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POETA EN NUEVA YORK
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Автор книги: Federico Garcia Lorca


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IV

POEMAS DEL LAGO EDEM MILLS

A Eduardo Ugarte.

POEMA DOBLE DEL LAGO EDEM

Nuestro ganado pace, el viento espira.

GARCILASO.

Era mi voz antigua

ignorante de los densos jugos amargos.

La adivino lamiendo mis pies

bajo los frágiles helechos mojados.

¡Ay voz antigua de mi amor,

ay voz de mi verdad,

ay voz de mi abierto costado,

cuando todas las rosas manaban de mi lengua

y el césped no conocía la impasible dentadura del caballo!

Estás aquí bebiendo mi sangre,

bebiendo mi humor de niño pesado,

mientras mis ojos se quiebran en el viento

con el aluminio y las voces de los borrachos.

Déjame pasar la puerta

donde Eva come hormigas

y Adán fecunda peces deslumbrados.

Déjame pasar hombrecillo de los cuernos

al bosque de los desperezos

y los alegrísimos saltos.

Yo sé el uso más secreto

que tiene un viejo alfiler oxidado

y sé del horror de unos ojos despiertos

sobre la superficie concreta del plato.

Pero no quiero mundo ni sueño, voz divina,

quiero mi libertad, mi amor humano

en el rincón más oscuro de la brisa que nadie quiera.

¡Mi amor humano!

Esos perros marinos se persiguen

y el viento acecha troncos descuidados.

¡Oh voz antigua, quema con tu lengua

esta voz de hojalata y de talco!

Quiero llorar porque me da la gana

como lloran los niños del último banco,

porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,

pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.

Quiero llorar diciendo mi nombre,

rosa, niño y abeto a la orilla de este lago,

para decir mi verdad de hombre de sangre

matando en mí la burla y la sugestión del vocablo.

No, no, yo no regunto, yo deseo,

voz mía liberta que me lames las manos.

En el laberinto de biombos es mi desnudo el que recibe

la luna de castigo y el reloj encenizado.

Así hablaba yo.

Así hablaba yo cuando Saturno detuvo los trenes

y la bruma y el sueño y la muerte me estaban buscando.

Me estaban buscando

allí donde mugen las vacas que tienen patitas de paje

y a11í donde flota mi cuerpo entre los equilibrios contrarios.

CIELO VIVO

Yo no podré quejarme

si no encontré lo que buscaba.

Cerca de las piedras sin jugo y los insectos vacíos

no veré el duelo del sol con las criaturas en carne viva.

Pero me iré al primer .paisaje

de choques, líquidos y rumores

que trasmina a niño recién nacido

y donde toda superficie es evitada,

para entender que lo que busco tendrá su blanco de alegría

cuando yo vuele mezclado con el amor y las arenas.

Allí no llega la escarcha de los ojos apagados

ni el mugido del árbol asesinado por la oruga.

Allí todas las formas guardan entrelazadas

una sola expresión frenética de avance.

No puedes avanzar por los enjambres de corolas

porque el aire disuelve tus dientes de azúcar,

ni puedes acariciar la fugaz hoja del helecho

sin sentir el asombro definitivo del marfil.

Allí bajo las raíces y en la médula del aire

se comprende la verdad de las cosas equivocadas,

el nadador de níquel que acecha la onda más fina

y el rebaño de vacas nocturnas con rojas patitas de mujer.

Yo no podré quejarme

si no enc ontré lo que buscaba;

pero me iré al primer paisaje de humedades y latidos

para entender que lo que busco tendrá su blanco de alegría

cuando yo vuele mezclado con el amor y las arenas.

Vuelo fresco de siempre sobre lechos vacíos,

sobre grupos de brisas y barcos encallados.

Tropiezo vacilante por la dura eternidad fija

y amor al fin sin alba. Amor. ¡Amor visible!

Edem Mills, Vermont, 24 agosto 1929.

EN LA CABAÑA DEL FARMER

(CAMPO DE NEWBURG)

A Concha Méndez y Manuel Altolaguirre.

