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La Gaviota
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Текст книги "La Gaviota"


Автор книги: Антон Чехов


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Драматургия


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DORN.– Sí... El papaíto es bastante animal..., la verdad sea dicha.

SORIN.– ( Frotándose las manos, que se le han quedado frías.) Vámonos nosotros también. Esto se ha puesto muy húmedo. Me duelen las piernas.

ARKADINA.– Las tienes como de madera. Se ve que andas con dificultad... ¡Vámonos, pues, viejo mío desdichado! ( Le agarra del brazo.)

SCHAMRAEV.– ( Ofreciendo el brazo a su mujer.) «¡ Madame!»...

SORIN.– Oigo otra vez aullar al perro. ( ASCHAMRAEV.) ¡Tenga la bondad, Ilia Afanasievich, de decir que le suelten!

SCHAMRAEV.– ¡Imposible, Piotr Nikolaevich! ¡Me da miedo de que entren ladrones en el granero! ¡Tengo allí guardado mijo! ( AMEDVEDENKO, que ha echado a andar a su lado.) Pues, como le decía..., ¡en toda una octava más baja!: «¡Bravo, Silva!»... ¡Y no se trataba de ningún artista, sino de un simple cantor sinodal!

MEDVEDENKO.– ¿Qué sueldo es el de un cantor sinodal? ( Salen todos, salvoDORN.)

DORN.– ( Solo.) No sé... Puede que yo no entienda nada, o que me haya vuelto loco, pero la obra me ha gustado. Hay algo en ella... Cuando esa niña habló de la soledad..., y después, cuando aparecieron los ojos rojos del diablo..., las manos me temblaban de nervioso que estaba... Es una cosa fresca..., ingenua... Aquí me parece que viene. Tengo gana de decirle muchas cosas gratas.

TREPLEV.– ( Entrando.) Ya no hay nadie.

DORN.– Estoy yo.

TREPLEV.– Maschenka anduvo buscándome por todo el parque. ¡Es una criatura insoportable!

DORN.– ¡Konstantin Gavrilovich!... ¡Su obra me ha gustado muchísimo!... ¡Es un tanto extraña, y no he oído el final; pero, sin embargo, la impresión que produce es fuerte!... ¡Es usted un hombre de talento, y debe seguir escribiendo! (TREPLEV, tras estrecharle fuertemente la mano, movido de un arranque espontáneo, le abraza.) ¡Pues no está poco nervioso!... ¡Si hasta se le llenan los ojos de lágrimas!... ¿Qué otra cosa quería decirle»... ¡Ah, sí!... Así tiene que ser, porque la obra artística debe, desde luego, expresar algún pensamiento grande... ¡Solo lo serio es maravilloso!... Pero ¡qué pálido está!...

TREPLEV.– ¿De modo que..., que usted opina que debo continuar?

DORN.– ¡Ciertamente! Ahora... eso sí..., ¡represente únicamente lo que es importante y lo que es eterno!... ¡Usted ya sabe que he tenido una vida muy variada, y que he sido hombre de gusto!... ¡Me encuentro satisfecho, pero si hubiera sentido alguna vez el impulso espiritual que sienten los artistas en el momento de la creación, me parece que hubiera despreciado mi envoltura física, y todo cuanto esta supone, y hubiera volado a la altura..., lejos de la tierra!

TREPLEV.– Perdone... ¿Dónde está Sarechnaia?

DORN.– Y esto, además... ¡En la obra tiene que haber un pensamiento claro y resuelto!... ¡Tiene usted que saber para qué escribe!... De otro modo..., si sigue usted un camino pintoresco, pero que no conduce a ningún fin determinado, corre el peligro de extraviarse, y de que su propio talento sea su destrucción.

TREPLEV.– ( Con impaciencia.) ¿Dónde estás, Sarechnaia?

DORN.– Se fue a su casa.

TREPLEV.– ( Con acento desesperado.) ¿Qué hacer?... ¡Quiero verla!... ¡Es indispensable que la vea!... ¡Me voy!


Escena V

EntraMASCHA.

DORN.– ( ATREPLEV.) ¡Cálmese, amigo mío!

TREPLEV.– ¡No!... ¡Me voy! ¡Tengo que irme!

MASCHA.– Donde tiene que ir es a su casa. Konstantin Gavrilovich... Su madre le espera. Está intranquila.

TREPLEV.– ¡Dígala que me he marchado!... ¡Les ruego a todos que me dejen en paz!... ¡Déjenme! ¡No me sigan!

DORN.– ¡Pero, querido!... ¡No se puede!... ¡Eso no está bien!...

TREPLEV.– ( Entre lágrimas.) ¡Adiós, doctor!... ¡Gracias! ( Sale.)

