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Anna Karénina
  • Текст добавлен: 7 октября 2016, 12:57

Текст книги "Anna Karénina"


Автор книги: Leon Tolstoi



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Cuando se acomodaron en la calesa, las dos mujeres se sintieron de pronto turbadas: Anna, por la mirada inquisitiva y atenta de Dolly; y ésta, por la vergüenza que le daba la vieja y sucia calesa, después de las palabras de Sviazhski sobre el «vehículo». Al cochero Filipp y al administrador les embargaba el mismo sentimiento. Para ocultar su confusión, este último redobló sus atenciones con las señoras; Filipp, en cambio, se tornó sombrío y trató de no dejarse intimidar por esa magnificencia externa. Miró el trotón negro con una sonrisa irónica y decidió en su fuero interno que tanto el caballo como el charabán sólo valían para dar un paseo, pero que no serían capaces de recorrer cuarenta verstas de un tirón en una jornada calurosa.

Todos los campesinos se levantaron y contemplaron con curiosidad y alegría la acogida que los anfitriones dispensaron a la invitada, al tiempo que hacían observaciones.

–Están contentos, porque hace mucho tiempo que no se ven —dijo el anciano de pelo rizado, con la tira de corteza en la frente.

–Mira ese potro negro, tío Guerásim. ¡Qué bien nos vendría para llevar las gavillas!

–¿Has visto eso? ¿Es una mujer con calzones? —preguntó uno de ellos, señalando a Vásenka Veslovski, que en ese momento se subía a la silla de señora de la jaca de Anna.

–No, es un hombre. ¡Con qué ligereza ha montado!

–Entonces, muchachos, ¿no vamos a echar un sueñecito?

–¡Cómo vamos a dormir a estas horas! —replicó el anciano, mirando de soslayo el sol—. ¡Ya es más de mediodía! ¡Coged las guadañas y a trabajar!

 

XVIII

Anna contempló el rostro delgado y agotado de Dolly, con las arrugas marcadas por el polvo del camino, y estuvo a punto de decirle lo que pensaba; a saber, que había adelgazado. Pero, al recordar que ella misma estaba más hermosa que antes, como la mirada de su amiga le había dejado claro, exhaló un suspiro y se puso a hablar de sí misma.

–Me miras y te preguntas cómo puedo ser feliz en mi situación. Pues verás: aunque me dé vergüenza reconocerlo, soy imperdonablemente feliz. Me ha sucedido algo mágico, como cuando despiertas de una pesadilla, aterrorizada y angustiada, y de pronto comprendes que todos esos horrores no existen. Pues yo me he despertado. He pasado momentos muy dolorosos y amargos, pero hace ya tiempo que soy muy feliz, sobre todo desde que nos trasladamos aquí —dijo, mirando a Dolly con una sonrisa tímida e inquisitiva.

–¡Cuánto me alegro! —replicó ésta sonriendo, aunque con una frialdad mayor de lo que habría querido—. Me alegro mucho por ti. ¿Por qué no me has escrito?

–¿Por qué?... Porque no me atrevía... Te olvidas de mi situación...

–¿Que no te atrevías a escribirme a mí? Si hubieras sabido lo mucho que... Considero... —Daria Aleksándrovna quiso hacerle partícipe de las reflexiones que la habían ocupado por la mañana, pero, por alguna razón, le pareció que no era el momento—. Pero ya hablaremos de eso más tarde. ¿Qué son esos edificios? —preguntó, deseando cambiar de tema, al tiempo que señalaba unos tejados rojos y verdes, que se divisaban a través de un seto de acacias y lilas—. Parece una pequeña ciudad.

Pero Anna no le contestó.

–¡No, no! Dime lo que piensas de mi situación. ¿Qué opinión tienes? —preguntó.

–Creo...

En ese momento Vásenka Veslovski, que había conseguido que la jaca se lanzara al galope con la pata derecha, pasó a su lado embutido en su chaqueta corta, dando tumbos en la silla de cuero.

–¡Ya va, Anna Arkádevna! —gritó.