EL NIÑO STANTON

Do you like me?

– Yes, and you?

– Yes, yes.

Cuando me quedo solo

me quedan todavía tus diez años,

los tres caballos ciegos,

tus quince rostros con el rostro de la pedrada

y las fiebres pequeñas heladas sobre las hojas del maíz.

Stanton, hijo mío, Stanton.

A las doce de la noche el cáncer salía por los pasillos

y hablaba con los caracoles vacíos de los documentos,

el vivísimo cáncer lleno de nubes y termómetros

con su casto afán de manzana para que to piquen los ruiseñores.

En la casa donde no hay un cáncer

se quiebran las blancas paredes en el delirio de la astronomía

y por los establos más pequeños y en las cruces de los bosques

brilla por muchos años el fulgor de la quemadura.

Mi dolor sangraba por las tardes

cuando tus ojos eran dos muros,

cuando tus manos eran dos países

y mi cuerpo rumor de hierba.

Mi agonía buscaba su traje,

polvorienta, mordida por los perros,

y tú la acompañaste sin temblar

hasta la puerta del agua oscura.

¡Oh, mi Stanton, idiota y bello entre los pequeños animalitos,

con tu madre fracturada por los herreros de las aldeas,

con un hermano bajo los arcos,

otro comido por los hormigueros,

y el cáncer sin alambradas latiendo por las habitaciones!

Hay nodrizas que dan a los niños

ríos de musgo y amargura de pie

y algunas negras suben a los pisos para repartir filtro de rata.

Porque es verdad palomas la gente

quiere echar las palomas a las alcantarillas

y yo sé to que esperan los que por la calle

nos oprimen de pronto las yemas de los dedos.

Tu ignorancia es un monte de leones, Stanton.

El día que el cáncer te dio una paliza

y te escupió en el dormitorio donde murieron los huéspedes en la epidemia

y abrió su quebrada rosa de vidrios secos y manos blandas

para salpicar de lodo las pupilas de los que navegan,

tú buscaste en la hierba mi agonía,

mi agonía con flores de terror,

mientras que el agrio cáncer mudo que quiere acostarse contigo

pulverizaba rojos paisajes por las sábanas de amargura,

y ponía sobre los ataúdes

helados arbolitos de ácido bórico.

Stanton, vete al bosque con t us arpas judías,

vete para aprender celestiales palabras

que duermen en los troncos, en nubes, en tortugas,

en los perros dormidos, en el plomo, en el viento,

en lirios que no duermen, en aguas que no copian,

para que aprendas, hijo, lo que tu pueblo olvida.

Cuando empiece el tumulto de la guerra

dejaré un pedazo de queso para tu perro en la oficina.

Tus diez años serán las hojas

que vuelan en los trajes de los muertos,

diez rosas de azufre débil

en el hombro de mi madrugada.

Y yo, Stanton, yo solo, en olvido,

con tus caras marchitas sobre mi boca,

iré penetrando a voces las verdes estatuas de la Malaria.

VACA

A Luis Lacasa.

Se tendió la vaca herida.

Árboles y arroyos trepaban por sus cuernos.

Su hocico sangraba en el cielo.

Su hocico de abejas

bajo el bigote lento de la baba.

Un alarido blanco puso en pie la mañana.

Las vacas muertas y las vivas,

rubor de luz o miel de establo,

balaban con los ojos entornados.

Que se enteren las raíces

y aquel niño que afila su navaja

de que ya se pueden comer la vaca.

Arriba palidecen

luces y yugulares.

Cuatro pezuñas tiemblan en el aire.

Que se entere la luna

y esa noche de rocas amarillas:

que ya se fue la vaca de ceniza.

Que ya se fue balando

por el derribo de los cielos yertos

donde meriendan muerte los borrachos.

NIÑA AHOGADA EN EL POZO

(GRANADA Y NEWBURG)

Las estatuas sufren por los ojos con la oscuridad de los ataúdes,

pero sufren mucho más por el agua que no desemboca.

