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Anna Karénina
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Текст книги "Anna Karénina"


Автор книги: Leon Tolstoi



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XVII

El príncipe y Serguéi Ivánovich montaron en la tartana y partieron. Los demás, apretando el paso, emprendieron el regreso a pie.

Pero las nubes, tan pronto aclarándose como oscureciéndose, avanzaban tan deprisa que se vieron obligados a acelerar aún más el paso para llegar a la casa antes de que se pusiera a llover. Las más cercanas, bajas y negras como humo de hollín, se desplazaban por el cielo con sorprendente velocidad. Aún quedaban unos doscientos pasos para llegar a la casa, se había levantado el viento, y de un momento a otro podía desencadenarse el aguacero.

Los niños corrían delante, dando gritos de alegría y de miedo. Daria Aleksándrovna, forcejeando con la falda, que se le había pegado a las piernas, ya no andaba, sino que corría, sin apartar los ojos de los niños. Los hombres caminaban a grandes pasos, sujetándose el sombrero. Ya estaban a punto de llegar a la escalinata cuando una gruesa gota se estrelló contra el borde del canalón de hierro. Entre un rumor de voces alegres, los niños y los adultos corrieron a refugiarse bajo techado.

–¿Y Katerina Aleksándrovna? —preguntó Levin, al encontrarse en el recibidor con Agafia Mijáilovna, que había salido a su encuentro con chales y mantas.

–Pensábamos que estaba con ustedes —respondió.

–¿Y Mitia?

–Probablemente en Kolok, con el aya.

Levin cogió las mantas y salió corriendo.

En ese breve intervalo de tiempo las nubes habían cubierto el sol y reinaba una oscuridad tan completa como en un eclipse. El viento soplaba con obstinación, como si se hubiera propuesto detener a Levin, arrancaba las hojas y las flores de los tilos, despojaba las ramas blancas de los abedules, dejándolas con un aspecto extraño y monstruoso, lo doblaba todo en la misma dirección: las acacias, las flores, la bardana, la hierba y las copas de los árboles. Las muchachas que trabajaban en el jardín, lanzando fuertes gritos, corrían a guarecerse bajo el tejado del edificio de la servidumbre. La blanca cortina del chaparrón había alcanzado ya el bosque lejano y la mitad del campo cercano, y avanzaba rápidamente hacia Kolok. La humedad de la lluvia, que caía en gotas menudas, se percibía en el aire.

Luchando con el viento, que se obstinaba en arrancarle las mantas de las manos, Levin, inclinado hacia delante, se acercaba ya a Kolok y empezaba a entrever una mancha blanca detrás de un roble, cuando de pronto un vivísimo resplandor atravesó el cielo, la tierra entera se incendió y la bóveda celeste pareció resquebrajarse por encima de su cabeza. Al abrir de nuevo los ojos deslumbrados, Levin vio horrorizado, a través del espeso velo de la lluvia que ahora lo separaba de Kolok, que la copa verde de un roble que se alzaba en medio del bosque había cambiado extrañamente de posición. «¿Lo habrá alcanzado el rayo?», apenas tuvo tiempo de pensar, cuando la copa del roble, acelerando su movimiento, se ocultó detrás de otros árboles, y oyó el estruendo del árbol gigantesco al desplomarse.

La luz del relámpago, el estallido del trueno y el frío repentino que recorrió su cuerpo se fundieron en una única sensación de espanto.

–¡Dios mío, Dios mío! ¡Que no haya caído sobre ellos! —exclamó.

Y, aunque se dio cuenta inmediatamente de lo insensato que era su ruego, pues el árbol se había desplomado ya, lo repitió, sabiendo que no disponía de nada mejor que esa plegaria absurda.

Llegó corriendo al lugar en el que solían sentarse y no los encontró.

Estaban en el otro extremo del bosque, bajo un viejo tilo, y lo llamaban. Dos figuras vestidas de oscuro (antes sus prendas eran claras) se inclinaban sobre algo. Eran Kitty y el aya. Cuando Levin llegó corriendo a su lado, la lluvia había cesado y empezaba a aclarar. El aya tenía el bajo del vestido seco, pero el de Kitty estaba completamente empapado y pegado al cuerpo. Aunque ya no llovía, las dos seguían en la misma posición que cuando estalló la tormenta: de pie, inclinadas sobre un cochecito con una sombrilla verde.