DORN.– ( Suspirando.) ¡Juventud, juventud!...

MASCHA.– Cuando no se tiene otra cosa que decir, se dice: «¡Juventud, juventud!» ( Toma rapé.)

DORN.– ( Quitándole la tabaquera y tirándola entre los arbustos.) Me parece que en casa deben de estar jugando... Tengo que irme.

MASCHA.– ¡Espere!

DORN.– ¿A qué?

MASCHA.– ¡Vuelvo a decírselo una vez más!... ¡Me gustaría hablar con usted!... ( Nerviosa.) ¡Noquiero a mi padre y, sin embargo, el corazón me guía hacia usted sin que yo mismo sepa la razón! ¡Mi alma entera ve en usted un ser que le es próximo!... ¡Ayúdeme!... ¡Si no lo hace, haré yo de mi vida un escarnio y la destrozaré!... ¡No puedo más!

DORN.– Pues ¿qué le pasa?... ¿En qué puedo ayudarla?...


MASCHA.– ¡Sufro!... ¡Nadie puede imaginar mis sufrimientos!... ( Reclina la cabeza sobre el pecho de él, y añade quedamente.) ¡Quiero a Konstantin! DORN.– Pero ¡qué nerviosos están todos!. ¡Qué nerviosos!... Y ¡cuánto amor!... ¡Oh, lago embrujado'... ( Cariñosamente.) ¿Y qué puedo hacer yo, criatura?... ¿Qué puedo hacer?... ¿Qué?...

Acto segundo



La escena representa un campo de «croquet». En el fondo, a la derecha, casa con gran terraza; a la izquierda, el lago sobre el que se refleja la luz brillante del sol. Platabandas de flores. Es mediodía. Hace calor.


Escena primera

En un banco, junto al campo de «croquet», bajo la sombra de un viejo tilo, están sentadosARKADINA, DORN Y MASCHA. Sobre las rodillas deDORN descansa un libro abierto.

ARKADINA.– ( AMASCHA.) ¡Pongámonos en pie una al lado de otra! ( Se levantan.) ¡Usted tiene veintidós años, y yo, casi el doble!... ¡Y, sin embargo..., Evguenii Serguevich!... ¿Cuál es la más joven de las dos?

DORN.– ¡Usted, naturalmente!

ARKADINA.– ¿Y por qué?... ¡Porque yo trabajo..., porque yo respiro..., porque estoy siempre metida en el bullicio..., mientras que usted..., constantemente en el mismo sitio..., no vive!... ¡Tengo por regla no mirar el futuro! ¡Nunca pienso en la vejez, ni en la muerte! ¡Lo que tenga que ser, será!

MASCHA.– ¡A mí, en cambio, me parece haber nacido hace muchísimo tiempo! ¡Arrastro la vida como si fuera una interminable cola de vestido! ¡Me ocurre con frecuencia no sentir ganas de vivir!... ( Se sienta.) ¡Claro que son tonterías!... ¡Cosas que hay que sacudirse y quitarse de encima!

DORN.– ( Canturreando bajito el aria de Fausto.) «¡Flores mías, hablad de mi amor!»...

ARKADINA.– ¡Luego, soy correcta como un inglés! ¡Siempre, querida, estoy sobre mí, y me visto y me peino de un modo muy « comme il faut»! ¡Jamás me sucede el permitirme a mí misma salir de casa, ni siquiera para ir al jardín, en blusa o sin peinar!... ¡Jamás!... ¡Por eso me conservo bien! ¡Porque nunca he sido desaliñada, como lo son algunas!... ( Levantándose, da unas cuantas vueltas por el campo de «croquet», con paso airoso.) ¿Me ven ustedes?... ¡Igual que una jovencita! ¡Capaz de representar papeles de niña de quince años!

DORN.– Todo eso estará muy bien; pero yo voy a seguir leyendo. ( Coge el libro.) Nos paramos en lo del tendero y las ratas.

ARKADINA.– ¿Y las ratas?... Es verdad... ¡Lea! ( Se sienta.) ¡O, si no..., deme, que voy a leer yo! ¡Me toca mí el turno! ( Coge el libro y busca con la vista enél.) «Y las ratas»... Aquí está. ( Leyendo.) «Y es natural..., ya que para la gente de mundo, el atraerse y mimar a los novelistas resulta tan peligroso como para un tendero criar ratas en sus almacenes. A pesar de esto, se les quiere. Así, pues, cuando una mujer ha hecho de un escritor objeto de su elección, y desea atraérselo, le asedia por medio de elogios, amabilidades y complacencias»... ¡Eso será entre los franceses, porque entre nosotros no ocurre nada parecido! ¡No puede haber programas!... ¡Entre nosotros, la mujer, por lo general, cuando se atrae a un escritor, es porque ya está enamorada de él hasta las orejas! ¡No hay que ir muy lejos a buscar el ejemplo! ¡Aquí estamos yo y Trigorin! ( ApareceSORIN, apoyándose en un bastón y llevando a su lado aNINA. Les sigueMEDVEDENKO, empujando un sillón de ruedas vacío.)