Que no desemboca.

E1 pueblo corría por las almenas rompiendo las cañas de los pescadores

¡Pronto! ¡Los bordes! ¡De prisa! Y croaban las estrellas tiernas

. …que no desemboca.

¡Tranquila en mi recuerdo, astro, círculo, meta,

lloras por las orillas de un ojo de caballo.

. . . que no desemboca.

Pero nadie en to oscuro podrá darte distancias,

sin afilado límite, porvenir de diamante.

. . . que no desemboca.

Mientras la gente busca silencios de almohada

tú lates para siempre definida en to anillo.

…que no desemboca.

Eterna en los finales de unas ondas que aceptan

combate de raíces y soledad prevista.

…que no desemboca.

¡Ya vienen por las rampas! ¡Levántate del agua!

¡Cada punto de luz te dará tuna cadena!

. . . que no desemboca.

Pero el pozo te alarga manecitas de musgo,

insospechada ondina de su casta ignorancia.

. . que no desemboca.

No, que no desemboca. Agua fija en un punto,

respirando con todos sus violines sin cuerdas

en la escala de las heridas y los edificios deshabitados.

¡Agua que no desemboca!

VI

INTRODUCCION A LA MUERTE

POEMAS DE LA SOLEDAD EN VERMONT

Para Rafael Sánchez Ventura.

MUERTE

¡Qué esfuerzo!

¡Qué esfuerzo del caballo por ser perro!

¡Qué esfuerzo del perro por ser golondrina!

¡Qué esfuerzo de la golondrina por ser abeja!

¡Qué esfuerzo de la abeja por ser caballo!

Y el caballo,

¡qué flecha aguda exprime de la rosa!

¡qué rosa gris levanta de su belfo!

Y la rosa,

¡qué rebaño de luces y alaridos

ata en el vivo azúcar de su tronco!

Y el azúcar,

¡qué puñalitos sueña en su vigilia!

Y los puñales diminutos,

¡qué luna sin establos!, ¡qué desnudos,

piel eterna y rubor, andan buscando!

Y yo, por los aleros,

¡qué serafín de llamas busco y soy!

Pero el arco de yeso,

¡qué grande, qué invisible, qué diminuto,

sin esfuerzo!

NOCTURNO DEL HUECO

Para ver que todo se ha ido,

para ver los huecos y los vestidos,

¡dame to guante de luna,

tu otro guante perdido en la hierba,

amor mío!

Puede el aire arrancar los caracoles

muertos sobre el pulmón del elefante

y soplar los gusanos ateridos

de las yemas de luz o las manzanas.

Los rostros bogan impasibles

bajo el diminuto griterío de las yerbas

y en el rincón está el pechito de la rana

turbio de corazón y mandolina.

En la gran plaza desierta

mugía la bovina cabeza recién cortada

y eran duro cristal definitivo

las formas que buscaban el giro de la sierpe.

Para ver que todo se ha ido

dame to mudo hueco, ¡amor mío!

Nostalgia de academia y cielo triste.

¡Para ver que todo se ha ido!

Dentro de ti, amor mío, por tu carne,

¡qué silencio de trenes bocarriba!

¡cuánto brazo de momia florecido!

¡qué cielo sin salida, amor, qué cielo!

Es la piedra en el agua y es la voz en la brisa

bordes de amor que escapan de su tronco sangrante.

Basta tocar el pulso de nuestro amor presente

para que broten flores sobre los otros niños.

Para ver que todo se ha ido.

Para ver los huecos de nubes y ríos.

Dame tus manos de laurel, amor.

¡Para ver que todo se ha ido!

Ruedan los huecos puros, por mí, por ti, en el alba

conservando las huellas de las ramas de sangre

y algún perfil de yeso tranquilo que dibuja

instantáneo dolor de luna apuntillada.

Mira formas concretas que buscan su vacío.

Perros equivocados y manzanas mordidas.