Anna ni siquiera lo miró. Pero Daria Aleksándrovna volvió a tener la impresión de que no era una buena idea iniciar una conversación tan larga en la calesa, de modo que expresó su pensamiento en unas pocas palabras.

–No tengo ninguna opinión —dijo—. Siempre te he querido, y, cuando se quiere a una persona, se la quiere por lo que es, no por lo que a uno le gustaría que fuera.

Anna, apartando los ojos del rostro de su amiga y entornándolos (una costumbre nueva que Dolly no le conocía), se quedó pensativa, deseando comprender a fondo el sentido de esas palabras. Después de darles, por lo visto, una interpretación favorable, volvió a mirar a Dolly.

–Si tienes pecados en tu conciencia —dijo—, todos te serán perdonados por esta visita y estas palabras.

Dolly, viendo que algunas lágrimas asomaban a sus ojos, le apretó la mano en silencio.

–¿Qué son esos edificios? ¡Cuántos hay! —dijo al cabo de un rato, repitiendo su pregunta.

–Son las casas de los empleados, la fábrica y las cuadras —respondió Anna—. Y ahí empieza el parque. Todo esto estaba abandonado, pero Alekséi lo ha renovado. Le tiene mucho cariño a esta finca y, para mi gran sorpresa, se ha apasionado por las labores del campo. Pero es que es un hombre muy dotado. Haga lo que haga, siempre acaba destacando. No sólo no se aburre, sino que pone en ello todo su empeño. Te aseguro que se ha convertido en un propietario calculador, concienzudo y hasta avaro. Y no sólo eso. Cuando se trata de decenas de miles de rublos, no los cuenta —dijo con la sonrisa alegre y maliciosa con que las mujeres suelen referirse a las cualidades secretas del hombre al que aman, que sólo ellas conocen—. ¿Ves ese edificio grande? Es el nuevo hospital. Creo que costará más de cien mil rublos. Es su dada 127del momento. ¿Y sabes por qué tomó la decisión de construirlo? Según parece, los campesinos le pidieron que les rebajase el arrendamiento de unos prados; él se negó y yo le reproché su avaricia. Desde luego, no lo ha hecho sólo por eso, sino por muchas otras razones. Pero el caso es que lo empezó a construir para demostrar que no es avaro. Puedes decir que c'est une petitesse, 128pero yo le quiero más por eso. Ahora verás la casa. Pertenecía a sus abuelos, y Alekséi no la ha cambiado nada por fuera.

–¡Qué bonita! —exclamó Dolly con involuntario asombro, al divisar la magnífica casa con columnas, que se destacaba sobre el fondo de los seculares árboles del jardín, con sus distintos matices de verde.

–¿Verdad que sí? Y desde lo alto hay una vista magnífica.

La calesa entró en un patio cubierto de grava y adornado con macizos de flores, donde dos jardineros rodeaban un parterre de un borde de piedras porosas sin labrar, y se detuvo delante de un pórtico.

–¡Ah, ya han llegado! —exclamó Anna, viendo cómo se llevaban los caballos de silla—, ¿No es verdad que es una jaca magnífica? Es mi preferida. Tráigala aquí y deme azúcar. ¿Dónde está el conde? —preguntó a los dos lacayos de librea que salieron a recibirla—. ¡Ah, por ahí viene! —añadió, viendo que Vronski y Veslovski venían a su encuentro.

–¿Dónde vas a instalar a la princesa? —preguntó Vronski en francés, dirigiéndose a Anna y, sin esperar respuesta, volvió a saludar a Daria Aleksándrovna, esta vez besándole la mano—. ¿Qué te parece la habitación grande con balcón?

–¡Ah, no, está demasiado lejos! Mejor en la de la esquina, así podremos vernos más. Bueno, vamos —dijo Anna, mientras le daba a su caballo favorito el azúcar que le había traído el lacayo—. Et vous oubliez votre devoir 129—añadió, dirigiéndose a Veslovski, que había salido también a la escalinata.

Pardon, j'en ai tout plein les poches 130—respondió éste con una sonrisa, metiendo los dedos en el bolsillo del chaleco.