–¡Están sanos y salvos! ¡Gracias a Dios! —exclamó Levin, chapoteando en los charcos con sus zapatos llenos de agua y casi fuera de los pies, mientras se acercaba corriendo.

El rostro mojado y rubicundo de Kitty, enmarcado por el sombrero deformado, estaba vuelto hacia él y sonreía tímidamente.

–Pero ¿cómo no te da vergüenza? ¡No me entra en la cabeza cómo se puede ser tan imprudente! —le dijo muy enfadado a su mujer.

–Te juro que no tengo la culpa. Estábamos a punto de irnos, pero tuvimos que demorarnos un poco para cambiar al niño. Acabábamos de... —replicó Kitty, a modo de disculpa.

Mitia, sano y salvo, completamente seco, seguía durmiendo.

–¡Gracias a Dios! ¡No sé ni lo que digo!

Recogieron los pañales mojados. El aya sacó al niño del cochecito y lo llevó en brazos. Levin iba al lado de su mujer, y, sintiéndose culpable por haberse enfadado, le apretaba la mano a escondidas del aya.

 

XVIII

A lo largo del día, mientras tomaba parte en las conversaciones más variadas, en las que no parecía interesarse demasiado, Levin, a pesar de su decepción por que no se hubiera operado en él el cambio que esperaba, no dejaba de sentir con alegría la plenitud de su corazón.

Después de la lluvia todo estaba demasiado mojado para salir de paseo. Además, los negros nubarrones de tormenta no habían desaparecido del horizonte, y se desplazaban de un extremo al otro, acompañados del rumor del trueno. Todos los invitados pasaron el resto del día en casa.

No hubo más discusiones. Al contrario, después de la comida, todos se hallaban en la mejor disposición de ánimo.

Al principio Katavásov hizo reír a las señoras con sus originales bromas, que tanto gustaban a quienes lo trataban por primera vez. Luego, a sugerencia de Serguéi Ivánovich, les refirió sus interesantes observaciones sobre la vida y las diferencias de carácter y hasta de fisonomía de los machos y las hembras de las moscas caseras. Serguéi Ivánovich también estaba alegre y a la hora del té, a petición de su hermano, expuso su opinión sobre el futuro de la cuestión oriental, y lo hizo con tanta sencillez y elegancia que todos lo escucharon con placer.

Kitty fue la única que no pudo escucharlo hasta el final, porque la llamaron para bañar a Mitia.

Al cabo de unos minutos también llamaron a Levin a la habitación del niño.

Dejando la taza de té y lamentando interrumpir una conversación tan interesante, se dirigió a la habitación del niño con inquietud, preguntándose por qué lo habrían llamado, pues sólo lo hacían en casos de importancia.

A pesar de que le había interesado mucho el proyecto de Serguéi Ivánovich (que no había podido escuchar en su totalidad) sobre la nueva era histórica que estaban llamados a inaugurar los cuarenta millones de eslavos, en unión de Rusia, porque era un tema completamente nuevo para él, y a pesar de su curiosidad e inquietud por conocer la causa por la que le habían llamado, en cuanto salió del salón y se quedó solo se acordó de sus reflexiones de esa mañana. Y todas esas consideraciones sobre la importancia del elemento eslavo en la historia universal le parecieron tan insignificantes comparadas con lo que sucedía en su alma que por un instante se olvidó de todo y se abandonó al mismo estado de ánimo que le había embargado por la mañana.

Esta vez no se puso a repasar, como solía hacer antes, todo el curso de sus pensamientos (ya no lo necesitaba). Una vez recobrado el sentimiento que lo había guiado, y que estaba relacionado con sus ideas, descubrió que era más fuerte y definido que antes. Ahora, para poder tranquilizarse, no necesitaba ir pasando de un razonamiento a otro hasta llegar al sentimiento que buscaba. Al contrario. Ahora la sensación de alegría y serenidad era más intensa que antes, y el pensamiento se quedaba rezagado.