Mira el ansia, la angustia de un triste mundo fósil

que no encuentra el acento de su primer sollozo.

Cuando busco en la cama los rumores del hilo

has venido, amor mío, a cubrir mi tejado.

El hueco de una hormiga puede llenar el aire,

pero tú vas gimiendo sin norte por mis ojos.

No, por mis ojos no, que ahora me enseñas

cuatro ríos ceñidos en tu brazo,

en la dura barraca donde la luna prisionera

devora a un marinero delante de los niños.

Para ver que todo se ha ido

¡amor inexpugnable, amor huido!

No, no me des tu hueco,

¡que ya va por el aire el mío!

¡Ay de ti, ay de mí, de la brisa!

Para ver que todo se ha ido.

II

Yo.

Con el hueco blanquísimo de un caballo,

crines de ceniza. Plaza pura y doblada.

Yo.

Mi hueco traspasado con las axilas rotas.

Piel seca de uva neutra y amianto de madrugada.

Toda la luz del mundo cabe dentro de un ojo.

Canta el gallo y su canto dura más que sus alas.

Yo.

Con el hueco blanquísimo de un caballo. Rodeado

de espectadores que tienen hormigas en las palabras.

En el circo del frío sin perfil mutilado.

Por los capiteles rotos de las mejillas desangradas.

Yo.

Mi hueco sin ti, ciudad, sin tus muertos que comen.

Ecuestre por mi vida definitivamente anclada.

Yo.

No hay siglo nuevo ni luz reciente.

Sólo un caballo azul y una madrugada.

PAISAJE CON DOS TUMBAS Y UN PERRO ASIRIO

Amigo,

levántate para que oigas aullar

al perro asirio.

Las tres ninfas del cáncer han estado bailando,

hijo mío.

Trajeron unas montañas de lacre rojo

y unas sábanas duras donde estaba el cáncer dormido.

El caballo tenía un ojo en el cuello

y la luna estaba en un cielo tan frío

que tuvo que desgarrarse su monte de Venus

y ahogar en sangre y ceniza los cementerios antiguos.

Amigo.

despierta, que los montes todavía no respiran

y las hierbas de mi corazón están en otro sitio.

No importa que estés lleno de agua de mar.

Yo amé mucho tiempo a un niño

que tenía una plumilla en la lengua

y vivimos cien años dentro de un cuchillo.

Despierta. Calla. Escucha. Incorpórate un poco.

El aullido es ima larga lengua morada que deja

hormigas de espanto y licor da lirios.

Ya viene hacia la roca. ¡No alargues tus raíces!

Se acerca. Gime. No solloces en sueños, amigo.

¡Amigo!

Levántate para que oigas aullar

al perro asirio.

RUINA

Sin cncontrarse,

viajero por su propio torso blanco,

¡así iba al aire!

Pronto se vio que la luna

era una calavera de caballo

y el aire una manzana oscura.

Detrás de la ventana

con látigos y luces se sentía

la lucha de la arena con el agua.

Yo vi llegar las hierbas

y les eche un cordero que balaba

bajo sus dientecillos y lancetas.

Volaba dentro de una gota

la cáscara de pluma y celuloide

de la primer paloma.

Las nubes en manada

se quedaron dormidas contemplando

el duelo de las rocas con el alba.

Vienen las hierbas, hijo.

Ya suenan sus espadas de saliva

por el cielo vacío.

Mi mano, amor. ¡Las hierbas!

Por los cristales rotos de la casa

la sangre desató sus cabelleras.

Tú sólo y yo quedamos.

Prepara tu esqueleto para el aire.

Yo sólo y tú quedamos.

Prepara tu esqueleto.

Hay que buscar de prisa, amor, de prisa,

nuestro perfil sin sueño.

LUNA Y PANORAMA DE LOS INSECTOS

(POEMA DE AMOR)

La luna en el mar riela,

en la lona gime el viento

y alza en blando movimiento

olas de plata y azul.

ESPRONCEDA.