Mais vous venez trop tard 131—replicó Anna, secándose con un pañuelo la mano, que el caballo le había mojado al tomar el azúcar. A continuación se dirigió a Dolly—: ¿Vas a quedarte mucho tiempo? ¿Un solo día? ¡Imposible!

–Es que lo he prometido, y los niños... —replicó Dolly, sintiéndose turbada porque tenía que sacar de la calesa su maletín y porque sabía que tenía la cara llena de polvo.

–No, Dolly, querida... Bueno, ya veremos. ¡Vamos, vamos! —Y Anna llevó a Dolly a su habitación.

No era una habitación tan distinguida como la que Vronski le había ofrecido, por lo que Anna pidió a Dolly que la disculpara. Pero lo cierto era que Dolly jamás se había alojado en un cuarto tan lujoso; de hecho, le trajo a la memoria los mejores hoteles del extranjero.

–¡Ah, querida, cuánto me alegro de verte! —exclamó Anna, que se sentó un momento al lado de Dolly con su traje de amazona—. Háblame de los tuyos. A Stiva sólo lo he visto un segundo, y ya sabes que no es la persona más idónea para hablar de los niños. ¿Cómo está mi querida Tania? Supongo que ya estará hecha una mujercita.

–Sí, ha crecido mucho —se limitó a responder Dolly, sorprendida de que pudiera hablar con tanta frialdad de sus hijos—. Estamos muy a gusto en casa de los Levin —añadió.

–Si hubiera sabido que no me desprecias... —dijo Anna—. Podríais haber venido todos a visitarnos. Stiva es un viejo y buen amigo de Alekséi —añadió, ruborizándose de pronto.

–Sí, pero estamos tan bien... —respondió Dolly, turbándose.

–Claro, claro. Estoy tan contenta que sólo digo tonterías. ¡Ah, cuánto me alegro de verte, querida! —dijo Anna, besándola de nuevo—. Sigues sin decirme lo que piensas de mí, ¡y tengo tantas ganas de saberlo! En cualquier caso, me alegro de que me veas tal como soy. Lo más importante para mí es que la gente no crea que intento demostrar algo. No pretendo demostrar nada, sólo quiero vivir sin hacer daño a nadie, excepto a mí misma. Y a eso tengo derecho, ¿no es verdad? En cualquier caso, esta conversación nos llevaría muy lejos. Ya tendremos tiempo de hablar de todo. Ahora voy a vestirme y te mandaré a la doncella.

 

XIX

Una vez sola, Daria Aleksándrovna examinó su habitación con mirada de ama de casa. Todo lo que había visto cuando se acercaban a la casa y la recorrían, y todo lo que veía ahora en la estancia, le produjo una impresión de opulencia y distinción, y le trajo a la cabeza ese nuevo lujo europeo que sólo conocía por las novelas inglesas, pues nunca lo había visto en Rusia y mucho menos en el campo. Todo era nuevo, desde el empapelado francés de las paredes hasta la alfombra, que cubría toda la habitación. La cama tenía un colchón de muelles, una cabecera especial y unas almohadas pequeñas con fundas de seda cruda. Todo era nuevo y de la mejor calidad: el lavabo de mármol, el tocador, la otomana, las mesas, el reloj de bronce sobre la chimenea, las cortinas y los portieres.

La emperejilada doncella que fue a ofrecerle sus servicios, vestida y peinada más a la moda que Dolly, tenía un aire tan moderno y elegante como toda la habitación. A Daria Aleksándrovna le encantaron su cortesía, su pulcritud y su diligencia, pero se sintió incómoda en su presencia. Le daba apuro sacar la camisa de noche llena de remiendos que se había traído de casa por equivocación. Esos mismos zurcidos y remiendos de los que tanto se enorgullecía en casa ahora la avergonzaban. Según sus cálculos, para confeccionar seis camisas de noche se necesitaban diecisiete metros de nansú a sesenta y cinco kopeks, lo que ascendía a quince rublos, sin contar los adornos y el trabajo; de modo que ésa era la suma que se ahorraba. Pero ante la doncella se sentía, si no avergonzada, al menos incómoda.

Daria Aleksándrovna experimentó un inmenso alivio cuando en la habitación entró Annushka, a la que conocía desde hacía mucho. La señora llamaba a la doncella emperejilada y Annushka venía para sustituirla.