SORIN.– (En el tono mimoso con que se habla a los niños.)¿Conque hemos tenido una alegría?... ¿Conque estamos hoy contentos por fin?... ( A su hermana.) ¡Tenemos una alegría!... ¡El padre y la madrastra se marcharon a Tver, y nos vamos a ver en libertad durante tres días!

NINA.– ( Sentándose al lado deARKADINA y abrazándola.) ¡Me encuentro feliz! ¡Ahora le pertenezco!

SORIN.– ( Tomando asiento, a su vez, en el sillón.) ¿Verdad que está muy guapita hoy?

ARKADINA.– ¡Ya lo creo!... ¡Bien vestida! ¡Interesante! ¡Qué niña más buena! ( Besa aNINA.) ¡Pero no la alabemos demasiado, no vaya a ser que le atraigamos la mala suerte!... ¿Dónde está Boris?

NINA.– Pescando.

ARKADINA.– ¿Cómo no se aburrirá? ( Se dispone a reanudar la lectura.)

NINA.– ¿Qué?

ARKADINA.– «Sobre el agua», de Maupassant. ( Lee para sí algunos renglones.) Lo que sigue es poco interesante y, además, injusto. ( Cierra el libro.) ¡Hoy no tengo el ánimo tranquilo!... ¡Dígame!... ¿Qué le ocurre a mi hijo?... ¿Por qué está tan triste y con ese aire tan severo? ¡Se pasa los días enteros en el lago y rara es la vez que le veo!

MASCHA.– ¡No tiene paz de espíritu! ( ANINA, con timidez.) ¡Léanos algo de su obra! ¡Se lo ruego!

NINA.– ( Encogiéndose de hombros.) ¿Realmente lo desea?... ¡Es tan interesante!

MASCHA.– ( Con entusiasmo reprimido.) ¡Cuando él lee algo, los ojos le brillan y se pone pálido! ¡Tiene una voz maravillosa y triste, y sus ademanes son los de un poeta! ( Se oye roncar aSORIN.)

DORN.– ¡Buenas noches!

ARKADINA.– ¡Petruscha!

SORIN.– ¿Eh?...

ARKADINA.– ¿Te has dormido?

SORIN.– ¡Qué me voy a dormir!

ARKADINA.– ¡No te cuidas nada, y haces mal!

SORIN.– ¡Yo me cuidaría encantado; pero el doctor no quiere cuidarme!

DORN.– ¡Cuidarse a los sesenta años!

SORIN.– ¡También a los sesenta años se quiere vivir!

DORN.– ( Con enojo.) ¡Bueno, pues..., tómese unas gotas de valeriana!

ARKADINA.– A mí me parece que no le sentaría mal ir a algunas aguas.

DORN.– ¿Por qué no?... ¡Puede ir y puede no ir!

ARKADINA.– ¡Hágase cargo!

DORN.– ¡No hay nada de que hacerse cargo! ¡Está todo muy claro! ( Pausa.)

MEDVEDENKO.– Piotr Nikolaevich, debería dejar de fumar.

SORIN.– ¡Tonterías!

DORN.– ¡No; no son tonterías! ¡El vino y el tabaco anulan la personalidad!... ¡Después de un puro o de una copa de «vodka»... ya no es usted solamente Piotr Nikolaevich!... ¡Es usted Piotr Nikolaevich y alguien más!... ¡Su «yo» se ha derretido, y, dentro de sí mismo, empieza usted a tener que considerar a una tercera persona: a él!

SORIN.– ( Riendo.) ¡Usted habla muy fácilmente! ¡Cómo ha vivido su vida!... pero ¿y yo?... ¡He pertenecido al Organismo Judicial durante veintiocho años, y esta es la hora en que ni he vivido ni he pasado por ninguna emoción!... ¡Se comprende que tenga gana de vivir!... ¡Usted es ya un hombre satisfecho e indiferente, y por eso se inclina hacia la filosofía, pero como yo lo que quiero es vivir..., bebo jerez durante la comida y fumo puros!... ¡Y punto concluido!

DORN.– ¡Lo que hay que hacer es tomar la vida en serio!... ¡Cuidarse a los sesenta años y lamentar no haber gozado mucho en la juventud es, y perdóneme, inconsciencia!

MASCHA.– ( Levantándose.) Ya debe de ser hora de almorzar. ( Echa a andar con paso perezoso y lento.) ¡Se me ha quedado dormida una pierna! ( Sale.)