Mi corazón tendría la forma de un zapato

si cada aldea tuviera una sirena.

Pero la noche es interminable cuando se apoya en los enfermos

y hay barcos que buscan ser mirados para poder hundirse tranquilos

Si el aire sopla blandamente mi corazón tiene la orma de una niña.

Si el aire se niega a salir de los cañaverales

mi corazón tiene la forma de una milenaria boñiga de toro.

Bogar, bogar, bogar, bogar,

hacia el batallón de puntas desiguales,

hacia un paisaje de acechos pulverizados.

Noche igual de la nieve, de los sistemas suspendidos.

Y la luna.

¡La luna!

Pero no la luna.

La raposa de las tabernas,

el gallo japonés que se comió los ojos,

las hierbas masticadas.

No nos salvan las solitarias en los vidrios,

ni los herbolarios donde el metafísico

encuentra las otras vertientes del cielo.

Son mentira las formas. Sólo existe

el círculo de bocas del oxígeno.

Y la luna.

Pero no la luna.

Los insectos,

los muertos diminutos por las riberas,

dolor en longitud,

yodo en un punto,

las muchedumbres en el alfiler,

el desnudo que amasa la sangre de todos,

y mi amor que no es un caballo ni una quemadura,

criatura de pecho devorado.

¡Mi amor!

Ya cantan, gritan, gimen: Rostro, ¡Tu rostro! Rostro.

Las manzanas son unas,

las dalias son idénticas,

la luz tiene un sabor de metal acabado

y el campo de todo un lustro cabrá en la mejilla de la moneda.

Pero tu rostro cubre los cielos del banquete.

¡Ya cantan!, ¡gritan!, ¡gimen!,

¡cubren!, ¡trepan!, ¡espantan!

Es necesario caminar, ¡de prisa!, por las ondas, por las ramas,

por las calles deshabitadas de la edad media que bajan al río,

por las tiendas de las pieles donde suena un cuerno de vaca herida

por las escalas, ¡sin miedo!, por las escalas.

Hay un hombre descolorido que se está bañando en el mar;

es tan tierno que los reflectores le comieron jugando el corazón.

Y en el Perú viven mil mujeres, ¡oh insectos!, que noche y día

hacen nocturnos y desfiles entrecruzando sus propias venas.

Un diminuto guante corrosivo me detiene. ¡Basta!

En mi pañuelo he sentido el tris

de la primera vena que se rompe.

Cuida tus pies, amor mío, ¡tus manos!,

ya que yo tengo que entregar mi rostro,

mi rostro, ¡mi rostro!, ¡ay, mi comido rostro!

Este fuego casto para mi deseo,

esta confusión por anhelo de equilibrio,

este inocente dolor de pólvora en mis ojos,

aliviará la angustia de otro corazón

devorado por las nebulosas.

No nos salva la gente de las zapaterías,

ni los paisajes que se hacen musica al encontrar las llaves oxidadas.

Son mentira los aires. Sólo existe

una cunita en el desván

que recuerda todas las cosas.

Y la luna.

Pero no la luna.

Los insectos,

los insectos solos,

crepitantes, mordientes, estremecidos, agrupados,

y la luna

con un guante de humo sentada en la puerta de sus derribos.

¡¡La luna!!

Nueva York, 4 de enero de 1930

VII

VUELTA A LA CIUDAD

Para Antonio Hernández Soriano.

NEW YORK

OFICINA Y DENUNCIA

Debajo de las multiplicaciones

hay una gota de sangre de pato.

Debajo de las divisiones

hay una gota de sangre de marinero.

Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;

un río que viene cantando

por los dormitorios de los arrabales,

y es plata, cemento o brisa

en el alba mentida de New York.

Existen las montañas, lo sé.

Y los anteojos para la sabiduría,

lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.

He venido para ver la turbia sangre,

la sangre que lleva las máquinas a las cataratas

y el espíritu a la lengua de la cobra.