La criada, que al parecer se alegraba mucho de su llegada, no paraba de hablar. Dolly advirtió que quería comunicarle su opinión sobre la situación de su señora y, en particular, sobre el amor y la devoción del conde por ella, pero la interrumpía en cuanto se ponía a hablar del asunto.

–Me he criado con Anna Arkádevna y la quiero más que a nada en el mundo. No nos corresponde a nosotras juzgar. Y parece que la quiere tanto...

–Por favor, que me laven esto, si es posible —la interrumpió Daria Aleksándrovna.

–Muy bien, señora. Tenemos dos lavanderas que se ocupan especialmente de las prendas pequeñas; pero la ropa blanca se lava toda a máquina. El conde en persona se ocupa de esas cosas. La verdad es que es un marido...

Dolly se alegró de la aparición de Anna, que puso fin a la cháchara de Annushka.

Anna se había puesto un vestido muy sencillo de batista. Dolly lo examinó con atención. Sabía lo que significaba y lo mucho que costaba esa sencillez.

–Una vieja conocida —dijo Anna, refiriéndose a Annushka.

Ya no se sentía turbada. Estaba serena y daba muestras de un completo dominio de sí misma. Dolly vio que se había repuesto por completo de la impresión que le había causado su llegada y que había adoptado ese tono indiferente y superficial con el que parecía cerrar la puerta del departamento en el que guardaba sus pensamientos y sentimientos más íntimos.

–¿Qué tal está tu hija, Anna? —preguntó Dolly.

–¿Annie? —Así se llamaba la niña—. Muy bien. Ha ganado mucho peso. ¿Quieres verla? Vamos, te la enseñaré. No puedes imaginarte la cantidad de problemas que han dado las niñeras. Tenemos una nodriza italiana, muy buena, pero de lo más estúpida. Intenté despedirla, pero la niña se ha acostumbrado tanto a ella que no me ha sido posible.

–¿Y cómo habéis arreglado lo del...? —empezó a decir Dolly, con intención de preguntarle por el apellido de la niña, pero, al ver que el rostro de Anna se ensombrecía de repente, cambió el sentido de la pregunta—. ¿Cómo os la habéis arreglado para destetarla?

Pero Anna comprendió.

–No es eso lo que querías preguntar. Querías saber cómo hemos resuelto la cuestión del apellido, ¿no es verdad? Es algo que atormenta a Alekséi. La niña no tiene apellido. Es decir, se llama Karénina —dijo Anna, entornando tanto los ojos que sólo se le veían las pestañas unidas—. Pero ya tendremos tiempo de hablar de todo eso más tarde —añadió, con rostro ya más sereno—. Vamos, te la enseñaré. Elle est très gentille. 132Ya gatea.

El lujo que tanto había sorprendido a Daria Aleksándrovna al recorrer la casa le pareció aún más asombroso en la habitación de la niña. Había cochecitos traídos de Inglaterra, aparatos para aprender a andar, un sofá con forma de mesa de billar, diseñado especialmente para andar a gatas, columpios y bañeras de modelos nuevos y especiales. Todos esos artilugios eran ingleses, sólidos, de buena calidad y, sin duda, carísimos. La habitación era espaciosa, muy luminosa, de techo alto.

Cuando entraron, la niña, vestida sólo con una camisita, estaba sentada a la mesa, en un sillón pequeño, y tomaba un caldo que le había mojado todo el pecho. Le daba de comer una muchacha rusa que estaba a su servicio y que, por lo visto, comía al mismo tiempo que ella. Ni la nodriza ni la niñera estaban en la habitación. Ambas se encontraban en un cuarto contiguo, de donde llegaba una conversación en un francés extraño, la única lengua en la que podían comunicarse.

Al oír la voz de Anna, la niñera inglesa, una mujer alta y bien vestida, de cara desagradable y expresión desvergonzada, entró precipitadamente, sacudiendo los rizos rubios y se puso a justificarse, a pesar de que Anna no le había dirigido ningún reproche. A cada palabra de Anna, la inglesa repetía apresuradamente:

Yes, my lady.