Paseaba por la terraza, contemplando dos estrellas que habían surgido en el cielo ya oscuro, cuando de pronto se le pasó por la cabeza: «Sí, mientras miraba el cielo, me dije que la bóveda que veía no era ninguna ilusión; pero eso no era todo, había algo más que me oculté a mí mismo. En cualquier caso, fuera lo que fuese, no puede haber ninguna objeción. Basta con que reflexione un poco más, y todo quedará aclarado».

Ya se disponía a entrar en la habitación del niño cuando se acordó de lo que se había ocultado a sí mismo. Era lo siguiente: si la demostración principal de la divinidad consiste en la revelación de lo que es el bien, ¿por qué esa revelación se limitaba a la Iglesia cristiana? ¿Qué relación tenían con esa revelación las creencias de los budistas y de los mahometanos, que también predicaban y hacían el bien?

Le parecía que tenía una respuesta para esa pregunta. Pero, antes de que tuviera tiempo de formulársela, entró en el cuarto del niño.

Kitty, remangada, estaba al lado de la bañera en la que chapoteaba el niño. Al oír los pasos de su marido, se volvió hacia él y lo llamó con una sonrisa. Con una mano sostenía la cabeza del rollizo bebé, que flotaba de espaldas, moviendo las piernecitas, mientras con la otra le echaba agua por el cuerpo, apretando regularmente una esponja.

–¡Míralo, míralo! —dijo, cuando Levin se acercó—. Agafia Mijáilovna tiene razón. Ya reconoce a la gente.

No cabía duda de que Mitia había empezado a reconocer a los suyos.

En cuanto Levin se aproximó a la bañera, hicieron una nueva prueba, que despejó todas las dudas. La cocinera, a la que habían llamado por ese motivo, ocupó el lugar de Kitty y se inclinó sobre el pequeño, que frunció el ceño y movió la cabeza con aire descontento. Pero, cuando Kitty la sustituyó, la carita de Mida resplandeció con una sonrisa, puso las manos en la esponja y emitió un extraño ruidito de satisfacción que causó un entusiasmo inesperado no sólo en su madre y la niñera, sino también en Levin.

El aya sacó al niño de la bañera con una sola mano, lo roció de agua, lo envolvió en una toalla, lo secó y, al ver que chillaba desesperado, se lo entregó a la madre.

–Me alegro de que empieces a quererlo —le dijo Kitty a su marido, después de sentarse tranquilamente en su sitio habitual, con el niño pegado al pecho—. Me alegro mucho. La verdad es que estaba empezando a preocuparme. Decías que no sentías nada por él.

–¿Cómo voy a decir yo eso? Lo único que dije es que estaba decepcionado.

–¿Decepcionado del niño?

–No de él, sino de mis sentimientos. Esperaba algo más. Esperaba que, como una sorpresa, brotara en mí un sentimiento nuevo y agradable. Pero, en lugar de eso, me embargó una mezcla de repugnancia y compasión... —Kitty escuchaba con atención por encima del niño, mientras se ponía en los finos dedos las sortijas que se había quitado para bañarlo—. Lo que quiero decir es que el temor y la compasión eran mucho más intensos que cualquier placer. Sólo hoy, después del miedo que he pasado durante la tormenta, he comprendido cuánto lo quiero.

Una radiante sonrisa iluminó el rostro de Kitty.

–¿Te asustaste mucho? —preguntó—. Yo también, pero tengo mucho más miedo ahora que ha pasado todo. Voy a ir a ver el roble. ¡Qué simpático es Katavásov! En general, ha sido un día muy agradable. Eres muy bueno con Serguéi Ivánovich cuando te lo propones... Bueno, vete con ellos. Después del baño la habitación se llena de vapor y hace tanto calor que no hay quien aguante.

 

XIX

Al salir de la habitación del niño y quedarse solo, Levin se acordó inmediatamente de ese pensamiento en el que había algo que no estaba claro.