DORN.– ¡Cuando llegue, seguramente se beberá dos copitas antes de comer!

SORIN.– ¡Pobrecilla! ¡Felicidad personal no tiene ninguna!

DORN.– ¡Qué tontería, excelencia!

SORIN.– ¡Usted habla así porque es hombre satisfecho!

ARKADINA.– ¿Podrá haber algo más aburrido que este grato «aburrimiento» campestre?... ¡Todo es quietud, ociosidad y filosofía!... ¡Amigos míos!... ¡En su compañía se está muy bien!... ¡Es muy agradable escuchar su charla..., pero encontrarse en la habitación de la fonda estudiándose el papel..., es mucho mejor!

NINA.– ( Con entusiasmo.) ¡Sí, sí!... ¡La comprendo!

SORIN.– ¡La ciudad es mejor..., naturalmente! ¡Allí, cuando estás en tu despacho, el criado no deja pasar a nadie que no se anuncie!... ¡Y luego tienes el teléfono..., y en la calle, «ischvoschik 3»!...

DORN.– ( Canturreando.) «¡Flores mías, habladme de mi amor!»...


Escena II

EntraSCHAMRAEV seguido dePOLINA ANDREEVNA.

SCHAMRAEV.– ¡Aquí estamos! ¡Buenos días! ( Besa primero la mano deARKADINA, y después la deNINA.) ¡Me alegra mucho verles con tan buena salud! ( AARKADINA.) Por cierto..., mi mujer me dice que pensaban ustedes ir hoy juntas a la ciudad... ¿Es verdad eso?

ARKADINA.– En efecto, pensamos ir.

SCHAMRAEV.– ¡Jem!... ¡Magnífico! Solo que dígame, estimada señora..., ¿cómo van a ir? Hoy están ocupados todos los mozos con el acarreo del centeno... ¿De qué caballos iba usted a disponer..., me permito preguntarla?

ARKADINA.– ¿Cómo que de qué caballos? ¿Es que voy a saber yo los caballos que hacen falta?

SORIN.– ¡También tenemos caballos de tiro!

SCHAMRAEV.– ( Nervioso.) De tiro, sí..., pero ¿de dónde voy a sacar los arreos?... ¡Esto es asombroso..., incomprensible!... ¡Perdone!... ¡Me inclino con admiración ante su talento!... ¡Estaría dispuesto a dar por usted diez años de vida, pero caballos..., no puedo darle!

ARKADINA.– ¡Tengo, sin embargo, necesidad de ir!... ¡Qué ocurrencia!...

SCHAMRAEV.– ¡Estimada señora mía!... ¡Usted no sabe lo que son las faenas del campo!

ARKADINA.– ( Acalorándose.) ¡Eso ya es historia vieja; pero, bueno..., en tal caso, hoy mismo me marcho a Moscú!... ¡Diga que vayan a la aldea y alquilen caballos para mí! ¡Si no lo hace, iré a pie!

SCHAMRAEV.– ( Acalorándose a su vez.) ¡Si es así, renuncio a mi puesto! ¡Búsquese otro administrador! ( Sale.)

ARKADINA.– ¡Todos los veranos me ocurre igual! ¡Todos los veranos recibo una ofensa! ¡No volveré jamás a poner el pie aquí! ( Sale por la izquierda, en dirección al lago; pero un minuto después se la ve entrar en casa, seguida deTRIGORIN, que transporta unas cañas de pescar y un cubo.)

SORIN.– ( También acalorado.) ¡Es una frescura! ¡Acaban por hartarle a uno! ¡Que traigan ahora mismo todos los caballos!

NINA.– ( APOLINA ANDREEVNA.) ¿Cómo puede negarse algo a Irina Nikolaevna?... ¡A una artista célebre!... ¿Acaso no son más importantes cada uno de sus deseos y hasta el último de sus caprichos, que las faenas del campo?... ¡Es inverosímil!

POLINA ANDREEVNA.– ( Con acento desesperado.) ¿Y qué puedo hacer yo?... ¡Háganse cargo de mi situación! ¿Qué puedo hacer?

SORIN.– ( ANINA.) ¡Vamos a ver a mi hermana! ¡Le suplicaremos encarecidamente que no se vaya! ¿No le parece?... ( Mirando hacia el camino tomado porSCHAMRAEV.) ¡Qué hombre más insoportable!... ¡Todo un déspota!

NINA.– ( Sujetándole para impedirle levantarse.) ¡Siga sentado!... ¡Le llevaremos en el sillón! ( Entre ellay MEDVEDENKO empujan a este.) ¡Es terrible!