La niña, coloradota, de cejas y pelo negros, con el cuerpecillo sonrosado y rechoncho cubierto de piel de gallina, gustó mucho a Daria Aleksándrovna, a pesar de la mirada severa con que acogió a esa persona extraña. Hasta le envidió su saludable aspecto. También le gustó mucho su manera de gatear. Ninguno de sus hijos lo había hecho así. Cuando la pusieron en la alfombra, con el vestidito recogido por detrás, le pareció verdaderamente encantadora. Como un animalillo, miraba a los mayores con sus enormes y brillantes ojos negros, sin duda complacida de que la admiraran, sonreía, separaba las piernas, se apoyaba enérgicamente en las manos, alzaba rápidamente el trasero y volvía a avanzar las manitas.

Pero Daria Aleksándrovna quedó muy descontenta del ambiente general de la habitación y, sobre todo, de la inglesa. ¿Cómo era posible que Anna hubiera confiado su propia hija a los cuidados de una inglesa tan antipática y poco respetable? Sin duda porque ninguna persona respetable habría aceptado trabajar para una familia tan irregular. Puesto que Anna conocía muy bien a la gente, era la única explicación plausible. Además, las pocas palabras que oyó bastaron para convencerla de que la nodriza, la niñera y la criatura no se llevaban bien y de que las visitas de la madre no debían de ser muy frecuentes. Anna quiso darle a la niña un juguete, pero no fue capaz de encontrarlo.

Pero lo que más le sorprendió fue que, cuando preguntó cuántos dientes tenía la niña, Anna se equivocó, pues no se había enterado de que le habían salido dos dientes nuevos.

–A veces me da pena que mi presencia aquí sea tan innecesaria —dijo Anna, al salir de la habitación, al tiempo que recogía la cola de su vestido para que no se enganchara en alguno de los juguetes que había al lado de la puerta—. No fue así con mi hijo.

–Y yo que había pensado que sería al revés —dijo Daria Aleksándrovna tímidamente.

–¡Oh, no! ¿Sabes que he visto a Seriozha? —preguntó Anna, frunciendo los ojos, como si contemplara algo en la lejanía—. Pero ya tendremos tiempo de hablar de eso más tarde. No te lo vas a creer, pero soy como una persona hambrienta a la que de pronto sirven una copiosa comida y no sabe por dónde empezar. Eso es lo que supone para mí tu presencia y tu conversación: una copiosa comida. Hace mucho tiempo que no hablo con nadie; por eso no sé por dónde empezar. Mais je ne vous ferai grâce de rien. 133Tengo que decírtelo todo. Pero lo primero será describirte la compañía que te vas a encontrar aquí —dijo—. Empezaré por las señoras. A la princesa Varvara la conoces, y ya sé la opinión que Stiva y tú tenéis de ella. Stiva dice que el único fin de su vida consiste en demostrar su superioridad sobre la tía Katerina Pávlovna. No niego que sea cierto, pero es una mujer buena y le estoy muy agradecida. En San Petersburgo hubo un momento en que necesité un chaperon. 134Y entonces apareció ella. Te aseguro que es una buena persona. Ha hecho mucho por ayudarme. Veo que no eres consciente de lo penosa que es mi situación... Allí, en San Petersburgo —añadió—. Aquí me siento completamente tranquila y feliz. Bueno, también eso lo dejaremos para después. Volvamos a los invitados. Sviazhski es mariscal de la nobleza y hombre muy respetable, pero necesita algo de Alekséi. Como comprenderás, si nos acabamos estableciendo en el campo, Alekséi, con su fortuna, puede tener una gran influencia. A Tushkévich ya lo conoces, es el que siempre estaba al lado de Betsy. Ahora ella lo ha dejado y él se ha venido con nosotros. Como dice Alekséi, es una de esas personas que resultan muy agradables si se las toma por lo que aparentan et puis il est comme il faut, 135como dice la princesa Varvara. En cuanto a Veslovski... no creo que tenga que decirte nada. Es un muchacho muy agradable —y una sonrisa llena de picardía asomó a sus labios—. ¿Cómo es posible que tuviera un incidente tan absurdo con Levin? Veslovski se lo ha contado a Alekséi, pero no podemos creerlo. Il est très gentil et naïf 136—añadió, con la misma sonrisa—. Los hombres necesitan distracción y Alekséi no puede pasarse sin gente alrededor: por eso aprecio a estas personas. En nuestra casa debe reinar un ambiente de animación y alegría, para que Alekséi no sienta la necesidad de buscar algo nuevo. También está con nosotros el administrador, un alemán muy bueno y que conoce a fondo su oficio. Alekséi le tiene en alta estima. Y por último, el arquitecto y el médico, un hombre joven, que no es precisamente un nihilista, aunque come con un cuchillo... En cualquier caso, es muy buen médico. Une petite cour. 137