En lugar de pasar al salón, de donde le llegaba un rumor de voces, se detuvo en la terraza y, acodado en la balaustrada, se quedó contemplando el cielo.

Había caído ya la noche, y en el sur, donde tenía perdida la mirada, no quedaba ya ni rastro de nubes. Ahora se amontonaban en el lado opuesto, donde aún se distinguía el fulgor de los relámpagos y se oía el retumbar lejano de los truenos. Levin prestaba oídos a las gotas de agua que caían cadenciosamente de los tilos sobre la hierba del jardín y contemplaba un conocido triángulo de estrellas, atravesado por una ramificación de la Vía Láctea. Cada vez que restallaba un relámpago, no sólo desaparecía la Vía Láctea, sino también las brillantes estrellas, pero, en cuanto el resplandor palidecía, volvían a aparecer en el mismo lugar, como arrojadas por una mano certera.

«Bueno, ¿qué es lo que me preocupa?», se preguntó, convencido de que encontraría en el fondo de su alma la solución de sus dudas, aunque aún no supiera cuál era.

«Sí, la única manifestación evidente e indudable de la divinidad es la ley del bien, que el mundo conoce gracias a la revelación y que yo siento dentro de mí. Al reconocerla, me uno, de grado o por fuerza, a otros hombres en una comunidad de creyentes que se conoce como Iglesia. ¿Y qué son los judíos, los musulmanes, los confucianos, los budistas?», se dijo, haciéndose otra vez esa pregunta que le había parecido peligrosa.

«¿Es posible que esos cientos de millones de personas desconozcan ese bien supremo sin el cual la vida carece de sentido? —Se quedó pensativo, pero inmediatamente se corrigió—. Pero ¿qué es lo que me pregunto? —se dijo—. Me pregunto por la relación que tienen con la divinidad los distintos credos de la humanidad. Me pregunto por la manifestación general de Dios a todo el universo, que incluye todas estas nebulosas. Pero ¿qué estoy haciendo? Ese conocimiento indudable, inaccesible para la razón, se me ha revelado a mí personalmente, a mi corazón, y yo me obstino en expresarlo por medio de palabras y reflexiones.

»¿Acaso desconozco que las estrellas no se mueven? —se preguntó, mirando un brillante planeta que había cambiado ya de posición con respecto a la rama más alta de un abedul—. Pero, al mirar el movimiento de las estrellas, no puedo imaginarme la rotación, así que tengo razón cuando digo que las estrellas se mueven.

»¿Acaso los astrónomos habrían sido capaces de comprender y calcular algo si hubieran tomado en consideración los complejos y variados movimientos de la Tierra? Todas sus sorprendentes conclusiones sobre las distancias, los pesos, los movimientos y las revoluciones de los cuerpos celestes se basan únicamente en el movimiento aparente de los astros alrededor de una Tierra inmóvil, en el movimiento que observo en estos instantes, el mismo que han contemplado millones de personas durante siglos, que siempre será idéntico y siempre podrá verificarse. Y, de la misma manera que las conclusiones de los astrónomos serían vanas y tambaleantes si no se basaran en observaciones del cielo visible en relación con el mismo meridiano y el mismo horizonte, también serían vanas y tambaleantes mis conclusiones si no se basaran en esa comprensión del bien que siempre ha sido y siempre será igual para todos, que me ha sido revelada por el cristianismo y que siempre puede verificarse en mi alma. Así pues, la cuestión de las otras creencias y de su relación con la divinidad no podré resolverla nunca, entre otras cosas porque no tengo derecho a hacerlo.»

–Pero ¿sigues ahí? —dijo de pronto Kitty, que se dirigía al salón por el mismo camino—. ¿Te pasa algo? —añadió, examinando atentamente su rostro a la luz de las estrellas.

En cualquier caso, no habría podido verlo bien si un nuevo relámpago, que ocultó las estrellas, no lo hubiera iluminado. Cuando comprobó, gracias a esa luz, que su expresión era serena y alegre, sonrió.

«Me entiende —pensó Levin—. Sabe lo que estoy pensando. ¿Se lo digo o no? Sí, voy a decírselo.»