SORIN.– ¡Es terrible, sí..., pero no se marchará! ¡Ahora mismo hablaré con él! ( Salen, quedando solosDORN yPOLINA ANDREEVNA.)

DORN.– ¡La gente es aburrida!... ¡Lo que habría que hacer, en realidad, sería echar a su marido de aquí a puntapiés..., pero todo acabará en que ese viejo calzonazos de Piotr Nikolaevich y su hermana le pedirán perdón! ¡Ya lo verá usted!...

POLINA ANDREEVNA.– Es que los caballos de tiro también los mandó al campo... ¡No hay día en que no surja una mala inteligencia! ¡Si supiera usted cómo me alteran estas cosas! ¡Me pongo mala! ¿Lo ve?... ¡Estoy temblando!... ¡No puedo soportar su brutalidad!... ( En tono suplicante.) ¡Evguenii!... ¡Querido!... ¡Bien mío! ¡Lléveme con usted! ¡Nuestro tiempo se va! ¡Ya no somos jóvenes, y no tendremos que escondernos ni que mentir, aunque sea el final de la vida! ( Pausa.)

DORN.– Ya es tarde para cambiarla... Tengo cincuenta y cinco años.

POLINA ANDREEVNA.– ¡Ya sé que si me rechaza es porque, además de mí, hay para usted otras mujeres!... ¡Claro que no puede llevárselas a todas! ¡Lo comprendo muy bien!... ¡Perdone!... ¡Le estoy aburriendo! (NINA aparece junto a la casa, y empieza a coger flores.)

DORN.– No... Nada de eso.

POLINA ANDREEVNA.– ¡Los celos me hacen sufrir!... ¡Ya sé que como es usted médico, le es imposible dejar de ver mujeres!... ¡Lo comprendo!

DORN.– ( ANINA, que se acerca.) ¿Qué tal van las cosas por ahí?

NINA.– ¡Irina Nikolaevna está llorando, y a Piotr Nikolaevich le ha dado un ataque de asma!

DORN.– ( Levantándose.) Les daremos unas gotas de valeriana.

NINA.– ( Tendiéndole las flores que acaba de cortar.) ¡Tenga!

DORN.– « Mercibien!» ( Se encamina hacia la casa.)

POLINA ANDREEVNA.– ( Siguiéndole.) ¡Qué bonitas flores! ( Con encono, mientras se aleja en su compañía.) ¡Entrégueme esas llores! ¡Entréguemelas! ( Con ellas en la mano, las rompe y las arroja a un lado. Ambos entran en la casa.)

NINA.– ( Sola.) ¡Qué extraño resulta ver llorar a una artista célebre..., y además, por una causa tan trivial!... ¡También se le antoja a una raro que un escritor famoso, favorito del público, sobre el que escriben todos los periódicos, cuyo retrato se vende en todas partes y cuyas obras son traducidas a todos los idiomas extranjeros..., se pase el día entero pescando y se ponga tan contento cuando coge dos carpas!... ¡Yo imaginaba a la gente célebre orgullosa..., inabordable..., despreciando a la masa por conceder ésta más valor a la nobleza, a la casta, a la fortuna, y vengándose de ella con la gloria y el brillo del nombre!... ¡Y, en realidad, lloran, pescan, juegan a las cartas, se ríen y se enfadan como todo el mundo!

TREPLEV.– ( Entrando sin sombrero, y llevando en la mano una escopeta y una gaviota muerta.) ¿Está usted sola?

NINA.– Sola, sí. (TREPLEV deposita la gaviota a los pies de ella.)

NINA.– ¿Qué significa esto?

TREPLEV.– ¡Cometí hoy la infamia de matar a esta gaviota, y la pongo a sus pies!

NINA.– ¿Qué le pasa? ( Coge la gaviota y la contempla.)

TREPLEV.– ( Después de una pausa.) ¡Pronto, del mismo modo, me mataré yo!

NINA.– ¡No le reconozco!

TREPLEV.– ¡Puede..., pero después que yo he dejado de reconocerla a usted! ¡Ha cambiado tanto conmigo!... ¡Su mirada es fría y mi presencia la molesta!

NINA.– ¡En este último tiempo se ha vuelto usted irritable! ¡Se expresa siempre de un modo incomprensible y por medio de símbolos! ¡También esta gaviota será, seguramente, un símbolo, solo que..., perdone..., no comprendo cuál!... ( Deja la gaviota sobre el banco.) ¡Soy demasiado sencilla para comprenderle!