Todos los días se matan en New York

cuatro millones de patos,

cinco millones de cerdos,

dos mil palomas para el gusto de los agonizantes.

un millón de vacas,

un millón de corderos

y dos millones de gallos

que dejan los cielos hechos añicos.

Más vale sollozár afilando la navaja

o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías

que resistir en la madrugada

los interminables trenes de leche,

los interminables t renes de sangre,

y los trenes de rosas maniatadas

por los comerciantes de perfumes.

Los patos y las palomas

y los cerdos y los corderos

ponen sus gotas de sangre

debajo de las multiplicaclones;

y los terribles alaridos de las vacas estrujadas

llena n de dolor el valle

donde el Hudson se emborracha con aceite.

Yo denuncio a toda la gente

que ignora la otra mitad,

la mitad irredimible

que levanta sus montes de cemento

donde laten los corazones

de los animalitos que se olvidan

y donde caeremos todos

en la última fiesta de los taladros

Os escupo en la cara.

La otra mitad me escucha

devorando, cantando, volando en su pureza

come los niños de las porterías

que llevan frágIles palitos

a los huecos donde se oxidan

las antenas de los insectos.

No es el infierno, es la calle.

No es la muerte, es la tienda de frutas.

Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles

en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,

y yo oigo el canto de la lombriz

en el corazón de muchas niñas.

Óxido, fermento, tierra estremecida.

Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.

¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?

¿Ordenar los amores que luego son fotografías,

que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?

No, no; yo denuncio,

yo denuncio la conjura

de estas desiertas oficinas

que no radian las agonías,

que borran los programas de la selva,

y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas

cuando sus gritos llenan el valle

donde el Hudson se emborracba con aceite.

CEMENTERIO JUDÍO

Las alegres fiebres huyeron a las maromas de los barcos y el judío empujó la verja con el

pudor helado del interior de la lechuga.

Los niños de Cristo dormían

y el agua era una paloma

y la madera era una garza

y el plomo era un colibrí

y aun las vivas prisiones de fuego

estaban consoladas por el salto de la langosta.

Los niños de Cristo bogaban y los judíos llenaban los muros

con un solo corazón de paloma

por el que todos querían escapar.

Las niñas de Cristo cantaban y las judías miraban la muerte

con un solo ojo de faisán,

vidriado por la angustia de un millón de paisajes.

Los médicos ponen en el níquel sus tijeras y guantes de goma

cuando los cadáveres sienten en los pies

la terrible claridad de otra luna enterrada.

Pequeños dolores ilesos se acercan a los hospitales

y los muertos se van quitando un traje de sangre cada día.

Las arquitecturas de escarcha,

las liras y gemidos que se escapan de las hojas diminutas

en otoño, mojando las últimas vertientes,

se apagaban en el negro de los sombreros de copa.

La hierba celeste y sola de la que huye con miedo el rocío

y las blancas entradas de mármol que conducen al aire duro

mostraban su silencio roto por las huellas dormidas de los zapatos.

El judío empujó la verja;

pero el judío no era un puerto

y las barcas de nieve se agolparon

por las escalerillas de su corazón:

las barcas de nieve que acechan

un hombre de agua que las ahogue,

las barcas de los cementerios

que a veces dejan ciegos a los visitantes.

Los niños de Cristo dormían

y el judío ocupó su litera.

Tres mil judíos lloraban en el espanto de las galerías

porque reunían entre todos con esfuerzo media paloma,

porque uno tenía la rueda de un reloj

y otro un botín con orugas parlantes

y otro una lluvia nocturna cargada de cadenas

y otro la uña de un ruiseñor que estaba vivo;

y porque la media paloma gemía

derramando una sangre que no era la suya.

Las alegres fiebres bailaban por las cúpulas humedecidas

y la luna copiaba en su mármol

nombres viejos y cintas ajadas.

Llegó la gente que come por detrás de las yertas columnas

y los asnos de blancos dientes

con los especialistas de las articulaciones.

Verdes girasoles temblaban

por los páramos del crepúsculo

y todo el cementerio era una queja

de bocas de cartón y trapo seco.