Pero en el momento en que se disponía a hacerlo, Kitty se puso a hablar.

–¡Oye, Kostia, hazme un favor! Vete a la habitación que hemos preparado para Serguéi Ivánovich y mira a ver si está todo en orden. A mí me da vergüenza ir. Y asegúrate de que le han puesto el lavabo nuevo.

–Vale, lo haré sin falta —replicó Levin, incorporándose y besándola.

«No, más vale que no le diga nada —pensó, cuando Kitty pasó por delante—. Es un secreto importante y necesario sólo para mí, y no puede expresarse en palabras.»

«Ese sentimiento nuevo no me ha cambiado ni me ha hecho feliz ni me ha iluminado de pronto, como soñaba, lo mismo que me ha pasado con mi hijo. Tampoco en ese caso ha habido ninguna sorpresa. Yo no sé si a esto se le puede llamar fe o no, pero ese sentimiento ha penetrado de manera imperceptible en mi alma con los sufrimientos y ha arraigado con firmeza.»

«Seguiré enfadándome con el cochero Iván, seguiré discutiendo, seguiré exponiendo mis ideas sin venir a cuento, seguirá existiendo un muro entre el santuario de mi alma y los demás, incluida mi mujer; seguiré culpándola de mis propios miedos y arrepintiéndome; seguiré sin comprender con la razón por qué rezo, sin por ello dejar de hacerlo. Pero ahora mi vida, toda mi vida, desde el primero al último de sus minutos, independientemente de lo que pueda sucederme, no sólo no carecerá de sentido, como antes, sino que tendrá el sentido indiscutible del bien, al que seré capaz de conformar todos mis actos.»

Fin

notes

Notas a pie de página

1Romanos, 12, 19. Para todos los pasajes de la Biblia se cita la traducción de Nácar-Colunga. [ Esta nota, como las siguientes, es del traductor.]

2Probablemente se trata del aria «Il mio tesoro» del acto II de la ópera de Mozart Don Giovanni.

3Era común en la época que las muchachas de cierta posición social tuvieran un apodo. Así a Daria Aleksándrovna la llaman Dolly, y a su hermana Yekaterina Aleksándrovna, Kitty.

4Legendario cabecilla de los guerreros escandinavos, conocidos como varegos, que se apoderaron de Rusia en el siglo IX. A ellos se remontaban las familias aristocráticas que querían presumir de origen.

5Jeremy Bentham (1748 – 1832), John Stuart Mill (1806 – 1873), filosófos ingleses, padres del utilitarismo y del pensamiento económico laboral.

6Tania es diminutivo de Tatiana, y Grisha, de Grigori.

7Especie de espejo de forma piramidal, coronado de un águila y con varios edictos de Pedro el Grande, era uno de los atributos indispensable en cualquier departamento de la administración.

8Camarilla.

9Especie de sillas con patines a las que se sujetaban los patinadores debutantes y las señoras.

10Oso pequeño, osito.

11Polvos de arroz [...] vinagre de tocador.

12Cita imprecisa del poema de Aleksandr Pushkin «De Anacreonte» (1835)

13Cita del poema de Aleksandr Pushkin «Rememoración», de 1828.

14Qué maravilla cuando puedo vencer / el deseo de mi carne; / pero, si no lo consigo, / al menos experimento placer.

15«Que se cubra de vergüenza quien piense mal.» Lema de la Orden de la Jarretera.

16Cuñada.

17Has encontrado el amor de tu vida. Tanto mejor, querido, tanto mejor.

18Gran círculo [...] cadena.

19Una maravilla.

20Se trata de Heat as a Mode of Motion(1863), del físico irlandés John Tyndall (1820 – 1893)

21Esqueletos; figuradamente, secretos.

22Antigua porcelana sajona.

23Wilhelm Kaulbach (1805 – 1874), pintor alemán y director de la Academia de Arte de Munich. Los actores de la época estudiaban sus cuadros de tema bíblico e histórico para copiar los gestos y movimientos de sus figuras.

24En 1874, en el Teatro Francés de San Petersburgo, se representó Les diables roses, una comedia-vodevil de Eugène Grangé y Lambert Thiboust estrenada en 1863 en París.