 

XX

—Aquí tiene usted a Dolly, princesa, a quien tanto deseaba ver —dijo Anna, saliendo con Daria Aleksándrovna a la gran terraza de piedra donde la princesa Varvara, sentada en la sombra, delante de un bastidor, bordaba un paño para el sillón del conde Alekséi Kirílovich—. Dice que no quiere tomar nada antes de la comida, pero de todos modos ordene usted que sirvan el desayuno. Entre tanto, yo iré a buscar a Alekséi y a los demás.

La princesa Varvara acogió a Dolly con cariño y cierta condescendencia. En seguida se puso a explicarle que se había instalado en casa de Anna porque siempre la había querido más que su hermana Katerina Pávlovna, que la había criado. Ahora que todos habían vuelto la espalda a Anna, consideraba su deber ayudarla en ese período transitorio, el más doloroso de su vida.

–Cuando su marido le conceda el divorcio, volveré a mi soledad. Pero, mientras pueda ser útil, cumpliré con mi deber, por más penoso que me resulte. No como otros. ¡Qué bien has hecho viniendo! ¡Es un gesto muy noble por tu parte! No cabe imaginar matrimonio más bien avenido. Es a Dios a quien corresponde juzgarlos, no a nosotros. ¿Acaso Biriuzovski y Avéneva...? ¿Y Nikándrov, Vasílev y Mamónova, y Liza Neptúnova...? Nadie decía una palabra contra ellos. Y al final han acabado recibiéndolos a todos. Además, c'est un intérieur si joli, si comme il faut. Tout-à-fait à l'anglaise. On se réunit le matin au breakfast et puis on se separe. 138Cada uno hace lo que le parece hasta la hora de comer. La comida se sirve a las siete. Stiva ha hecho muy bien enviándote. No debe romper la relación con ellos. Ya sabes que su hermano y su madre son personas muy influyentes. Además, hacen mucho bien. ¿No te ha hablado de su hospital? Ce sera admirable. 139Lo han traído todo de París.

La conversación fue interrumpida por Anna, que había encontrado a los hombres en la sala de billar y ahora volvía con ellos a la terraza. Aún quedaba mucho tiempo hasta la hora de la comida y el tiempo era excelente. Por eso idearon diversas maneras de pasar las dos horas que tenían por delante. Las distracciones eran muy numerosas en Vozdvízhenskoie, todas muy diferentes a las de Pokróvskoie.

Une partie de lawn tennis 140—propuso Veslovski, con su atractiva sonrisa—. Podemos formar pareja otra vez, Anna Arkádevna.

–No, hace demasiado calor. Será mejor dar una vuelta por el jardín o pasear en barca para enseñarle a Daria Aleksándrovna las orillas —propuso Vronski.

–A mí cualquier cosa me vale —intervino Sviazhski.

–Creo que Dolly prefiere dar un paseo, ¿no es verdad? Dejaremos la barca para luego —dijo Anna.

Todos se mostraron de acuerdo. Veslovski y Tushkévich fueron a la caseta de baño, prometiendo que prepararían la barca y esperarían allí.