Ya los niños de Cristo se dormían

cuando el judío, apretando los ojos, s

e cortó las manos en silencio

al escuchar los primeros gemidos.

Nueva York, 18 de enero de 1930.

VIII

DOS ODAS

GRITO HACIA ROMA

A mi editor Armando Guibert.

(DESDE LA TORRE DEL CRYSLER BUILDING

Manzanas levemente heridas

por finos espadines de plata,

nubes rasgadas por una mano de coral

que lleva en el dorso una almendra de fuego,

peces de arsénico como tiburones,

tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,

rosas que hieren

y agujas instaladas en los caños de la sangre,

mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos

caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula

que untan de aceite las lenguas militares

donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma

y escupa carbón machacado

rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino

ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,

ni quien abra los linos del reposo,

ni quien llore por las heridas de los elefantes.

No hay más que un millón de herreros

forjando cadenas para los niños que han de venir.

No hay más que un millón de carpinteros

que hacen ataúdes sin cruz.

No hay más que un gentío de lamentos

que se abren las ropas en espera de la bala.

El hombre que desprecia la paloma debía hablar,

debía gritar desnudo entre las columnas,

y ponerse una inyección para adquirir la lepra

y llorar un llanto tan terrible

que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.

Pero el hombre vestido de blanco

ignora el misterio de la espiga,

ignora el gemido de la parturienta,

ignora que Cristo puede dar agua todavía,

ignora que la moneda quema el beso de prodigio

y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños

una luz maravillosa que viene del monte;

pero lo que llega es una reunión de cloacas

donde gritan las oscuras ninfas del cólera.

Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;

pero debajo de las estatuas no hay amor,

no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.

El amor está en las carnes desgarradas por la sed,

en la choza diminuta que lucha con la inundación;

el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,

en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas

y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Pero a viejo de las manos traslúcidas

dirá: Amor, amor, amor,

aclamado por millones de moribundos;

dirá: amor, amor, amor,

entre el tisú estremecido de ternura;

dirá: paz, paz, paz,

entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;

dirá: amor, amor, amor,

hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto ¡ay! mientras tanto,

los negros que sacan las escupideras,

los muchachos que tiemblan balo el terror pálido de los directores,

las mujeres ahogadas en aceites minerales,

la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,

ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,

ha de gritar frente a las cúpulas,

ha de gritar loca de fuego,

ha de gritar loca de nieve,

ha de gritar con la cabeza llena de excremento,

ha de gritar como todas las noches juntas,

ha de gritar con voz tan desgarrada

hasta que las ciudades tiemblen como niñas

y rompan las prisiones del aceite y la música,

porque queremos el pan nuestro de cada día,

flor de aliso y perenne ternura desgranada,

porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra

que da sus frutos para todos.

ODA A WALT WHITMAN

Por el East River y el Bronx,

los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,

con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.

Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas

y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.

Pero ninguno se dormía,

ninguno quería ser el río,

ninguno amaba las hojas grandes,

ninguno la lengua azul de la playa.

Por el East River y el Queensborough

los muchachos luchaban con la industria

y los judíos vendíán al fauno del río

la rosa de la circuncisión

y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados

manadas de bisontes empujadas por el viento.

Pero ninguno se detenía,

ninguno quería ser nube,

ninguno buscaba los helechos

ni la rueda amarilla del tamboril.

Cuando la luna salga

las poleas rodarán para turbar el cielo;

un límite de agujas cercará la memoria

y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.

Nueva York de cieno,

Nueva York de alambres y de muerte.

¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?

¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?

¿Quién el sueño terrible de tus anémonas manchadas?

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,

he dejado de ver tu barba llena de mariposas,

ni tus hombros de pana gastados por la luna,

ni tus muslos de Apolo virginal,

ni tu voz como una columna de ceniza;

anciano hermoso como la niebla

que gemías igual que un pájaro

con el sexo atravesado por una aguja,

enemigo del sátiro,

enemigo de la vid

y amante de los cuerpos bajo la burda tela.