25La frase pertenece a madame Deshouiliéres (1637 – 1694)

26Residencia de la marquesa de Rambouillet (1588 – 1665), donde se daban cita importantes hombres de letras, artistas y políticos.

27Cita del poema «Dios» de Gavrila Derzhavin (1743 – 1816), el poeta ruso más importante anterior a Pushkin.

28Lugar de veranero próximo a San Petersburgo (hoy incorporado a la ciudad) en el que también había una academia militar.

29Antigua medida rusa de longitud que equivale a 1,07 kilómetros.

30Residencia de verano de los emperadores, no lejos de San Petersburgo.

31Buena suerte.

32El verdadero sentido de las palabras.

33El príncipe Scherbatsku, su mujer y su hija.

34Princesa.

35Lista de clientes.

36Cuñada.

37Caprichos.

38Compañera.

39Establecimiento de beneficencia abierto en Moscú y San Petersburgo en 1803, cuyo objetivo era ayudar a viudas menesterosas, enfermas y de avanzada edad.

40Idioma basado en el antiguo búlgaro en el que están escritos los textos litúrgicos de la Iglesia ortodoxa.

41No hay que exagerar nunca.

42Ilustrísima, excelencia, alteza.

43Bebida preparada con cebada fermentada.

44Cura por el trabajo.

45Impetuosa.

46Principal autoridad en la aldea, elegido por los propios campesinos.

47Por favor, un poco más.

48 La bella Helena(1840), opereta de Jaques Offenbach (1819 – 1880), basada en los héroes de la guerra de Troya.

49Siete tablas de bronce escritas en dialecto umbro, encontradas en 1444 en la ciudad de Gubbio (Italia), que en la Edad Media se llamaba Eugubbium. En 1874 la Revue de Deux Mondespublicó un artículo titulado «Les tables eugubies».

50Se refiere aquí Tolstói a la población bashkira de los distritos de Orenburgo y de Ufá, propietaria de grandes extensiones de tierras, que había sido objeto de abusos e injusticias.

51Las siete maravillas del mundo.

52Tendremos una charla agradable.

53Según las memorias de uno de los hijos de Tolstói, se trataría de uno de los grandes duques. De ahí que las señoras tengan que levantarse cuando entra en la habitación.

54Hacer la colada.

55Se conoce con el nombre de decembristas a los aristócratas y oficiales que en diciembre de 1825, después de la muerte repentina del emperador Alejandro I, conspiraron para instaurar en el país una monarquía constitucional. La rebelión fue duramente reprimida. Cinco de los participantes fueron ejecutados y muchos otros exiliados a Siberia, privados de sus bienes de fortuna.

56Todo eso no es más que una farsa.

57La cosa no tiene tanto misterio.

58Peso.

59Con los pies en el suelo.

60Raza de caballos de tiro que toma su nombre de un afluente del Don.

61Hermann Schulze-Delizsch (1808 – 1883), economista y político alemán que en la década de 1850 presentó un programa para la creación de cooperativas independientes. Ferdinard Lasalle (1825 – 1864), activista político alemán, fundador de la Asociación General de Trabajadores Alemanes. A diferencia de las cooperativas de Schulze-Delizsch, abogaba por asociaciones manufactureras apoyadas por el Estado. La organización de Mulhouse era una sociedad creada en la ciudad alsaciana de Mulhouse por un propietario llamado Jean Dollfus (1800 – 1887) para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Especie de empresa comercial con objetivos filantrópicos, favorecía la construcción de viviendas que los trabajadores compraban a crédito.

62Todos estos nombres son inventados. Tolstói pretende ridiculizar esa manera de buscar apoyo para los argumentos propios en las opiniones y reflexiones de supuestas autoridades.

63Benjamin Franklin (1706 – 1790), científico y político estadounidense, escribió una Autobiografíaque se publicaría postumamente en 1791.

64Aparceros.

65En 1874 se reunieron en San Petersburgo los príncipes de Alemania, Inglaterra y Dinamarca invitados a la boda de Alfred, duque de Edimburgo, con María Aleksándrovna, hija de Alejandro II.