En cuanto a los demás, se internaron en la alameda formando dos parejas, Anna con Sviazhski y Dolly con Vronski. Dolly estaba algo turbada y cohibida por ese ambiente nuevo en el que se encontraba. En abstracto, de manera teórica, no sólo justificaba, sino que hasta le parecía bien el proceder de Anna. Cansada de su monótona vida intachable, como suele suceder a las mujeres de honradez acrisolada, no sólo disculpaba ese amor culpable desde la distancia, sino que hasta lo envidiaba. Además, quería de corazón a Anna. Pero en la realidad, al verla entre esas personas que encontraba tan ajenas, con ese buen tono que tan novedoso le resultaba, se sentía incómoda. Lo que más le desagradaba era la presencia de la princesa Varvara, que se lo perdonaba todo a cambio de las comodidades de las que disfrutaba en esa casa.

En general, en abstracto, Dolly aprobaba el proceder de Anna, pero le desagradaba ver al hombre que la había llevado a actuar de ese modo. Además, Vronski nunca le había gustado. Lo consideraba muy orgulloso y no veía nada en él que justificase ese orgullo, más allá de su riqueza. Pero aquí, en su propia casa, le imponía aún más y, por más que lo intentaba, no conseguía mostrarse desenvuelta cuando estaba con él. Era un sentimiento semejante al que la había embargado en presencia de la doncella por culpa de su camisa de noche. Lo mismo que delante de ella no se había sentido avergonzada, sino incómoda, por los remiendos, delante de Vronski se sentía incómoda por sí misma.

Sumida en el desconcierto, Dolly buscaba un tema de conversación. Aunque juzgaba que, siendo tan orgulloso, debían de desagradarle los elogios a la mansión y al jardín, no encontrando nada mejor que decirle se puso a hablarle de lo mucho que le había gustado la casa.

–Sí, es un edificio muy bonito, con ese encanto del estilo de antaño —dijo Vronski.

–Me ha gustado mucho el patio que hay delante de la escalinata. ¿Era así antes?

–¡Oh, no! —exclamó Vronski, con el rostro vivo de satisfacción—. ¡Si lo hubiera visto esta primavera!

Y poco a poco, aunque cada vez con más entusiasmo, pasó a enumerar las distintas labores de embellecimiento de la casa y el jardín. Era evidente que había consagrado muchos esfuerzos a la mejora y ornato de su finca, que sentía la necesidad de jactarse delante de las personas que la visitaban por primera vez y que se alegraba de todo corazón de los elogios de Daria Aleksándrovna.

–Si no está cansada y le apetece, podemos echarle un vistazo al hospital. No queda lejos. Vamos —añadió, después de asegurarse, mirándola a la cara, de que Dolly no se aburría—. ¿Vienes tú también, Anna?

–Les acompañamos, ¿no? —preguntó Anna, dirigiéndose a Sviazhski—. Mais il ne faut pas laisser le pauvre Veslovski y Tushkévich se morfondre là dans le bateau. 141Hay que enviar a alguien para avisarles. Sí, lo que se está levantando aquí es un monumento —le dijo a Dolly, con esa sonrisa astuta con que ya antes se había referido al hospital.

–¡Es un proyecto de importancia capital —dijo Sviazhski y, en seguida, para no parecer un adulador, añadió una observación ligeramente crítica—: Pero lo que me sorprende, conde, es que, con todo lo que ha hecho usted por el pueblo en el ámbito sanitario, muestre tanta indiferencia por las escuelas.

C'est devenu tellement comun, les écoles 142—dijo Vronski—. Y no es sólo eso, entiéndame, es que me he ido entusiasmando con el hospital. Por aquí —añadió, dirigiéndose a Daria Aleksándrovna y señalándole un camino lateral que salía de la alameda.

Nada más tomar el desvío, las señoras abrieron las sombrillas. Después de dar unas cuantas vueltas y de atravesar una cancela, Daria Aleksándrovna vio delante de ella, en una elevación del terreno, un gran edificio de color rojo casi terminado, con un diseño muy original. El tejado de hierro, aún sin pintar, despedía un brillo cegador bajo los ardientes rayos del sol. Al lado de ese edificio se alzaba otro, rodeado de andamios; varios obreros con mandiles colocaban ladrillos, sacaban cemento de unos cubos y lo alisaban con el palustre.

–¡Qué rápido avanzan las obras! —exclamó Sviazhski—. La última vez que estuve aquí, aún no habían puesto el tejado.