Ni un solo momento, hermosura viril

que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,

soñabas ser un río y dormir como un río

con aquel camarada que pondría en tu pecho

un pequeño dolor de ignorante leopardo.

Ni un solo momento, Adán de sangre, macho,

hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,

porque por las azoteas,

agrupados en los bares,

saliendo en racimos de las alcantarillas,

temblando entre las piernas de los chauffeurs

o girando en las plataformas del ajenjo,

los maricas, Walt Whitman, te soñaban.

¡También ése! ¡También! Y se despeñan

sobre tu barba luminosa y casta,

rubios del norte, negros de la arena,

muchedumbres de gritos y ademanes,

como gatos y como las serpientes,

los maricas, Walt Whitman, los maricas

turbios de lágrinias, carne para fusta,

bota o mordisco de los domadores.

¡También ése! ¡También! Dedos teñidos

apuntan a la orilla de tu sueño

cuando el amigo come tu manzana

con un leve sabor de gasolina

y el sol canta por los ombligos

de los muchachos que juegan bajo los puentes.

Pero tú no buscabas los ojos arañados,

ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,

ni la saliva helada,

ni las curvas heridas como panza de sapo

que llevan los maricas en coches y terrazas

mientras la luna los azota por las esquinas del terror.

Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,

toro y sueño que junte la rueda con el alga,

padre de tu agonía, camelia de tu muerte,

y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.

Porque es justo que el hombre no busque su deleite

en la selva de sangre de la mañana próxima.

El cielo tiene playas donde evitar la vida

y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.

Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.

Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,

la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,

los ricos dan a sus queridas

pequeños moribundos iluminados,

y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo

por vena de coral o celeste desnudo.

Mañana los amores serán rocas y el Tiempo

una brisa que viene dormida por las ramas.

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman,

contra el niño que escribe

nombre de niña en su almohada,

ni contra el muchacho que se viste de novia

en la oscuridad del ropero,

ni contra los solitarios de los casinos

que beben con asco el agua de la prostitución,

ni contra los hombres de mirada verde

que aman al hombre y queman sus labios en silencio.

Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,

de carne tumefacta y pensamiento inmundo,

madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño

del Amor que reparte coronas de alegría.

Contra vosotros siempre, que dais a, los muchachos

gotas de sucia muerte con amargo veneno.

Contra vosotros siempre,

Faeries de Norteamérica,

Pójaros de la Habana,

Jotos de México,

Sarasas de Cádiz,

Apios de Sevilla,

Cancos de Madrid,

Floras de Alicante,

Adelaidas de Portugal.

¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!

Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,

abiertos en las plazas con fiebre de abanico

o emboscados en yertos paisajes de cicuta.

¡No haya cuartel! La muerte

mana de vuestros ojos

y agrupa flores grises en la orilla del cieno.

¡No haya cuartel! ¡Alerta!

Que los confundidos, los puros,

los clásicos, los señalados, los suplicantes

os cierren las puertas de la bacanal.

Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson.

con la barba hacia el polo y las manos abiertas.

Arcilla blanda o nieve, to lengua está llamando

camaradas que velen to gacela sin cuerpo.

Duerme, no queda nada.

Una danza de muros agita las praderas

y América se anega de máquinas y llanto.

Quiero que el aire fuerte de la noche más honda

quite flores y letras del arco donde duermes

y un niño negro anuncie a los blancos del oro

la llegada del reino de la espiga.

IX

HUIDA DE NUEVA YORK

DOS VALSES HACIA LA CIVILIZACIÓN

PEQUEÑO VALS VIENES

En Viena hay diez muchachas,

un hombro donde solloza la muerte

y un bosque de palomas disecadas.

Hay un fragmento de la mañana

en el museo de la escarcha.

Hay un salón con mil ventanas.

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals con la boca cerrada.

Este vals, este vals, este vals,

de sí, de muerte y de coñac

que moja su cola en el mar.


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