66Gamuza.

67Con ese nombre, que tiene su origen en el libro de Aulo Gelio (siglo II d. C.) Las noches áticas, se hacía referencia en Rusia a reuniones y francachelas de corte licencioso.

68Hay que batir el hierro, machacarlo, reblandecerlo.

69Plato fuerte.

70Paráfrasis de los dos primeros versos del poema «De Hafiz», de Afanasi Fet (1820 – 1892)

71Cuñado.

72Se recibe a las personas según su indumentaria y se las despide según su talante.

73Digámoslo sin rodeos.

74Se refiere a la guía de ferrocarriles de Froom, Froom's Railway Guide for Russia and the Continent of Europe, publicada en 1870.

75A quienes [Dios] quiere perder, primero los enloquece.

76Referencia a la comedia de Nikolái Gógol La boda(1835)

77Según la tradición, el primero que pisaba la alfombra llevaba los pantalones en la relación conyugal.

78En el rito ortodoxo es costumbre sostener sendas coronas sobre la cabeza del novio y de la novia durante la boda. Según una creencia popular, si se apoyaba la corona en la cabeza de uno de los contrayentes, éste sería feliz en su vida de casado.

79Aleksandr Ivánov (1806 – 1858), pintor ruso que pasó más de veinticinco años ocupado con un cuadro de tema religioso, La aparición de Cristo al pueblo. Turguénev le dedica un capítulo en sus Páginas autobiográficas. David Strauss (1808 – 1874), teólogo y filósofo alemán, autor de una Vida de Jesús, título, igualmente, de una obra del escritor francés Ernest Renán (1823 – 1892)

80Charlotte Corday d'Armont (1768 – 1793), famosa por haber dado muerte al político revolucionario francés Jean-Paul Marat.

81De golpe.

82Eliza Félix (1820 – 1858), conocida como Rachel, famosa actriz de teatro.

83Bordado inglés.

84Capua, ciudad cercana a Nápoles. Cuenta Tito Livio en su Historia de Romaque, durante la segunda guerra púnica, Aníbal y su ejército pasaron el invierno en Capua, donde perdieron su vigor físico y moral, siendo posteriormente derrotados por sus enemigos. En la prensa de la década de 1870 se aplicaba el nombre de Capua al París de Napoleón III. Tolstói emplea también el término «capuano» en sus diarios para referirse a sus períodos de ociosidad y molicie.

85Cita incorrecta de Mateo, 11, 25.

86Traducción literal del proverbio francés Dans le doute, abstiens toi, uno de los favoritos de Tolstói.

87Me he saltado la orden.

88Lucas, 14,11.

89O. Komissárov (1838 – 1892), campesino originario de Kostromá (Tolstói escribe su apellido con una sola ese), que en abril de 1860, encontrándose por casualidad al lado de la veija del Jardín de Verano de San Petersburgo, frustró un atentado contra el zar Alejandro II. En recompensa por su acto, a Komissárov se le concedió un título de nobleza y pasó a llamarse «von Konissárov». Durante un tiempo gozó de popularidad entre la alta sociedad y se convirtió en asiduo de reuniones, salones y casinos. Pero poco a poco el entusiasmo por su figura se fue enfriando, y Komissárov acabó de nuevo en el anonimato.

90Iovan Ristich (1831 – 1899), activista político serbio, que se opuso a la influencia turca y austríaca en Serbia. Su nombre era muy conocido en Rusia. Fue uno de los regentes del príncipe Milan Obrenovich.

91Despierta pasiones.

92Del bracete.

93Es un hombre que no tiene...

94Es habitual.

95Comprometedor.

96Hacer la corte a la señora Karénina.

97Está causando sensación. Al verla, la gente se ha olvidado de la Patti.

98El molde se ha roto.

99Esta Varvara, que después aparece con el nombre y el patronímico, Varvara Andréievna, es Várenka.

100A propósito de.

101En la flor de la edad.

102Joven.

103Primos.

104Mosquita muerta.

105Alboroto.