TREPLEV.– ¡Todo empezó aquel anochecer, cuando, de modo tan necio, fracasó mi obra!... ¡Las mujeres no perdonan el fracaso!... ¡Lo he quemado todo! ¡Hasta la última hojita de papel!... ¡Si usted supiera lo desgraciado que me siento!... ¡Qué terrible frialdad la suya!... ¡Algo inverosímil!... ¡Tan inverosímil como si, al despertarme, viera que de pronto este lago se había secado o filtrado tierra adentro!... ¡Acaba usted de decir que es demasiado sencilla para comprenderme!... ¿Y qué es lo que hay que comprender aquí?... ¡Mi obra no gustó! ¡Usted desprecia mi inspiración y me considera un ser vulgar..., nulo, como hay muchos! ( Dando una patada en el suelo.) ¡Qué claro lo veo! ¡Cómo lo comprendo! ¡Tengo clavado en el cerebro un clavo tan maldito como esta debilidad mía mental que me chupa la sangre..., que me la chupa como una serpiente!... ( Al ver aTRIGORIN, que se acerca leyendo un libro.) ¡He aquí el verdadero genio!... ¡Pisa como Hamlet y, como él, lleva un libro entre las manos! ( En tono de mofa.) «¡Palabras, palabras, palabras!»... ¡Aún no se la ha acercado ese sol, y ya le sonríe y su mirada se derrite en sus rayos!... ¡No quiero serla un estorbo! ( Sale precipitadamente.)

TRIGORIN.– ( Anotando en el libro.) Toma rapé y bebe vodka... Va siempre vestida de negro... La quiere el maestro...

NINA.– Buenos días, Boris Alekseevich.

TRIGORIN.– Buenos días... Las circunstancias se han puesto de tal modo, que parece ser que nos vamos mañana... ¡Pocas probabilidades hay de que volvamos a vernos, y lo siento!... ¡No me ocurre con frecuencia el encontrar muchachas interesantes!... ¡Por mi parte, he olvidado, y no puedo ya ni representármelo con claridad, cómo se es cuando se tienen dieciocho o diecinueve años!... ¡Ese es el motivo de que, en mis novelas y cuentos, los tipos de muchacha suelan resultarme falsos!... ¡Me gustaría, aunque solo fuera por espacio de una hora, estar en su lugar, para saber lo que piensa y, en general..., qué cosita es usted!...

NINA.– A mí también me gustaría hacer esa prueba; pero poniéndome en el lugar suyo.

TRIGORIN.– ¿Para qué?

NINA.– ¡Para saber lo que es sentirse escritor de talento y célebre!... ¿Qué se experimenta con la celebridad?... ¿Qué experimenta usted?

TRIGORIN.– ¿Que qué experimento?... Seguramente, nada. Nunca me he detenido a pensar en ello. ( Quedando un momento pensativo.) ¡Será, tal vez, una de estas dos cosas...: o que exagera usted mi celebridad o que, en general, la celebridad no se la siente de ninguna manera!

NINA.– ¿Y cuando lee usted lo que se escribe sobre su persona en los periódicos?

TRIGORIN.– Si me alaban, me resulta agradable, y si me atacan, me paso un par de días de mal humor.

NINA.– ¡Es un mundo maravilloso! ¡Si supiera cuánto le envidio!... ¡La suerte no es igual para todos!... ¡Los hay que apenas hacen otra cosa que no sea arrastrar una existencia aburrida y oscura!... ¡Se asemejan entre sí, y son todos desgraciados!... ¡Otros, como por ejemplo usted (uno entre un millón), tiene una vida interesante, clara, llena de contenido!... ¡Usted es feliz!

TRIGORIN.– ¿Yo?... ( Encogiéndose de hombros.) ¡Hum!... ¡Me habla usted de felicidad, de celebridad, de no sé qué vida clara e interesante..., y para mí, perdóneme, todas esas bonitas palabras son como los bombones de fruta, que nunca los como!... ¡Es usted muy joven y muy indulgente!...

NINA.– ¡Oh, no! ¡Su vida es maravillosa!

