A su marido.) Pero ¿no te habías marchado?

MEDVEDENKO.– ( En tono culpable.) ¿Qué le voy a hacer si no me dan un caballo?

MASCHA.– ( A media voz, con amargura y enojo.) ¡Si mis ojos no te hubieran visto!... ( El sillón es situado en la mitad izquierda de la habitación. POLINA ANDREEVNA, MASCHA yDORN toman asiento junto a él. MEDVEDENKO, con aire triste, se retira a un lado.)

DORN.– ¡Por cierto..., cuántos cambios habéis hecho! ¡Habéis transformado el salón en despacho!

MASCHA.– Konstantin Gavrilovich se encuentra aquí más cómodo para trabajar. Cuando quiere, puede salir al jardín y meditar. ( Se oye golpetear fuera el cayado del guarda.)

SORIN.– ¿Dónde está mi hermana?

DORN.– Ha ido a la estación, a buscar a Trigorin. Enseguida vuelve.

SORIN.– El que hayan ustedes considerado necesario hacer venir aquí a mi hermana, significa que estoy muy grave! ( Después de un silencio.) ¡Tiene gracia la cosa! ¡Estoy grave, y no se me da ninguna medicina!

DORN.– ¿Y qué quiere usted que le demos? ¿Gotas de valeriana?... ¿Bicarbonato?... ¿Quina?...

SORIN.– ¡Ya empezamos otra vez a filosofar!... ¡Qué fastidio! ( Indicando con la cabeza el diván.) ¿Es para mí para quien se ha preparado todo eso?

POLINA ANDREEVNA.– Para usted, Piotr Nikolaevich.

SORIN.– Muchas gracias.

DORN.– ( Canturreando.) «¡Flota la luna en el cielo nocturno!»...

SORIN.– Quiero sugerir a Kostia un argumento de novela. Tiene que llevar este título: «El hombre que quiso...» « L'home qui a voulu»... En mi juventud quise ser literato, y no lo fui. Quería manejar bien la lengua, y hablaba pésimamente. No pasaba de frases como estas: «De manera, señores»..., o «Como les iba diciendo»...; y de ahí no salía, por lo que, al llegar al resumen, estaba sudando a mares. Quise también casarme, y no me casé; quería vivir siempre en la ciudad, y heme aquí, terminando mi vida en el campo...

DORN.– Quise ser consejero civil, y lo he sido...

SORIN.– ( Riendo.) ¡Ese no fue afán mío! ¡Cayó por su propio peso!

DORN.– ¡Manifestar descontento hacia la vida, a los sesenta y dos años..., convendrá conmigo que no es generoso!

SORIN.– ¡Qué terquedad la suya!... ¡Compréndalo de una vez! ¡Tiene uno ganas de vivir!

DORN.– Pero ¡es una inconsciencia!... ¡Es ley de la Naturaleza que a toda vida le llegue un fin!

SORIN.– ¡Razona usted como hombre satisfecho que es! ¡Como lo está usted, toma la vida con indiferencia, y le da todo igual!... ¡Claro que de morir sí tendrá usted miedo!

DORN.– El miedo a la muerte es un miedo animal... Hay que aplastarlo. ¡Solo los creyentes en la vida eterna, que sienten el temor de sus pecados..., temen a la muerte..., pero usted!... En primer lugar, no es creyente, y en segundo, ¿qué pecados tiene?... ¿No haber trabajado más de veinticinco años en la administración de justicia?


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