106Buen apetito, buena conciencia. Este pollo va a sentarme de maravilla.

107Auriga de Aquiles en la Ilíada.

108Coche de cuatro caballos.

109¿Qué dicen?

110Vamos, es curioso.

111Han sido encantadores.

112Vehículo ligero de dos ruedas tirado por un caballo.

113Bondad.

114¡El rey ha muerto, viva el rey!

115Eso no tendrá consecuencias.

116¡Señores, vengan en seguida!

117¡Encantadora!

118Margarita, la muchacha que se enamora de Fausto.

119Pero estaba delicioso.

120Cita inexacta del drama de Pushkin Borís Godunov. Con esa expresión aludía a la dificultad de reinar. El sombrero de Monómaco era la corona hereditaria de los zares rusos.

121Figúrese usted que la pequeña...

122Corteja a una mujer joven y bonita.

123Creo que Veslovski le está haciendo un poco la corte a Kitty.

124¡Pero es ridículo! [...] Es el colmo del ridículo.

125Y además es ridículo.

126Se puede ser celoso, pero hasta ese punto es el colmo del ridículo.

127Manía.

128Es una menudencia.

129Y olvida usted su deber.

130Perdón, tengo los bolsillos llenos.

131Pero llega usted demasiado tarde.

132Es muy simpática.

133No te ocultaré nada.

134Una carabina.

135Y además es como se debe.

136Es muy gentil e ingenuo.

137Una pequeña corte.

138El interior es tan bonito, con tanto gusto. Todo a la inglesa. Se reúnen para desayunar y luego se separan.

139Será admirable.

140Una partida de tenis.

141Pero no podemos dejar que el pobre Veslovski y Tushkévich se mueran de aburrimiento en la barca.

142Las escuelas se han vuelto demasiado corrientes.

143No es un mal menor.

144Pasar por encima de todas esas sutilezas sentimentales. Está en juego la felicidad y la existencia de Anna y de sus hijos.

145Oh, sí [...]. Es muy sencillo.

146Eso depende... Hay que tener en cuenta el precio del alambre. [...] Se puede calcular, excelencia. [...] Es demasiado complicado. Exigiría muchos quebraderos de cabeza.

147Para tener ingresos, hay que hacer frente a muchas preocupaciones [...]. Me encanta el alemán.

148Basta.

149Pero, perdón, está algo chiflado.

150A este paso.

151Campo de cróquet.

152En el fondo es la mujer más depravada que existe.

153¿No es inmoral?

154Despierto pasiones.

155Excesivamente pegada al suelo.

156Golpe de Estado.

157Amigo del alma.

158Sin venir a cuento.

159Animar.

160Poner en funcionamiento el telégrafo.

161Se refiere a los «hermanos eslavos», serbios y búlgaros, cuyas luchas por liberarse de la dominación turca despertaban simpatías en amplios círculos de la sociedad rusa.

162No es mi tipo.

163El viejo príncipe se sirve de dos nombres femeninos para referirse jocosamente a las conversaciones entre mujeres, en su opinión insustanciales y poco serias.

164Quevedos.

165Revista seudooficial que se publicó en francés a partir de 1842, órgano ideológico de la alta aristocracia.

166F. I. Busláiev (1818 – 1897), estudioso y filólogo ruso, autor de dos obras fundamentales de gramática histórica.

167El eterno femenino.

168Paulina Lucca (1841 – 1908), cantante de ópera italiana que visitó Rusia en la década de 1870.

169Jornada loca.

170Muchos recuerdos.

171Iván Krilov (1769 – 1843), gran fabulista ruso, cuyas composiciones se hicieron muy populares en todo el país.

172Es decir, la sala de juego del casino.

173He traducido como «gelatinoso» el término shliupik. Ésta es la explicación que ofrece Vladímir Nabokov en su estudio de Anna Karénina: «Es una palabra de niños para referirse al huevo duro que se ha reblandecido y esponjado de tanto rodar, en un juego ruso de Pascua en que se echan a rodar los huevos y se golpean unos con otros» [V. Nabokov, Curso de literatura rusa, traducción de María Luisa Balseiro].


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