TRIGORIN.– ¿Y qué hay en ella de especialmente bueno?... ( Consultando el reloj.) Perdóneme... No puedo quedarme más tiempo... ¡El caso es que ( Riendo.) ha dado usted en mi punto flaco, y ya empiezo a excitarme y a enfadarme un poco!... ¡Hablemos, pues! ¡Hablemos de mi maravillosa y clara vida!... De manera que..., ¿por dónde empezamos? ( Después de un momento de meditación.) ¡A veces se impone a uno, a la fuerza, un pensamiento!... ¡Le da a uno, por ejemplo, por pensar de día y de noche en la luna!... ¡Pues bien...: yo también tengo mi luna! De día y de noche vivo dominado por este pensamiento fijo: «¡Tengo que escribir! ¡Tengo que escribir!»... ¡Apenas he escrito una novela, y..., sin saber por qué..., tengo que empezar otra!... ¡Luego una tercera y después una cuarta!... ¡Escribo sin darme tregua, y no puedo obrar de otro modo!... ¿Y qué, le pregunto yo, hay en todo esto de maravilloso o de claro?... ¡Ah!... ¡Qué vida salvaje la mía!... ¡Aquí estoy ahora, hablando animadamente con usted y sin dejar, sin embargo, de recordar en todo momento que mi novela, aún no terminada, me espera!... ¡Si, por ejemplo, veo pasar una nube cuya forma recuerda la del piano, pienso que habré de señalar en alguna novela el paso de una nube semejante!... ¡Huele a heliotropo..., y en seguida mi mente registra: «Olor empalagoso», «el color de la viudez», «recordar citarlo en la descripción de un anochecer de verano»!... ¡Cada una de sus frases o palabras o de las mías propias, es atrapada por mí, que me apresuro a encerrarla en mi despensa literaria por si algún día me sirve para algo!... ¡Cuando termino mi trabajo, corro al teatro o me voy a pescar! ¡Aquí, donde debería haber descansado y olvidado..., no puedo ya hacerlo, pues dentro de mi cabeza comienza a dar vueltas otra pesada bala de peltre: un nuevo argumento!... ¡Ya la mesa de despacho empieza a atraerme y de nuevo hay que escribir, que escribir y que escribir!... ¡Y así siempre, siempre!... ¡Yo soy el primer obstáculo a mi tranquilidad! ¡Siento que me devora la propia vida, pues para conseguir la miel que luego entrego a alguno de los seres que pueblan el espacio, he de recoger antes el polvo de mis mejores flores, destrozarlas y pisotear sus raíces!... ¿Acaso no soy un loco?... ¿Es la actitud de mis amigos y conocidos la natural para con un ser de espíritu sano?... «¿Qué está escribiendo ahora?», me dicen. «¿Con qué nos va a obsequiar?»... ¡Siempre lo mismo! ¡Siempre lo mismo!... ¡Y llega a parecerme que todo: la atención que me prestan los que me conocen, las alabanzas y los entusiasmos..., es puro engaño!... ¡Se me figura que me engañan como a un enfermo y, a veces, hasta temo que se me acerquen a hurtadillas por la espalda, me cojan y me lleven a un manicomio!... ¡Aquellos otros años, los mejores de mi juventud..., cuando empezaba mi carrera literaria..., fueron para mí un continuo martirio!... El escritor de segunda fila, sobre todo cuando la suerte no le acompaña, se antoja a sí mismo inepto..., se considera «de sobra». Sus nervios desgastados se mantienen en constante tensión, y se pasa el tiempo vagando por los círculos literarios sin ser aceptado ni advertido por nadie. Teme mirar a los ojos de los demás, franca y valerosamente, como el jugador apasionado cuando no tiene dinero... ¡Nunca he visto a mi lector, pero, sin saber por qué, la imaginación me lo representa predispuesto en contra mía y lleno de desconfianza!... ¡He sentido miedo al público! ¡Cuando llegaba el momento de representar una nueva obra, en cada estreno me parecía observar que los morenos me eran hostiles y los rubios fríamente indiferentes! ¡Qué terrible sensación! ¡Qué martirio!

NINA.– ¡Perdóneme..., pero...! ¿Los momentos de inspiración y el mismo proceso creador no le han proporcionado minutos de felicidad?

TRIGORIN.– Sí. Escribiendo paso ratos agradables... También es grata la corrección de pruebas... pero, apenas la obra ha salido de la imprenta, ya la considero una equivocación, no puedo soportarla, pienso que más me valdría no haberla escrito, me enojo y me disgusto. ( Riendo.) Por otra parte, el público que la lee se contenta con decir: «¡Es simpático esto!»... «¡Tiene talento!»... «¡Lo que hace es simpático..., pero le falta mucho todavía para llegar a Tolstoi!... O bien: «¡Es una maravilla de obra..., aunque Padres e hijos, de Turgueniev, sea mucho mejor!»... Y así sucesivamente, hasta la tumba. Todo se reducirá al «es simpático» y al «tiene talento»... ¡Solo al «es simpático» y al «tiene talento»!... Cuando me muera..., los que me hayan conocido y pasen ante mi tumba..., dirán: «Aquí yace Trigorin. Fue un buen escritor..., aunque escribía peor que Turgueniev.»

NINA.– Perdone, pero me niego a comprenderle... Lo que pasa es, sencillamente, que está usted demasiado mimado por el éxito.