–En otoño estará todo listo. El interior está ya casi acabado —dijo Anna.

–Y ese edificio nuevo ¿qué va a ser?

–La residencia del médico y la farmacia —respondió Vronski y, al distinguir la figura del arquitecto, con su abrigo corto, se disculpó delante de las señoras y fue a buscarlo.

Esquivando una fosa de la que los obreros sacaban cal, llegó hasta él y se puso a discutir acaloradamente.

–El frontón sigue estando demasiado bajo —le explicó a Anna, que le había preguntado qué era lo que pasaba.

–Ya te dije que había que levantar los cimientos —replicó ésta.

–Sí, claro, habría sido lo mejor, Anna Arkádevna —convino el arquitecto—, pero ya no hay remedio.

–Pues sí, me interesa mucho esta obra —le respondió Anna a Sviazhski, que se había quedado sorprendido de sus conocimientos de arquitectura—. El edificio nuevo debe armonizar con el hospital. Pero la idea se nos ocurrió más tarde y se puso en ejecución sin seguir ningún plan.

Cuando terminó de hablar con el arquitecto, Vronski se unió a las señoras y las condujo al interior del hospital.

Aunque por fuera aún estaban rematando las cornisas y todavía no habían acabado de pintar el piso bajo, el superior estaba casi listo. Después de subir hasta el descansillo por la ancha escalera de hierro fundido, entraron en la primera sala, bastante espaciosa. El estucado de las paredes imitaba el mármol; los cristales ya estaban puestos en las enormes ventanas; lo único que aún no estaba terminado era el parqué. Los carpinteros, que cepillaban los cuadrados de madera, dejaron su labor, se quitaron las cintas con las que se ceñían los cabellos y saludaron a los señores.

–Ésta es la sala de espera —dijo Vronski—. No tendrá más mobiliario que un pupitre, una mesa y un armario.

–Vengan por aquí. No se acerquen a la ventana —dijo Anna, pasando un dedo por el marco—. Alekséi, la pintura ya está seca —añadió.

De la sala de espera salieron al pasillo, donde Vronski les enseñó el nuevo sistema de ventilación que habían instalado. Luego les mostró los baños de mármol y las camas, con magníficos colchones de muelles. Recorrieron todas las salas, una tras otra, luego la despensa, el cuarto para la ropa blanca, las estufas de modelo nuevo, las carretillas para transportar sin ruido por el pasillo los objetos necesarios y muchas cosas más. Sviazhski, hombre familiarizado con los últimos adelantos, lo alababa todo. Dolly simplemente estaba asombrada de todas las novedades que veía, intentaba comprender el funcionamiento de todo y hacía preguntas detalladas, algo que a Vronski le causaba un evidente placer.

–Sí, creo que será el único hospital de Rusia equipado como Dios manda —dijo Sviazhski.

–¿Y no tendrá una sala de maternidad? —preguntó Dolly—. Es algo muy necesario en el campo. He observado a menudo...

A pesar de su cortesía, Vronski la interrumpió.

–Esto no es una maternidad, sino un hospital, en el que se atenderán todas las enfermedades, menos las contagiosas —dijo—. Mire esto... —añadió, sentándose en un sillón y moviéndolo—. El enfermo aún no es capaz de andar, todavía está débil o le duelen las piernas, pero necesita tomar el aire. Pues no tiene más que subirse y ya puede dar un paseo...

A Daria Aleksándrovna le interesaba y le gustaba mucho todo, en especial la animación sincera e ingenua de Vronski. «Sí, es un hombre muy bueno y muy simpático», pensaba, sin escucharle, pero examinando su rostro y poniéndose mentalmente en el lugar de su amiga. Tanto le había gustado esa animación que comprendió que Anna se hubiera enamorado de él.

 

XXI

—Creo que la princesa está cansada y que los caballos no le interesan —le dijo Vronski a Anna, que había propuesto que visitaran la cuadra, pues quería que Sviazhski viera el nuevo potro—. Vayan ustedes, y yo acompañaré a la princesa a casa. Así podremos charlar un rato. Si le parece bien —añadió, dirigiéndose a Dolly.


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