TRIGORIN.– ¿Por qué éxito? ¡Nunca me gustó mi propia obra! ¡No me quiero como escritor! ¡Y, lo que es aún peor..., me encuentro envuelto en una, dijéramos, bruma y no entiendo lo que yo mismo escribo!... ¡Amo esta agua, estos árboles, este cielo!... ¡Siento la Naturaleza, que es la que excita en mí la pasión y el deseo invencible de escribir!... ¡Pero no puedo ser solo paisajista»!... ¡Soy también un ciudadano, amo a mi patria, al pueblo, y comprendo que, en mi calidad de escritor debo hablar de este pueblo, de sus sufrimientos y de su futuro!... ¡Debo hablar de la ciencia, de los derechos del hombre, etcétera... y hablo!... ¡Todos son a meterme prisa, a enfadarse, y yo me agito de un lado para otro como el zorro acosado por los perros! ¡Veo que la vida y la ciencia siguen adelante, adelante..., que yo me quedo atrás, atrás..., como un «mujik» cuando pierde el tren..., y que, a fin de cuentas, solo sé describir paisajes, y en todo el resto soy falso hasta la medula de los huesos!

NINA.– Trabaja usted demasiado, y no tiene ni tiempo ni deseo de reconocer su propio significado... ¡Conforme!... ¡Admito que está usted descontento de sí! ¡Ello no impide que para los demás sea usted grande y maravilloso,... ¡Si yo fuera escritor como usted, entregaría a la masa toda mi vida..., pero reconociendo que el bien de esta masa estaría en elevarse hasta mi altura, y donde una vez en ella, me llevaría un carro de triunfo!

TRIGORIN.– ¡Vaya, vaya!... ¡Nada menos que en «carro de triunfo»! ¿Es usted, acaso, un Agamenón? ( Ambos sonríen.)

NINA.– ¡Por la dicha de ser escritor, hubiera yo soportado el desamor de los míos, la necesidad, la desilusión!... ¡Me hubiera alimentado de pan negro, sufrido el propio descontento y reconocido mis perfecciones, pero, eso sí..., a cambio de esto exigiría la gloria! ¡La auténtica y estruendosa gloria! ( Oculta el rostro entre las manos.) ¡La cabeza me da vueltas!

LA VOZ DE ARKADINA.– ( Desde la casa.) ¡Boris Alekseevich!

TRIGORIN.– Me llaman. Será, seguramente, para hacer el equipaje... No tengo ninguna gana de marcharme. ( Volviendo la mirada hacia el lago.) ¡Qué bien se está aquí!

NINA.– ¿Ve usted en la otra orilla una casa y un jardín?

TRIGORIN.– Sí.

NINA.– Es la hacienda de mi difunta madre. Allí nací yo. He pasado toda mi vida junto a este lago, del que conozco hasta la última islita.

TRIGORIN.– ¡Qué bien se está aquí! ( Reparando en la gaviota.) ¿Qué es eso?

NINA.– Una gaviota... La mató Konstantin Gavrilich.

TRIGORIN.– Es un pájaro bonito... ¡En serio que no tengo gana de marcharme! ¡Vea de convencer a Irina Nikolaevna de que se quede! ( Anota algo en el libro.)

NINA.– ¿Qué escribe usted ahí?

TRIGORIN.– Nada... Tomaba una nota. Se me ha ocurrido, de pronto, un argumento. ( Escondiendo el libro.) El argumento de una novela corta... Verá... «A la orilla de un lago, desde la infancia, vive una joven»... ¡Exactamente igual que usted!... «¡Esta joven ama el lago y es feliz y libre como la gaviota...; pero un día..., de modo casual..., llega un hombre, la ve y, por hacer algo, la mata..., como mataron a esta gaviota...» ( Pausa.)


Escena III

ARKADINA en la ventana.

ARKADINA.– ¿Dónde está usted, Boris Alekseevich?

TRIGORIN.– ¡Ahora mismo voy! ( Se aleja, pero al alejarse vuelve la cabeza y mira aNINA. AARKADINA cuando llega al pie de la ventana:) ¿Qué hay?

ARKADINA.– ¡Nos quedamos! (TRIGORIN entra en la casa.)

NINA.– ( Acercándose a las candilejas, después de haber permanecido un momento pensativa.) ¿No estoy soñando?

Acto tercero



Comedor en casa deSORIN . A la izquierda y a la derecha, puertas. Aparador y armario con medicamentos. En el centro de la habitación, una mesa, una maleta y varias cajas de cartón. Se percibe un ambiente de preparativos de viaje.


Escena primera

Sentado ante la mesa, almuerzaTRIGORIN, y de pie, a su lado, estáMASCHA.

MASCHA.– ¡Todo eso se lo cuento por ser escritor!... Puede aprovecharlo. ¡Le diré, con franqueza, que, si se hubiera herido gravemente, estaría que no viviría!... ¡De todos modos, soy valiente! He decidido arrancarme este amor del corazón, y me lo arrancaré de raíz!


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